domingo, 2 de junio de 1996

Canalladas educativas


Lo peor de los desaguisados que comete cierta gentuza, en política, es que muchas veces los efectos sólo llegan con el tiempo, y cuando te echas las manos a la cabeza y pides cuentas al responsable, éste ha tomado las de Villadiego y si te he visto no me acuerdo. A uno, verbigracia, lo nombran ministro de Pompas Fúnebres; y deja los cementerios hechos un bebedero de patos, y a los muertos enterrados de cualquier manera, y hace aprobar una ley para que a los incinerados los metan en envases de leche Pascual y pongan en los tanatorios música de sevillanas. Y después, cuando hasta morirse nos lo han convertido en una gilipollez y el personal acude en masa ajinarse en sus muertos -en los del ministro correspondiente- entonces resulta que el fulano se lava las manos porque ya no es titular del asunto, sino consejero delegado de Iberia o asesor de la banca privada, y su sucesor dice que a mí que me cuentan, oigan, yo no estaba.

Échenle un vistazo, si no, al vitae de mi ex-ministro polivalente favorito. Hace tiempo que no me ocupaba de Javier Solana en esta página; pero eso no es óbice para que siga presente en mis oraciones. Tras ejercer sucesivamente los ministerios de Educación, Cultura y Asuntos Exteriores, y darles lustre y alto nivel, Maribel, que ahora tienen, el eficaz fulano sonríe en Bruselas, ocupado en convertir la OTAN en una prestigiosa organización que sea pasmo de los siglos venideros. Ninguno de los numerosos damnificados por la política educativa, cultural y exterior de que fue responsable vamos a ir hasta Bruselas para darle de hostias, entre otras cosas porque está lejos y lleva escolta. Así que las reclamaciones, nunca mejor dicho, se quedan para el maestro armero.

Todo eso viene al hilo de esa canallada educativa que nos dejaron de herencia Javier Solana y sus compadres: la LOGSE y sus derivados, importante hito en la larga marcha -o largo retorno- de España hacia el analfabetismo; proceso que tampoco aquí mis primos de la corbata y la pulcra ejecutoria parecen dispuestos a remediar. No es ya que en esta carrera suicida por primar a las grandes ciudades y a las autonomías con fuero se dé sentencia de cruz a los rincones rurales más desfavorecidos del resto de España. Ni tampoco que, cerradas las pequeñas escuelas, eliminada la figura entrañable del maestro local -el mismo al que también fusilamos con saña entre el 1936 y 1939- se condene a esas comarcas, además de al atraso, a la incultura. O que a las Humanidades les den matarile definitivo, hasta el punto de que ya ignoramos no sólo a Homero o Parménides, sino a Quevedo, Galdós y al mismo Cervantes. No. Lo peor es que a los alumnos, y a sus padres, de rebote, se les viene sometiendo en los últimos años a una sucesión intolerable de tensiones, desconcierto y chantajes.

Temo que el porvenir aún sea peor, con esa pronosticada y supuesta liberalización a la hora de elegir centro escolar; algo que puede empeorar la postración de la enseñanza pública, a la que se verán condenados en masa los menos favorecidos económicamente -alguien dijo el otro día que se repartirán una especie de cheques para subvencionar, o sea, dejen que me parta de risa-, dar auge a la cosa selecta y exclusiva: es decir, privada y mediante pago, para quien pueda permitírselo, o tenga influencias, o mucha suerte. Creo que nos aguardan tiempos de harto y descarado pasteleo educativo, por no hablar de la tela marinera que van a trincar los colegios privados que se pongan de moda, en detrimento de los almacenes públicos para desasnar chusma. A fin de cuentas, eso de la enseñanza privada, y las élites, y el no mezclemos churras con merinas, fue siempre especialidad de la derecha, o la centroderecha, o como carajo se llame ahora.

Por eso comprendo que la gente ande por ahí con semejante cabreo escolar. Si yo fuera padre de un hijo en un medio rural gallego, extremeño, castellano, o qué se yo, y me hubieran cerrado la escuela del pueblo, y tuviera que enviar a mis hijos de doce años todo el día al quinto coño, haciéndome dos horas de autobús a la ida y dos a la vuelta o quedándose a dormir donde los parientes, y me estuvieran mareando la perdiz con los cambios y las fases de planes de estudios y con todo lo demás, y ahora encima vinieran a contarme la milonga pampera de que en el futuro mis enanos podrán elegir libremente entre estudiar con otros cinco mil en el instituto público de Villarrebollo del Canto, o, si lo prefiero, por supuesto, en el acreditado colegio privado de los Escolásticos Padres Prepucios, donde hay treinta niños por clase, pupitres informatizados y música ambiental, estaría blasfemando en arameo. Y de muy mala leche.

2 de junio de 1996

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