Vaya, hombre. Resulta que se habían equivocado. Resulta que todo fue un error de lo más tonto, y que ahora la Iglesia católica y el papa de Roma le piden disculpas a Lutero. Metimos la gamba, dicen. Gambetta metita, excusatio petita. Reconocemos que se nos fue un poco la mano, Lute, chaval. Unas hogueritas de más, o sea. Tampoco la cosa fue para tanto, comparada con la que tú nos liaste, colega, con las tesis de Wittenberg y la Liga de Smalcalda y el cisma y la madre que te parió. Total, unos cuantos chicharrones por aquí y por allá, leña al hereje hasta que hable inglés y todo eso. Cosa de los tiempos y las costumbres. Al fin y al cabo, nosotros mandábamos quemar los cuerpos para salvar las almas. Y conste que siempre torturamos con cuerda, agua y fuego para no derramar sangre, y que la última pena siempre la aplicaba el brazo secular. Además, cuando un perro luterano, perdón, un hereje, un hermano de Cristo desorientado, abjuraba a pie de quemadero, teníamos el detalle de hacerlo estrangular antes de que ardiese la pira, y así iba al cielo sin decir palabrotas al sentir luego las llamas, y condenarse. Además, como dice el tango, cuatro siglos no es nada. ¿Qué suponen tropecientos mil encarcelados y torturados y degollados y quemados en comparación con la inmensidad del océano y el tictac de la eternidad? Nada. Un charquito, un momento de je ne sais pas quoi. Así que perdona y olvida, tío. Pelillos a la mar.
Es curioso esto de la Iglesia católica y el perdón. Siempre lo pide tarde. Y no hay que remontarse al XVI o a los calabozos de la Inquisición. El sistema sigue vigente, con las actualizaciones obligadas. Que se lo pregunten a los teólogos disidentes, a Boff, a Castillo, a Toni de Melo, a Curran, a los obispos alemanes y sus centros de asesoramiento sobre el aborto, a los de la Iglesia de la Liberación, a los curas guerrilleros, a los que no tragaron ni tragan con el cerrojazo de la mafia polaca. Ya no te queman, claro; pero son capaces de aplastarte en vida, si estás en el engranaje y gastas alzacuello, o amargarte y manipularte la existencia si andas en la periferia. La base del sistema es la misma: primero se plantea el tragas, o palmas: la intransigencia, y el dogma, la infalibilidad del papa y la revelación de san Apapucio bendito, que tiene hilo directo con la zarza ardiente. Luego, cuando se caen los palos del sombrajo y la propia naturaleza de las cosas y de la Historia pone las cosas en su sitio, y todo resulta tan evidente que no hay más hilo que darle a la cometa, entonces vienen el acto de reparación y pública, y el donde dije Digo digo Diego. Y el hablar de reconciliación y tolerancia. Y a todos aquellos a quienes les arruinaron la vida, a Galileo, a los judíos, a los moriscos, a los herejes, a los disidentes, a los quemados y los desterrados y los degollados, a las supuestas brujas de catorce años, a las víctimas del fanatismo y del Dios lo quiere, a ésos que les vayan dando.
A mí, francamente, que cuatro siglos después de Trento la Iglesia católica le pida perdón a Lutero, me importa un carajo. Lo que me pregunto es, a ese ritmo de contrición, cuánto tiempo tendrá que transcurrir todavía para que tal perdón les sea pedido a todos los curas y teólogos arrojados a las tinieblas exteriores por sus posturas sobre la actividad social de su ministerio, o sobre el celibato. O para que se deploren tantas ejecuciones ante fusiles rociados con agua bendita, torturados y arrojados al mar drogados y desnudos, desde aviones donde un pater impartía la absolución sub conditione. O para que Roma pida perdón a los homosexuales por tantas pobre vidas arruinadas en los siglos de represión, marginación y desprecio, o lamente tantos matrimonios guiados hacia la frustración desde ciertos cerriles confesionarios. A ver cuándo se disculpa alguien por las niñas obligadas a ser madres porque todo embrión es sagrado. O por las víctimas del fanatismo, la ignorancia, el odio étnico y el tiro en la nuca fraguados en sacristías. Por las infelices mujeres que se desangran en abortos clandestinos. Por tantos matrimonios atados en el cielo e indisolubles en la tierra, pero disueltos por tribunales eclesiásticos previo pago de su importe. O por los millones de africanos que en los próximos años morirán de Sida, porque resulta que el preservativo impide la procreación; y todo acto sexual que no se encamina a la procreación es condenable.
