Hay pesadillas domésticas para las que basta un simple teléfono. Verbigracia: hotel español, once de la noche, lucecita roja de aviso, mensaje telefónico. Descuelgo. Tiene usted un mensaje nuevo, dice una de esas Barbies enlatadas que ahora salen en todas partes: en la gasolinera, en la autopista, en el teléfono móvil, en las centralitas, en los contestadores automáticos. Para escuchar pulse Uno. Pulso, obediente. Voz de mi editora Amaya Elezcano: Arturo, soy Amaya, te mando las pruebas de los seis primeros capítulos. Cuelgo apenas termina el mensaje, y voy a cepillarme los dientes. Al regreso, veo que la luz del aparato sigue roja. Descuelgo. Tiene usted un mensaje nuevo. Para escuchar, pulse Uno. Obedezco y escucho lo mismo de antes: Arturo, soy Amaya, te mando las pruebas de los seis primeros capítulos. Vaya por Dios. Algo hice mal, me digo. Así que esta vez aguardo con el auricular en la oreja, y a los tres segundos de acabar Amaya lo de las pruebas, la Barbie interviene y dice: No tiene más mensajes. Pues ya está, concluyo. Resuelto. Cuelgo, pero la luz roja sigue encendida. Empiezo a mosquearme. Descuelgo por tercera vez. Tiene usted un mensaje nuevo. Para escuchar, pulse Uno. Y si no quiero escuchar, pregunto algo cabreado. No hay respuesta. No hay tu tía. Decido hacer de tripas corazón. Pulso Uno. Arturo te mando las pruebas de los seis primeros capítulos. Aguardo, paciente cual franciscano. Por fin suena la voz enlatada: Para escuchar de nuevo el mensaje, pulse Uno. Para conservar el mensaje, pulse Dos. Para borrar pulse la tecla de servicio. Ahí está la madre del cordero, me digo. Busco alegremente la tecla de servicio; pero el teléfono es de esos de hotel llenos de teclas complementarias y de signos cabalísticos, y me pierdo. Además está en inglés, y mi inglés es como el de Caballo Loco en Murieron con las botas puestas. Mientras, en mi oreja, la voz concluye: No ha elegido usted ninguna opción. Y luego me suelta de nuevo, íntegro, el mensaje de Amaya Elezcano, a la que ya odio con toda mi alma. Arturo, soy Amaya, te mando, etcétera. Mientras acaba el mensaje sigo buscando, angustiado. En ninguna tecla pone servicio ni nada que se le parezca. Al final Amaya cierra el pico y vuelve la Barbie: Para escuchar de nuevo el mensaje, pulse Uno. Para conservar el mensaje, pulse Dos. Para borrar pulse la tecla de servicio. Pulso una tecla donde pone algo parecido a Servicio, y nada. Hay que joderse. Pulso la de asterisco, y después de comunicarme que tengo un nuevo mensaje, me endilgan otra vez: Arturo, soy Amaya, te mando las pruebas de los seis primeros capítulos. Blasfemo ya sin rebozo, en voz alta y clara. Sigo largando por esta boca pecadora mientras estudio el teclado maldito. Cuando voy entre el Copon de Bullas y las bragas de María Magdalena recuerdo que hay otro teléfono en el baño. Acudo allí y no veo luz roja. Chachi. Pulso la tecla de Servicio, a ver qué pasa. Me sale el servicio de habitaciones: Habla Luis ¿en qué puedo servirle, señor Pérez?...Aprovecho para pedir un agua mineral sin gas. ¿No desea nada más? ¿un sandwichito, una ensaladita?. No gracias, Luis, de verdad, respondo. Sólo agua. Pulso el 9. Biiip. Biiip. Clic. Operadora, habla Maite, ¿en qué puedo ayudarle, señor Pérez? Pues mire, Maite. Puede ayudarme diciéndome cual es la puta tecla de servicio. Le paso, responde la torda, sin darme tiempo a intervenir. Biiip. Biiip. Clic. Servicio de habitaciones, habla Luis ¿en qué puedo servirle, señor Pérez? En nada Luis, gracias. Viejo amigo. Sólo el agua sin gas de antes. ¿No quiere un sandwichito, una ensaladita? No quiero una maldita mierda, respondo. ¿Vale? Cuelgo. Marco el 9. Operadora, habla Maite, ¿en qué puedo ayudarle, señor Pérez? Borrar mensajes, digo atropelladamente, antes de que me pase con Luis y su servicio de sandwichitos y ensaladitas. Busco la tecla de borrar, la tecla de servicio o como cojones se llame. Descríbamela con detalle, Maite, por la gloria de su madre. Es la del cuadrado, responde con cierta frialdad. Una con un cuadradito dentro. Le pregunto si tiene dos rayas verticales que cruzan otras dos horizontales. Esa misma señor Pérez. Antes la llamaban almohadilla, apunto. Ah, pues aquí la llamamos cuadrado. Es igual, Maite, me vale, gracias. Cuadrado. Clic. Cuelgo. Vuelvo al otro teléfono. Descuelgo. Tiene usted un mensaje nuevo. Rediós. Me cisco en los muertos de Graham Bell y de San Apapucio y en los de quien inventó los contestadores automáticos. Lo hago a gritos, y eso me desahoga un poco. Ya más sereno, pulso cuadrado. Ni caso. Me sale Amaya otra vez: Arturo, soy Amaya, te mando las pruebas. Llaman a la puerta. Dejo el teléfono, abro precipitadamente, y aparece Luis con el agua mineral en una bandeja. Aquí tiene, señor Pérez. Su agüita mineral. Que tenga feliz noche. Cierro la puerta, vuelvo al teléfono a toda leche, me llevo el auricular a la oreja: Demasiado tarde. No ha elegido usted ninguna opción, dice la Barbie. Y luego: Arturo, soy Amaya, te mando las pruebas de los seis primeros capítulos.
12 de mayo de 2002
12 de mayo de 2002
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