Pues claro que el cine español ha perdido espectadores. Y más que va a perder, antes de que la última película se titule Cerrado por defunción. Hay menos rodajes, menos inversiones y menos ventas. Los de la industria nacional -digo industria por llamarla de algún modo- se quejan de que el celuloide se va al carajo, y de que las productoras norteamericanas se nos comen. Es verdad. Los gringos controlan televisiones y salas de cine; y, aparte de imponer modelos ideológicos y culturales, asfixian el cine europeo y español, hasta el punto de que los exhibidores se bajan los calzones y encima pagan el cafelito. Por eso la cinematografía hispana reclama medidas urgentes. Y yo me sumo. Pero la risa locuela me viene cuando oigo que esas medidas permitirían «competir en igualdad de condiciones con el cine estadounidense», y cuando productores y directores culpan a las televisiones de no invertir más en sus apasionantes proyectos cinematográficos.
Menudo morro, el de mis primos. Sobre todo el de algún productor que conozco. Hay nobilísimas excepciones, por supuesto. Muchas. Gente que se rompe los cuernos para sacar adelante proyectos dignos, y a veces lo consigue. Pero otros tienen un hocico que lo arrastran. El cine se muere, dicen quienes ayer aún voceaban eufóricos el gran momento del negocio. Ahora no hay viruta, lloran. Todos al paro, etcétera. Y los periodistas del ramo, y algunos medios oficiales corean con palmas flamencas. Nada que objetar a eso. Pero lo que nadie dice es que algunos de esos productores que tanto sufren por la agonía del cine, a los que hace ocho o diez años conocimos tiesos como la mojama, se han hecho millonarios en poco tiempo gracias a esa industria que ahora agoniza. ¿El truco? Chupado. No se trata de hacer películas buenas, sino sólo de hacer películas. Lo mismo da que sean malas y baratas, aunque si son caras, mejor. También da igual que se estrenen o no, y que recauden filfa. No imaginan ustedes la cantidad de películas que en España se han rodado en los últimos años, y luego ni siquiera se estrenaron.
Pero a pocos les importa, porque con el sistema de producción basado en financiación de televisiones y respaldo oficial, casi nadie puso en ellas un duro propio. Una película significa beneficio industrial para el productor espabilado que maneja dinero fácil: a veces, con sólo rodarla ya gana dinero. Y cuanto más se ahorre en guión, en actores, en dirección artística, en semanas de rodaje, mejor. Si luego va bien en los cines, chachi. Si no, Santa Rita y la culpa a los espectadores, que Hollywood les come el tarro y no apoyan el cine nacional. Y ese sistema, conocido y amparado por todo Cristo con la complicidad inevitable de quienes necesitan películas para trabajar, es el que funciona en el cine español. Así se explica que se ruede tanta caspa: unos cuantos listos extorsionando al estado y a las televisiones para forrarse sin que nadie proteste ni lo denuncie, mientras la gente que se juega con dinero propio las habichuelas y el futuro se pega leñazos de muerte y tiene que hipotecar la casa.
Pero la culpa no es sólo de esa clase de productores que lloran por un cine que han matado ellos. Salvo honrosas y singularísimas excepciones, que el público agradece en taquilla, el perfil de la película española media es la historia anodina de un fulano y/o fulana que pasan hora y media diciendo obviedades entre planos larguísimos y gratuitos que aburren a las ovejas. Y encima pretenden que la gente pague por verlo. Eso, o la nonagésimoquinta plasta maniquea sobre la guerra civil, que no se cree nadie, nacionales malvados y republicanos bondadosos, con actores que no saben ni decir hola, en este país donde el guionista no existe o no le pagan, y donde cualquier tiñalpa de la tele se convierte, gracias a críticos de pesebre, en la revelación artística del año; mientras los pocos actores de verdad que van quedando tienen que buscarse la vida como pueden. Queremos cine como el francés, claman los de la presunta industria. Allí el público hace cola apoyando el suyo, mientras que el nuestro pasa mucho. Pero claro. Los gabachos, además de trincar, hacen Nikita, El Gran Azul, Capitán Conan, Chocota, Cyrano, La reina Margot, Los ríos de color púrpura, La cena de los idiotas, Doberman, Vidocq o El pacto de los Lobos, con actores como Juliette Binoche, Cassel hijo, Isabelle Huppert, Depardieu, Rochefort y Jean Reno. No te fastidia. Dale El puente sobre el río Kwai y toda la pasta del mundo a un productor de aquí. Que busque director, y luego te haga un guión y un casting.
