domingo, 9 de julio de 2000

Sostiene Marías


No te disminuyas, vecino. No dejes que las academias vascongadas, catalaúnicas o galaicas, las ligas antitabaco, los hinchas del Athletic o las erizas en pie de guerra te desmoralicen con sus cartas, iras y fobias, ni que los cretinos que confunden la parte con el todo, lo particular con lo general, la memoria con la reacción, te alteren el pulso, ni piensen que porque eres un chico educado, casi británico, puedan venir a tocarte las narices, criticando que opines con libertad lo que te salga de los huevos. Porque no sé cómo te las arreglas, colega, pero cuando te pones justiciero te metes en unos jardines de testículo de pato, y esto parece Aterriza como puedas, con el personal haciendo cola en el pasillo para darte de hostias. Y es que no se puede ser bueno, hermano. No se puede ir por la vida de correcto y pase usted primero, porque no sólo pasan primero, sino que encima se beben el jerez y te soban a la señora. Cuando uno desenvaina la toledana o abre la cachicuerna -algunos miserables merecen navajazos y no francas estocadas- uno debe hacerlo para matar, ris ras, a fondo y del todo. Sin cuartel. De lo contrario, si pinchas con la puntita nada más, el adversario se revuelve en un palmo de terreno y siempre le queda resuello para escribirle cartas al director, y luego siempre hay un redactor jefe o un subdirector como Fernando Rayón, que te odia porque las redactoras te sonríen más que a él -leen Todas las almas y Corazón tan blanco, y no quieren saber, pero han sabido-, dispuesto a destacar las cartas en recuadro para darte por saco y vengarse, el hijoputa.

En cuanto a ti y a mí, compadre, no conozco a dos fulanos más diferentes en gustos, en talante y hasta en manera de juntar letras. Pero somos vecinos y hermanos de armas, hemos servido en el mismo Cuerpo, y practicamos una serie de rituales de lealtad que se basan en un par de películas, algún personaje y algunos libros que amamos. Además, tuviste el detalle de hacerme fencing master de tu isla de Redonda, y eso me pone a tu disposición cuando peleas, con razón o sin ella, aunque la causa me importe un carajo o yo piense exactamente lo contrario. Lo que esta vez, por cierto, no es el caso. Por eso, cuando alguien se declara preocupado por tu talante preconstitucional y te acusa de falta de tolerancia porque escribes, por ejemplo, Guetaria con «u», en vez de Getaria, que en castellano -español lo llaman dignamente por ahí afuera- sonaría Jetaria, yo no puedo menos que animarte, solidario, a que escribas Guetaria y La Coruña como te salga de los cojones. Que es exactamente lo que, por mi parte, procuro hacer yo. Porque si los cagamandurrias de los reales académicos de la Lengua Agonizante y los autores del libro de estilo de los diarios postmodernos, y los ministros de Kultura, o como se escriba eso ahora, tragan todo lo que les echen, ni a ti ni a mí nos llena nadie el pesebre ni nos pagan por dedicar sonrisas a los mangantes y a los capullos en flor que hacen de animadores en esta España grotesca, virtual, convertida en el país europeo con mayor índice de gilipollas por metro cuadrado. Y respecto a lo del otro día en la Feria del Libro, colega, lamento que te hayas comido mis marrones y tenido que dar explicaciones sobre mi ausencia, mis ediciones, mis artículos de El Semanal e incluso sobre mis excesos lingüísticos y personales. Pero no te lo pienso agradecer ni harto de jumilla, porque para eso están los compañeros de tercio, digo de páginas; que eso une más que la amistad, y a fin de cuentas tú y yo nos hemos encontrado personalmente seis o siete veces en nuestra vida. Tu obligación es atender a mis lectores y darles minuciosas y casi familiares explicaciones, del mismo modo que a mí me caen encima los tuyos. A ver si crees que yo me voy de rositas, chaval. Con esta murga de la vecindad y el inglés y el fencing master, la gente piensa que somos responsables el uno del otro, es cierto, pero eso va en las dos direcciones. Y tendrías que ver cómo me entran a mí en el café Gijón, o por la calle, o en cualquier sitio, preguntándome por qué te dejas fotografiar con un pitillo en la mano, o por qué te gusta más Shakespeare que Cervantes, o por tu traducción del Tristam Shandy, o si tienes muchas novias o si tienes pocas, o me piden que te convenza para que escribas más novelas y que mañana en la batalla vuelvas a pensar en mí, o en ella, etcétera. Además tengo que soportar que me digan que usas menos palabrotas que yo y que eres más simpático y más educado y más caballeroso y más correcto en la indumentaria, y que no sales en la foto con unos tejanos hechos polvo y las botas de Sarajevo. Y en cuanto a las lectoras, para qué contarte. El otro día, en Bogotá, una señora espectacular, tremenda, no paraba de preguntarme cuándo ibas. Y acuérdate del famoso anuncio del escote. En esos momentos, perro inglés, te juro que te odio.

9 de julio de 2000

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