Pues ya ven. El Semanal cumple diez años y aquí sigue dale que te pego, con ese difícil triple salto mortal -casi florentino, dije en alguna ocasión— que consiste en contentar al variopinto público lector de los 24 periódicos que llevan el suplemento, o el magazine , o cómo diablos llamen a este invento. Convendrán conmigo en que poner de acuerdo a cuatro millones de individuos e individuas, cada fin de semana y en este país, no deja de tener su aquel; sobre todo si tenemos en cuenta que buena parte de los periódicos que distribuyen este colorín, y ello incluye escenarios y lectores, son de sus respectivos padres y madres. Y tal y como anda el patio, con tanta insolidaridad oportunista, tanta gilipollez y tanta cagada de rata en el arroz, el hecho de que, por ejemplo, un fulano gallego y otro de Málaga compartan cada semana una parcela de pluralidad y convivencia en papel impreso, es, como diría cierto espadachín amigo mío, poner una pica en Flandes.
En cuanto al arriba firmante, llevo dándoles la barrila en esta página exactamente la mitad de esa década que hoy celebramos. Cinco años en los que, si no me falla la memoria, ningún fin de semana falté a esta cita con los lectores, hasta totalizar los doscientos treinta y tantos ajustes de cuentas con lo que me gusta o lo que me disgusta, recordando a mis amigos y a la gente que respeto, eligiendo con todo esmero a los enemigos que me apetece tener, y dejando correr a veces la imaginación o la memoria. Sobre la libertad absoluta con que lo be venido haciendo ya escribí en su momento, exactamente el 26-XI-95; y lo repetí con las mismas palabras cuando el grupo Correo decidió, bajo su exclusiva responsabilidad, honrarme con su más preciado premio, y este suplemento semanal me dedicó un número que —lo juro por las cenizas de lady Di— todavía me ruborizo al recordar. Así que no Insistiré en ello. Pero debo añadir que toda la gente que hace este colorín semanal, desde los capos di tutti hasta el último redactor de infantería, me ha tratado tan bien durante todos estos años, acogiéndome siempre con tamaña amistad, buen humor e incluso resignación, que mi deuda con ellos no cabe en esta página. En los cinco años de la parte que me toca —lustro que ha pasado como un soplo— también la vida de quien esto teclea experimentó algunos cambios. Recuerdo que al principio, cuando aún compaginaba darle aquí a la tecla con el trabajo como reportero en aquella tele que el Pesoe dejó hecha una mierda y que me temo el Pepe va a rematar, me fabricaba de golpe cuatro o cinco páginas de éstas, a fin de dejar abastecido el asunto antes de irme al Sarajevo de turno; y algunas veces escribía atropelladamente, entre dos aviones o en la habitación de un hotel, para no llegar tarde a mi cita semanal y que Fernando Rayón, que además de eficaz subdirector e imprescindible machaca de este putiferio es mi amigo, me diera la bronca. También recuerdo casi con ternura las primeras cartas de lectores indignados por lo soez de mi lenguaje, y los reproches de la autora de mis días, lamentando haberse dejado la salud educando hijos para que luego la avergüencen diciendo, en público y por escrito, caca, culo y pis. Luego fue mi adiós al reporterismo y a todo eso, y con ello vino el tiempo en que me jubilé como mercenario de la cámara para convertirme en autónomo de la tecla. Todas esas circunstancias, pese a que nunca utilicé El Semanal para arreglar asuntos estrictamente personales —aunque sí convertí en personales ciertos asuntos generales— se habrán venido reflejando de un modo u otro, supongo, en esta página; que a despecho del inglés, y a despecho de todo lo políticamente correcto que ustedes estimen oportuno, no ha pretendido ser objetiva, ponderada ni ecuánime jamás, ni por el forro.
En cuanto al arriba firmante, llevo dándoles la barrila en esta página exactamente la mitad de esa década que hoy celebramos. Cinco años en los que, si no me falla la memoria, ningún fin de semana falté a esta cita con los lectores, hasta totalizar los doscientos treinta y tantos ajustes de cuentas con lo que me gusta o lo que me disgusta, recordando a mis amigos y a la gente que respeto, eligiendo con todo esmero a los enemigos que me apetece tener, y dejando correr a veces la imaginación o la memoria. Sobre la libertad absoluta con que lo be venido haciendo ya escribí en su momento, exactamente el 26-XI-95; y lo repetí con las mismas palabras cuando el grupo Correo decidió, bajo su exclusiva responsabilidad, honrarme con su más preciado premio, y este suplemento semanal me dedicó un número que —lo juro por las cenizas de lady Di— todavía me ruborizo al recordar. Así que no Insistiré en ello. Pero debo añadir que toda la gente que hace este colorín semanal, desde los capos di tutti hasta el último redactor de infantería, me ha tratado tan bien durante todos estos años, acogiéndome siempre con tamaña amistad, buen humor e incluso resignación, que mi deuda con ellos no cabe en esta página. En los cinco años de la parte que me toca —lustro que ha pasado como un soplo— también la vida de quien esto teclea experimentó algunos cambios. Recuerdo que al principio, cuando aún compaginaba darle aquí a la tecla con el trabajo como reportero en aquella tele que el Pesoe dejó hecha una mierda y que me temo el Pepe va a rematar, me fabricaba de golpe cuatro o cinco páginas de éstas, a fin de dejar abastecido el asunto antes de irme al Sarajevo de turno; y algunas veces escribía atropelladamente, entre dos aviones o en la habitación de un hotel, para no llegar tarde a mi cita semanal y que Fernando Rayón, que además de eficaz subdirector e imprescindible machaca de este putiferio es mi amigo, me diera la bronca. También recuerdo casi con ternura las primeras cartas de lectores indignados por lo soez de mi lenguaje, y los reproches de la autora de mis días, lamentando haberse dejado la salud educando hijos para que luego la avergüencen diciendo, en público y por escrito, caca, culo y pis. Luego fue mi adiós al reporterismo y a todo eso, y con ello vino el tiempo en que me jubilé como mercenario de la cámara para convertirme en autónomo de la tecla. Todas esas circunstancias, pese a que nunca utilicé El Semanal para arreglar asuntos estrictamente personales —aunque sí convertí en personales ciertos asuntos generales— se habrán venido reflejando de un modo u otro, supongo, en esta página; que a despecho del inglés, y a despecho de todo lo políticamente correcto que ustedes estimen oportuno, no ha pretendido ser objetiva, ponderada ni ecuánime jamás, ni por el forro.
Resumiendo: que me alegro de estar aquí, y por eso sigo. Y que me alegro otro tanto, o todavía más, de esos cuatro millones de lectores repartidos por las cuatro esquinas, islas incluidas, de nuestra pobre, descosida y entrañable piel de toro de Osborne. Y me alegro, sobre todo, de que Antonio José, María Antonia, Iván, Carmen y los otros colegas y amigos de El Semanal —incluido Nacho Iglesias, el director, que también tiene derecho a la vida— sigan cobrando la nómina a fin de mes y además se pongan hoy diez velas en la tarta. Con dos cojones. Y que se mueran los feos.
2 de noviembre de 1997
No hay comentarios:
Publicar un comentario