16 de febrero de 2003
Menudo morro, el de mis primos. Sobre todo el de algún productor que conozco. Hay nobilísimas excepciones, por supuesto. Muchas. Gente que se rompe los cuernos para sacar adelante proyectos dignos, y a veces lo consigue. Pero otros tienen un hocico que lo arrastran. El cine se muere, dicen quienes ayer aún voceaban eufóricos el gran momento del negocio. Ahora no hay viruta, lloran. Todos al paro, etcétera. Y los periodistas del ramo, y algunos medios oficiales corean con palmas flamencas. Nada que objetar a eso. Pero lo que nadie dice es que algunos de esos productores que tanto sufren por la agonía del cine, a los que hace ocho o diez años conocimos tiesos como la mojama, se han hecho millonarios en poco tiempo gracias a esa industria que ahora agoniza. ¿El truco? Chupado. No se trata de hacer películas buenas, sino sólo de hacer películas. Lo mismo da que sean malas y baratas, aunque si son caras, mejor. También da igual que se estrenen o no, y que recauden filfa. No imaginan ustedes la cantidad de películas que en España se han rodado en los últimos años, y luego ni siquiera se estrenaron.
Pero a pocos les importa, porque con el sistema de producción basado en financiación de televisiones y respaldo oficial, casi nadie puso en ellas un duro propio. Una película significa beneficio industrial para el productor espabilado que maneja dinero fácil: a veces, con sólo rodarla ya gana dinero. Y cuanto más se ahorre en guión, en actores, en dirección artística, en semanas de rodaje, mejor. Si luego va bien en los cines, chachi. Si no, Santa Rita y la culpa a los espectadores, que Hollywood les come el tarro y no apoyan el cine nacional. Y ese sistema, conocido y amparado por todo Cristo con la complicidad inevitable de quienes necesitan películas para trabajar, es el que funciona en el cine español. Así se explica que se ruede tanta caspa: unos cuantos listos extorsionando al estado y a las televisiones para forrarse sin que nadie proteste ni lo denuncie, mientras la gente que se juega con dinero propio las habichuelas y el futuro se pega leñazos de muerte y tiene que hipotecar la casa.
Pero la culpa no es sólo de esa clase de productores que lloran por un cine que han matado ellos. Salvo honrosas y singularísimas excepciones, que el público agradece en taquilla, el perfil de la película española media es la historia anodina de un fulano y/o fulana que pasan hora y media diciendo obviedades entre planos larguísimos y gratuitos que aburren a las ovejas. Y encima pretenden que la gente pague por verlo. Eso, o la nonagésimoquinta plasta maniquea sobre la guerra civil, que no se cree nadie, nacionales malvados y republicanos bondadosos, con actores que no saben ni decir hola, en este país donde el guionista no existe o no le pagan, y donde cualquier tiñalpa de la tele se convierte, gracias a críticos de pesebre, en la revelación artística del año; mientras los pocos actores de verdad que van quedando tienen que buscarse la vida como pueden. Queremos cine como el francés, claman los de la presunta industria. Allí el público hace cola apoyando el suyo, mientras que el nuestro pasa mucho. Pero claro. Los gabachos, además de trincar, hacen Nikita, El Gran Azul, Capitán Conan, Chocota, Cyrano, La reina Margot, Los ríos de color púrpura, La cena de los idiotas, Doberman, Vidocq o El pacto de los Lobos, con actores como Juliette Binoche, Cassel hijo, Isabelle Huppert, Depardieu, Rochefort y Jean Reno. No te fastidia. Dale El puente sobre el río Kwai y toda la pasta del mundo a un productor de aquí. Que busque director, y luego te haga un guión y un casting.
16 de febrero de 2003
1 comentario:
Además esos actores españoles a los que se refiere como que no saben nada, es que tampoco se les entiende ¿Porqué tienen esa manía de hablar a toda velocidad? Resines creo que lo traía de serie, pero es que a ninguno de los demás les han enseñado a vocalizar. Confunden la naturalidad con la zafiedad.
Reconozco que solo he ido a ver películas españolas al cine cuando son históricas (del XVIII para atrás) porque las demás las veo en televisión, pero es que no me apetece nada pagar por ir a pasarlo mal un rato, la verdad. Por cierto: al terminar Alatriste, en esa fantástica (no es peloteo) escena heroica final donde se reflejaba el valor español, ahora en paradero desconocido, se me ocurrió aplaudir y me miraron casi horrorizados ¡¡Ahhh, una facha!!. Maldito buenismo del que, por cierto, adolece el cine español.
Un saludo
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