Nuevo éxito diplomático. Según los últimos acuerdos entre los Estados Unidos de América y -a tenor de las declaraciones oficiales que se hacen por aquí- su aliado predilecto, la joya de la corona, la madre de todos sus ojitos derechos, o sea, Spain, los servicios de investigación criminal norteamericanos, amplio término que desde el 11 de septiembre de 2001 engloba a maderos, espías y fuerzas especiales de la cosa bélica, podrán seguir actuando en España. Pero, cuidadín, ya nunca más por su cuenta, y siempre bajo estrecha supervisión de las fuerzas de seguridad del Estado español y/o sus eficaces servicios de inteligencia, antes conocidos por Cesid de Perote, Manglano y otros ejemplares de alto valor ecológico, y ahora todavía en fase de definición, y de reestructuración, y de todo. De existir, incluso.
Para entendernos: que a partir de ahora, dicen, los agentes gringos ya no pastarán por suelo español al modo de antes -como les salía de los cojones-, sino que darán cumplida cuenta de sus movimientos a las autoridades españolas. Coordinación operativa, llaman a esa bonita figura tástica. Porque una cosa es llevarle el botijo a George Bush en la OTAN y donde haga falta, compitiendo con la Gran Bretaña de Tony Blair por el privilegiado puesto de succionadores europeos oficiales del Imperio, y otra no poner a salvo, con acuerdos escritos y letra pequeña, los principios de la soberanía nacional. Así que imaginen la cosa, a partir de ahora. El escenario, como le ha dado por decir últimamente -a fin de cuentas viene en el diccionario de la RAE- a todos los soplapollas de la política y las tertulias de radio. Y el escenario, o la situación, o lo que sea, arranca de esa llamada telefónica, ring, ring, oye, Manolo, soy Flanagan y voy a realizar un operativo con seguimientos electrónicos y toda la parafernalia en territorio español, porque olfateo una malvada red terrorista islámica en Matalascañas. Así que autorízame, please, que tengo los satélites y los aviones espía esperando, y sin tu visto bueno no me atrevo ni a pinchar un teléfono, pues vuestra proverbial firmeza diplomática nos tiene tan asustados que no nos cabe un cañamón en el ojete. Y Manolo diciendo pues no sé, Flanagan, la verdad, si autorizarte o no, porque luego los jueces ya sabes, esto no es como allí, aquí sueltan a narcotraficantes y todo eso y luego enchiqueran a un psicólogo y ya nadie habla del asunto para nada; pero en eso de las libertades y los derechos la dura lex española es muy europea y muy suya, y aunque allí desde lo de las torres gemelas os paséis todo eso por el forro de los huevos, igual aquí ponen pegas y salimos en Le Monde. Así que oye, mejor no. Y el americano, dócil y comprensivo, diciendo claro, Manolo, tienes razón, antes que nada están las buenas relaciones y la soberanía de los aliados y todo eso. Olé tus huevos. No queremos enojar a vuestro gobierno, y en especial al Ministerio de Exteriores, porque las consecuencias serían funestas para nuestra política internacional. Seguro que Washington y el Pentágono lo van a comprender en cuanto se lo explique. Un suponer.
Y para considerar otra variante, imaginemos que a los quince días llama otra vez Flanagan: ring, ring, cómo lo llevas, Manolo, mira, resulta que a una sargento nuestra de la base de Rota, una tal O'Connor, se la está beneficiando un albañil marroquí con papeles legales en España, un tal Mohamed. Y como a lo mejor es de Al Qaida, o como mínimo un moro cabrón sí que es, hemos pensado pediros permiso para que un comando de los Navy Seals eche un vistazo y, si se tercia, lo invite a Guantánamo con gastos pagados para charlar un rato, ya me captas, siempre, por supuesto, en la más estricta observancia de los derechos humanos, como solemos. Eso es lo que pregunta respetuoso el gringo antes de atreverse a dar ningún paso operativo, por si las moscas. Y Manolo, muy consciente de la soberanía nacional y de la letra de los acuerdos España USA, responde: pues la verdad es que no lo veo claro, chaval, porque el tal Mohamed está en suelo español y con papeles españoles, y además nos pueden llamar racistas; así que en vez de tus Navy Seals ve a mandar a dos vigilantes jurados nuestros para investigar porque mientras se organiza el nuevo Cesid las necesidades operativas de contraespionaje e inteligencia nos las cubre Prosegur. Y mientras, colega, puedes desquitarte con esa perra viciosa de la sargento, que para algo es súbdita vuestra, y me la refanfinfla que lo Navy Seals la interroguen en Rota, en Guantánamo o en casa de su puta madre. Y me refiero a la puta madre de los Navy Seals. Y Flanagan haciéndose cargo, okey, Manolo, lo comprendo, los españoles sois muy puntillosos en eso de la dignidad, nación y la soberanía, no pretendía ofenderte. Te lo juro por mis muertos más frescos, que por cierto son todos de Arkansas. Y Manolo, magnánimo: vale tío, no pasa nada, pero que sea la última vez.
