15.000 Maletas en un día no las pierde un aeropuerto ni a propósito, con todos los empleados dedicándose concienzudamente a perderlas una tras otra. Esa cantidad no la pierde ningún aeropuerto del mundo. -ni siquiera del tercer mundo- excepto el de Madrid-Barajas. Porque, digan lo que digan viajeros con muy poco sentido del humor y muy pocas ganas de aventura y de marcha, para extraviar esa cantidad de maletas de una sola tacada hay que valer. Hay que tener hábito, entrenamiento, práctica, qué sé yo. Tener juego de muñeca, afición y vocación. Para perder de golpe todos esos equipajes y que no sea un hecho aislado y a lo tonto, un suceso casual y anecdótico, sino una fase más de la reconversión del principal aeropuerto de las Españas en una perfecta casa de putas, en una curiosidad internacional sólo comparable al más difícil todavía, ale hop, y al número de la trompeta y la cabra, es necesaria una larga experiencia previa, unos empleados duchos en el difícil arte de tocarse los huevos, unos pilotos y controladores con más morro que un oso hormiguero, un personal de vuelo y de tierra que siempre parezca desayunar vinagre, unos sindicatos lo bastante abyectos para presionar sólo en interés de su nómina y nunca del viajero, unos jefes despojados del menor rastro de vergüenza, una red informática con más agujeros que la ventana de un bosnio, una compañía Iberia que se haya convertido en hazmerreír de los cielos y la tierra, un organismo estatal llamado AENA que sea el colmo del caos y la ineficacia, y un Ministerio de Fomento incapaz de prever y de ordenar, donde, como siempre, desde el ministro Arias-Salgado hasta el último subsecretario, o lo que carajo sean, nadie tenga la menor culpa de nada, nadie esté dispuesto a asumir la mínima responsabilidad, y todos ignoren, contumaces, que las palabras dimisión y cese vienen con todas sus letras en el diccionario de la R.A.E.
Reconocerán Vds. conmigo que reunir todas esas condiciones en un solo aeropuerto de una sola ciudad de un solo país no está al alcance de cualquiera. Y mucho menos con el añadido de esa espléndida guinda que suponen las instalaciones en sí, con insuficientes carritos de equipaje, con largos pasillos por los que correr arrastrando - cuando aparecen- enormes maletas, con media hora de caminos, vueltas y revueltas para enlazar un vuelo con otro, con esa megafonía inaudible hasta para avisar a los pasajeros de que miren los monitores porque la megafonía no siempre es audible, con las colas absurdas e interminables, con esos túneles retráctiles que por alguna misteriosa razón apenas se usan, con los autobuses zarandeando a viajeros ateridos de frío o achicharrados de calor, amontonados y maltratados como si en vez de ir a un avión aquella fuera la línea de autobuses Barajas-Auschwitz, y con un puente aéreo Madrid-Barcelona que, después de años de puntual y eficaz funcionamiento, se ha convertido también, supongo que por contagio, en una película de los hermanos Marx.
Algo así no existe, repito, en ningún otro sitio del mundo mundial. Y sería una lástima perder lo que con tanto sudor y lágrimas ha ido lográndose en Barajas, botón de muestra de lo que puede ser lo nuestro cuando nos ponemos a ello. El aeropuerto de Madrid ha hecho el nombre de esa ciudad famoso allende los mares y los cielos, y uno vea los guiris amantes de las emociones fuertes bajar de sus jumbos expectantes y excitados, hacerse fotos en las colas o cuando están tirados durmiendo por el suelo, etcétera, con una actitud de alucine sólo comparable a la de quienes visitan Disneylandia. Así que propongo, no solo conservar Barajas tal y como está, con el mismo personal y las mismas atracciones, sino echarle más imaginación al putiferio y explotar a fondo la cosa. Podrían organizarse, por ejemplo, pruebas con premio, del tipo correr en menos de quince minutos desde la terminal de vuelos de la CEE a vuelos internacionales, con puntos suplementarios por cada maleta de veinte kilos llevada a pulso, concursos de Cancelaciones Técnicas y Retrasos Operativos, divertidas loterías basadas en la hora sorpresa en que sale cada avión, recorridos de jubilados con mochilas por los pasillos kilométricos subiendo y bajando escaleras, bonitos juegos como Busque Su Maleta o Averigua Lo Que Suena - el detector de metales que pita hasta con un empaste demuelas o un DIU, demostraciones de cómo meter a quinientos pasajeros cabreados en un autobús y que al chofer no lo inflen a hostias, o elecciones de Miss Mala Leche entre algunas azafatas de vuelo.
2 de agosto de 1998
Reconocerán Vds. conmigo que reunir todas esas condiciones en un solo aeropuerto de una sola ciudad de un solo país no está al alcance de cualquiera. Y mucho menos con el añadido de esa espléndida guinda que suponen las instalaciones en sí, con insuficientes carritos de equipaje, con largos pasillos por los que correr arrastrando - cuando aparecen- enormes maletas, con media hora de caminos, vueltas y revueltas para enlazar un vuelo con otro, con esa megafonía inaudible hasta para avisar a los pasajeros de que miren los monitores porque la megafonía no siempre es audible, con las colas absurdas e interminables, con esos túneles retráctiles que por alguna misteriosa razón apenas se usan, con los autobuses zarandeando a viajeros ateridos de frío o achicharrados de calor, amontonados y maltratados como si en vez de ir a un avión aquella fuera la línea de autobuses Barajas-Auschwitz, y con un puente aéreo Madrid-Barcelona que, después de años de puntual y eficaz funcionamiento, se ha convertido también, supongo que por contagio, en una película de los hermanos Marx.
Algo así no existe, repito, en ningún otro sitio del mundo mundial. Y sería una lástima perder lo que con tanto sudor y lágrimas ha ido lográndose en Barajas, botón de muestra de lo que puede ser lo nuestro cuando nos ponemos a ello. El aeropuerto de Madrid ha hecho el nombre de esa ciudad famoso allende los mares y los cielos, y uno vea los guiris amantes de las emociones fuertes bajar de sus jumbos expectantes y excitados, hacerse fotos en las colas o cuando están tirados durmiendo por el suelo, etcétera, con una actitud de alucine sólo comparable a la de quienes visitan Disneylandia. Así que propongo, no solo conservar Barajas tal y como está, con el mismo personal y las mismas atracciones, sino echarle más imaginación al putiferio y explotar a fondo la cosa. Podrían organizarse, por ejemplo, pruebas con premio, del tipo correr en menos de quince minutos desde la terminal de vuelos de la CEE a vuelos internacionales, con puntos suplementarios por cada maleta de veinte kilos llevada a pulso, concursos de Cancelaciones Técnicas y Retrasos Operativos, divertidas loterías basadas en la hora sorpresa en que sale cada avión, recorridos de jubilados con mochilas por los pasillos kilométricos subiendo y bajando escaleras, bonitos juegos como Busque Su Maleta o Averigua Lo Que Suena - el detector de metales que pita hasta con un empaste demuelas o un DIU, demostraciones de cómo meter a quinientos pasajeros cabreados en un autobús y que al chofer no lo inflen a hostias, o elecciones de Miss Mala Leche entre algunas azafatas de vuelo.
2 de agosto de 1998
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