Ya ven. Toda esa bagatela pendiente, y Roma nos sale ahora con Lutero. Menuda prisa se dan mis primos. Así no me extraña que les escasee la clientela.
21 de noviembre de 1999
Es curioso esto de la Iglesia católica y el perdón. Siempre lo pide tarde. Y no hay que remontarse al XVI o a los calabozos de la Inquisición. El sistema sigue vigente, con las actualizaciones obligadas. Que se lo pregunten a los teólogos disidentes, a Boff, a Castillo, a Toni de Melo, a Curran, a los obispos alemanes y sus centros de asesoramiento sobre el aborto, a los de la Iglesia de la Liberación, a los curas guerrilleros, a los que no tragaron ni tragan con el cerrojazo de la mafia polaca. Ya no te queman, claro; pero son capaces de aplastarte en vida, si estás en el engranaje y gastas alzacuello, o amargarte y manipularte la existencia si andas en la periferia. La base del sistema es la misma: primero se plantea el tragas, o palmas: la intransigencia, y el dogma, la infalibilidad del papa y la revelación de san Apapucio bendito, que tiene hilo directo con la zarza ardiente. Luego, cuando se caen los palos del sombrajo y la propia naturaleza de las cosas y de la Historia pone las cosas en su sitio, y todo resulta tan evidente que no hay más hilo que darle a la cometa, entonces vienen el acto de reparación y pública, y el donde dije Digo digo Diego. Y el hablar de reconciliación y tolerancia. Y a todos aquellos a quienes les arruinaron la vida, a Galileo, a los judíos, a los moriscos, a los herejes, a los disidentes, a los quemados y los desterrados y los degollados, a las supuestas brujas de catorce años, a las víctimas del fanatismo y del Dios lo quiere, a ésos que les vayan dando.
A mí, francamente, que cuatro siglos después de Trento la Iglesia católica le pida perdón a Lutero, me importa un carajo. Lo que me pregunto es, a ese ritmo de contrición, cuánto tiempo tendrá que transcurrir todavía para que tal perdón les sea pedido a todos los curas y teólogos arrojados a las tinieblas exteriores por sus posturas sobre la actividad social de su ministerio, o sobre el celibato. O para que se deploren tantas ejecuciones ante fusiles rociados con agua bendita, torturados y arrojados al mar drogados y desnudos, desde aviones donde un pater impartía la absolución sub conditione. O para que Roma pida perdón a los homosexuales por tantas pobre vidas arruinadas en los siglos de represión, marginación y desprecio, o lamente tantos matrimonios guiados hacia la frustración desde ciertos cerriles confesionarios. A ver cuándo se disculpa alguien por las niñas obligadas a ser madres porque todo embrión es sagrado. O por las víctimas del fanatismo, la ignorancia, el odio étnico y el tiro en la nuca fraguados en sacristías. Por las infelices mujeres que se desangran en abortos clandestinos. Por tantos matrimonios atados en el cielo e indisolubles en la tierra, pero disueltos por tribunales eclesiásticos previo pago de su importe. O por los millones de africanos que en los próximos años morirán de Sida, porque resulta que el preservativo impide la procreación; y todo acto sexual que no se encamina a la procreación es condenable.
Ya ven. Toda esa bagatela pendiente, y Roma nos sale ahora con Lutero. Menuda prisa se dan mis primos. Así no me extraña que les escasee la clientela.
21 de noviembre de 1999
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