Seguro que a partir de ahora va a ser así. Por lo menos.
5 de mayo de 2002
Para entendernos: que a partir de ahora, dicen, los agentes gringos ya no pastarán por suelo español al modo de antes -como les salía de los cojones-, sino que darán cumplida cuenta de sus movimientos a las autoridades españolas. Coordinación operativa, llaman a esa bonita figura tástica. Porque una cosa es llevarle el botijo a George Bush en la OTAN y donde haga falta, compitiendo con la Gran Bretaña de Tony Blair por el privilegiado puesto de succionadores europeos oficiales del Imperio, y otra no poner a salvo, con acuerdos escritos y letra pequeña, los principios de la soberanía nacional. Así que imaginen la cosa, a partir de ahora. El escenario, como le ha dado por decir últimamente -a fin de cuentas viene en el diccionario de la RAE- a todos los soplapollas de la política y las tertulias de radio. Y el escenario, o la situación, o lo que sea, arranca de esa llamada telefónica, ring, ring, oye, Manolo, soy Flanagan y voy a realizar un operativo con seguimientos electrónicos y toda la parafernalia en territorio español, porque olfateo una malvada red terrorista islámica en Matalascañas. Así que autorízame, please, que tengo los satélites y los aviones espía esperando, y sin tu visto bueno no me atrevo ni a pinchar un teléfono, pues vuestra proverbial firmeza diplomática nos tiene tan asustados que no nos cabe un cañamón en el ojete. Y Manolo diciendo pues no sé, Flanagan, la verdad, si autorizarte o no, porque luego los jueces ya sabes, esto no es como allí, aquí sueltan a narcotraficantes y todo eso y luego enchiqueran a un psicólogo y ya nadie habla del asunto para nada; pero en eso de las libertades y los derechos la dura lex española es muy europea y muy suya, y aunque allí desde lo de las torres gemelas os paséis todo eso por el forro de los huevos, igual aquí ponen pegas y salimos en Le Monde. Así que oye, mejor no. Y el americano, dócil y comprensivo, diciendo claro, Manolo, tienes razón, antes que nada están las buenas relaciones y la soberanía de los aliados y todo eso. Olé tus huevos. No queremos enojar a vuestro gobierno, y en especial al Ministerio de Exteriores, porque las consecuencias serían funestas para nuestra política internacional. Seguro que Washington y el Pentágono lo van a comprender en cuanto se lo explique. Un suponer.
Y para considerar otra variante, imaginemos que a los quince días llama otra vez Flanagan: ring, ring, cómo lo llevas, Manolo, mira, resulta que a una sargento nuestra de la base de Rota, una tal O'Connor, se la está beneficiando un albañil marroquí con papeles legales en España, un tal Mohamed. Y como a lo mejor es de Al Qaida, o como mínimo un moro cabrón sí que es, hemos pensado pediros permiso para que un comando de los Navy Seals eche un vistazo y, si se tercia, lo invite a Guantánamo con gastos pagados para charlar un rato, ya me captas, siempre, por supuesto, en la más estricta observancia de los derechos humanos, como solemos. Eso es lo que pregunta respetuoso el gringo antes de atreverse a dar ningún paso operativo, por si las moscas. Y Manolo, muy consciente de la soberanía nacional y de la letra de los acuerdos España USA, responde: pues la verdad es que no lo veo claro, chaval, porque el tal Mohamed está en suelo español y con papeles españoles, y además nos pueden llamar racistas; así que en vez de tus Navy Seals ve a mandar a dos vigilantes jurados nuestros para investigar porque mientras se organiza el nuevo Cesid las necesidades operativas de contraespionaje e inteligencia nos las cubre Prosegur. Y mientras, colega, puedes desquitarte con esa perra viciosa de la sargento, que para algo es súbdita vuestra, y me la refanfinfla que lo Navy Seals la interroguen en Rota, en Guantánamo o en casa de su puta madre. Y me refiero a la puta madre de los Navy Seals. Y Flanagan haciéndose cargo, okey, Manolo, lo comprendo, los españoles sois muy puntillosos en eso de la dignidad, nación y la soberanía, no pretendía ofenderte. Te lo juro por mis muertos más frescos, que por cierto son todos de Arkansas. Y Manolo, magnánimo: vale tío, no pasa nada, pero que sea la última vez.
Seguro que a partir de ahora va a ser así. Por lo menos.
5 de mayo de 2002
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