Hay que ver cómo pasa el tiempo. Hace ya un mes que fumigaron La sonrisa del Pelícano. Saben ustedes que a veces esta página la tecleo con semanas de antelación, así que no me extrañaría que ya hubiese un programa parecido en alguna otra parte. Pero no es de eso de lo que quiero hablarles; sino de un par de cosas que, con todo aquel trajín y la clausura fulminante del tinglado pelicano se me quedaron en el gaznate. Sobre todo ante el herju maravilloso de que los barandas de Antena 3 descubrieran de pronto lo infame del engendro, después de haber contratado al fulano que hacía. Exactamente el mismo programa en otra tele, y tenerlo meses dándole palmaditas en la espalda, encantados con los índices de audiencia. Porque si en aquel asunto alguien no engañó nunca a nadie y fue consecuente hasta el final -consecuente con su propia mierda, pero consecuente- fue el amigo Pepe Navarro. Y nunca habría Jurado porque millones de individuos e individuas, haciendo uso legítimo de su mando a distancia, permanecieron anclados frente a esa bazofia mientras los jefes de la tele, con ojos de dólar como los del tío Gilito, le daban, cling, cling, a la caja registradora.
A ver si esta vez consigo decirlo con tacto: estoy hasta arriba, harto, o sea, hasta los mismísimos cojones, de tanta demagogia y tanto llanto de cocodrilo y, tanta asociación de espectadores en pro de una televisión educativa, culta y rigurosa que luego, cuando se hace, nadie ve. Cierto es que los directivos de las cadenas, estatales o privadas, son una panda de golfos probados a quienes importa más presentar una saneada cuenta de beneficios motivada por, la audiencia y la publicidad que ésta arrastra- que cualquier tipo de avance moral o educativo. Cierto es que existe otra nutrida cofradía de fulanos y fulanas, ya destarados y con mucho morro como Pepe Navarro, ya del género blandengue, tierno y llorón como Paco Lobatón, Isabel Gemio y Jesús Puente, capaces de echarle jeta al asunto y hacerse un cóctel a base de niñas de Alcásser, huerfanita que busca a su abuela y parejas separadas que vuelven a encontrarse gracias a la magia de la tele. Una peña, dicho sea de paso, que me parece aún más inmoral que el pelicano de mi otro primo, parque Navarro tenía el cinismo de no engañar a nadie; mientras que el gimoteo presuntamente solidario de éstos, explotan la inocencia o la incultura de infelices y pobre gente, suena más falso que un duro de plomo. Pero no es menos cierto que a todo ese personal son los espectadores, aplaudiendo como borregos o plantados con la boca abierta ante la tele, quienes le dan de comer.
Es como lo de las nevadas. Cierto es que en este putiferio nacional un día van y se bloquean diez aeropuertos, o las autovías de media España, y miles de familias pasan la noche en las carreteras por imprevisión, descoordinación y chapuza generalizada de Aeropuertos Españoles, Renfe, Tráfico y Protección Civil; y aquí se lava las manos hasta el ángel de la guarda que estaba -de turno esa noche, y nadie es responsable de nada, y ni dimite nadie ni cesan a nadie, y hasta la próxima, o sea, hasta luego Lucas. Pero no es menos cierto que cuando aparece la niebla o empieza a nevar, o lo que caiga, hay cinco millones de gilipollas que por nada del mundo estamos dispuestos a quedarnos en casa un puente de la Constitución, o a coger un tren, sino que seguimos numantinamente resueltos a viajar todos-en coche a la misma hora por la misma carretera, pararnos a cenar en el mismo restaurante y repostar en la misma gasolinera. Y sabiendo perfectamente lo que nos espera, porque conocemos cómo funcionan los servicios públicos en España, metemos a la parienta, a la suegra y a los niños en el tequi y salimos caiga quien caiga, con un par de huevos y ese audaz impulso, tan español, de vamos a intentarlo y si cuela, cuela, que tan buen resultado dio a Cortés, Pizarro y a otros en viejos tiempos, pero que ahora nos lleva directamente al arcén helado de la nacional IV durante doce horas mientras los picoletos se cachondean, con razón, y tú blasfemas en arameo.
Y es que en el fondo todo es lo mismo: la tele, la carretera, la cola del cine. España tañí. Pasarnos la vida piándolas y luego nos abalanzamos a meterla pata en el mismo charco. Somos un país de hipócritas y de bocazas, de irresponsables y de tontos del culo. Por eso tenemos la tele, y la vida, y las carreteras que nos ganamos a pulso. Así que a joderse y disfrutarlas.
4 de enero de 1998
A ver si esta vez consigo decirlo con tacto: estoy hasta arriba, harto, o sea, hasta los mismísimos cojones, de tanta demagogia y tanto llanto de cocodrilo y, tanta asociación de espectadores en pro de una televisión educativa, culta y rigurosa que luego, cuando se hace, nadie ve. Cierto es que los directivos de las cadenas, estatales o privadas, son una panda de golfos probados a quienes importa más presentar una saneada cuenta de beneficios motivada por, la audiencia y la publicidad que ésta arrastra- que cualquier tipo de avance moral o educativo. Cierto es que existe otra nutrida cofradía de fulanos y fulanas, ya destarados y con mucho morro como Pepe Navarro, ya del género blandengue, tierno y llorón como Paco Lobatón, Isabel Gemio y Jesús Puente, capaces de echarle jeta al asunto y hacerse un cóctel a base de niñas de Alcásser, huerfanita que busca a su abuela y parejas separadas que vuelven a encontrarse gracias a la magia de la tele. Una peña, dicho sea de paso, que me parece aún más inmoral que el pelicano de mi otro primo, parque Navarro tenía el cinismo de no engañar a nadie; mientras que el gimoteo presuntamente solidario de éstos, explotan la inocencia o la incultura de infelices y pobre gente, suena más falso que un duro de plomo. Pero no es menos cierto que a todo ese personal son los espectadores, aplaudiendo como borregos o plantados con la boca abierta ante la tele, quienes le dan de comer.
Es como lo de las nevadas. Cierto es que en este putiferio nacional un día van y se bloquean diez aeropuertos, o las autovías de media España, y miles de familias pasan la noche en las carreteras por imprevisión, descoordinación y chapuza generalizada de Aeropuertos Españoles, Renfe, Tráfico y Protección Civil; y aquí se lava las manos hasta el ángel de la guarda que estaba -de turno esa noche, y nadie es responsable de nada, y ni dimite nadie ni cesan a nadie, y hasta la próxima, o sea, hasta luego Lucas. Pero no es menos cierto que cuando aparece la niebla o empieza a nevar, o lo que caiga, hay cinco millones de gilipollas que por nada del mundo estamos dispuestos a quedarnos en casa un puente de la Constitución, o a coger un tren, sino que seguimos numantinamente resueltos a viajar todos-en coche a la misma hora por la misma carretera, pararnos a cenar en el mismo restaurante y repostar en la misma gasolinera. Y sabiendo perfectamente lo que nos espera, porque conocemos cómo funcionan los servicios públicos en España, metemos a la parienta, a la suegra y a los niños en el tequi y salimos caiga quien caiga, con un par de huevos y ese audaz impulso, tan español, de vamos a intentarlo y si cuela, cuela, que tan buen resultado dio a Cortés, Pizarro y a otros en viejos tiempos, pero que ahora nos lleva directamente al arcén helado de la nacional IV durante doce horas mientras los picoletos se cachondean, con razón, y tú blasfemas en arameo.
Y es que en el fondo todo es lo mismo: la tele, la carretera, la cola del cine. España tañí. Pasarnos la vida piándolas y luego nos abalanzamos a meterla pata en el mismo charco. Somos un país de hipócritas y de bocazas, de irresponsables y de tontos del culo. Por eso tenemos la tele, y la vida, y las carreteras que nos ganamos a pulso. Así que a joderse y disfrutarlas.
4 de enero de 1998
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