A ver si nos aclaramos con el concepto. Cariños. ¿Hotel qué? ¿Glamour?... No me fastidien. Plis. El glamour, diría el buen Terenci Moix que en paz descanse, es una cosa muy seria, que incluso puede crear mitos que cambien tu vida. Glamour es palabra inglesa de Inglaterra, de Shakespeare y de la gente aquella, consagrada luego en la época dorada del cine de Hollywood. Significa literalmente encanto, atractivo. En español, acción o efecto de encantar: someter a poderes mágicos, o así, a través de una persona o cosa que suspende o embelesa. O sea, que él o ella bajan la escalera despacio, o la suben delante de ti, y te dejan hecho literalmente agua de limón. Lo que pasa es que, en este país de trileros, mangantes y borregos, alguien, o varios, equivocaron el concepto y barajaron las páginas del diccionario de la Real, y han terminado atribuyéndole a glamour un significado secundario de la palabra encantar, que proviene del antiguo encante -del catalán en canta en cuanto- y que significa exactamente vender en pública subasta. Eso ya encaja más en el estado actual de las cosas, y explica el equívoco. Pero claro. De decir que te suspenden o embelesan, encerradas en un hotel mientras se rascan el chichi delante de la cámara, un par de mamíferos cánidos de menos de un metro de longitud, incluida la cola, de hocico alargado y orejas empinadas y pelaje pardo rojizo, que abunda en España y caza con gran astucia toda clase de animales, incluso de corral, etcétera, etcétera, a decir que se venden en pública subasta, hay un abismo. O dos.
No, hijas. No. O hijos. Glamour es otra cosa. No es, desde luego, el majarón de Pocholo Martínez Bordiú -hay que tener huevos, por cierto, para llamarte Pocholo con cuarenta tacos- corriendo por el escenario como en el chiste del conejo que se tragó un tripi, o Aramis Fuster acomodándose las tetas donde puede, o la respetable señora Seisdedos entronizada madre Coraje de las Españas, o Dinio, garañón de las Antillas, fundiéndose los propios plomos a la hora de establecer, sin liarse, sujeto, verbo y predicado. O, no se los pierdan tampoco, esos mensajes telefónicos que envían telespectadores de fina hondura intelectual; con cuyos textos, los dignos realizatas del programa intensifican la sensación glamourosa subtitulando todo el rato, en plan Tamara te kremos por wapa y umilde, o Yola, ke vuena sts. Te komerya el cono. Ni siquiera los esfuerzos de Jesús Vázquez, que lo hace muy bien, da guapo en la tele y es un simpático fulano digno de mejores causas, repitiendo una y otra vez que están en el hotel Glamour, o Glam, o lo que sea, bastan para justificar el palabro. Usarlo en semejante contexto infame es insultar a los cinéfilos de toda la vida. El glamour es otra cosa, niños y niñas, señoras y señores. A ver si nos enteramos de una puta vez.
Glamour, tomen nota, es Audrey Hepburn elegantísima, descalza y con los zapatos en la mano, delante del escaparate de Tiffany's en Desayuno con diamantes. Glamour es Rita Hayworth llevándose a los labios entreabiertos, con mano temblorosa, el cigarrillo que le enciende Orson Welles en La dama de Shangai, o quitándose un guante frente a Glenn Ford en Gilda. Glamour es Debra Paget bailando frente a la serpiente de La tumba india. John Wayne recortado en la puerta del rancho de Centauros del desierto, o con la camisa mojada, besando a Maureen O'Hara en El hombre tranquilo. Lauren Bacall contoneándose con la música del piano al ir al encuentro de Bogart en la última secuencia de Tener o no tener. Gary Grant en Charada. Gregory Peck en El mundo en sus manos. Silvana Mangano con las medias rotas en Arroz amargo. Gary Cooper en Solo ante el peligro. Shirley MacLaine en El apartamento. Gloria Swanson bajando por la escalera ayudada por Erich Von Stroheim en El crepúsculo de los dioses. Sophia Loren en La sirena y el delfín. Marlene Dietrich usando como espejo para maquillarse el sable del oficial que manda su piquete de ejecución en Fatalidad. Robert Mitchum en Retorno al pasado. Ava Gardner yéndose del casino del brazo de Rosanno Brazzi en La condesa descalza, o bailando en la playa con los criados mejicanos en La noche de la iguana. Greta Garbo dejándose robar las perlas por John Barrymore en Gran Hotel. Kim Novak en Picnic. Burt Lancaster caminando con la sombra de la muerte del príncipe Salina pegada a los pies en las últimas escenas de El gatopardo. Etcétera. Eso es glamour, y lo otro es Hotel Caspa. A ver si nos enteramos. Imbéciles.
4 de mayo de 2003
No, hijas. No. O hijos. Glamour es otra cosa. No es, desde luego, el majarón de Pocholo Martínez Bordiú -hay que tener huevos, por cierto, para llamarte Pocholo con cuarenta tacos- corriendo por el escenario como en el chiste del conejo que se tragó un tripi, o Aramis Fuster acomodándose las tetas donde puede, o la respetable señora Seisdedos entronizada madre Coraje de las Españas, o Dinio, garañón de las Antillas, fundiéndose los propios plomos a la hora de establecer, sin liarse, sujeto, verbo y predicado. O, no se los pierdan tampoco, esos mensajes telefónicos que envían telespectadores de fina hondura intelectual; con cuyos textos, los dignos realizatas del programa intensifican la sensación glamourosa subtitulando todo el rato, en plan Tamara te kremos por wapa y umilde, o Yola, ke vuena sts. Te komerya el cono. Ni siquiera los esfuerzos de Jesús Vázquez, que lo hace muy bien, da guapo en la tele y es un simpático fulano digno de mejores causas, repitiendo una y otra vez que están en el hotel Glamour, o Glam, o lo que sea, bastan para justificar el palabro. Usarlo en semejante contexto infame es insultar a los cinéfilos de toda la vida. El glamour es otra cosa, niños y niñas, señoras y señores. A ver si nos enteramos de una puta vez.
Glamour, tomen nota, es Audrey Hepburn elegantísima, descalza y con los zapatos en la mano, delante del escaparate de Tiffany's en Desayuno con diamantes. Glamour es Rita Hayworth llevándose a los labios entreabiertos, con mano temblorosa, el cigarrillo que le enciende Orson Welles en La dama de Shangai, o quitándose un guante frente a Glenn Ford en Gilda. Glamour es Debra Paget bailando frente a la serpiente de La tumba india. John Wayne recortado en la puerta del rancho de Centauros del desierto, o con la camisa mojada, besando a Maureen O'Hara en El hombre tranquilo. Lauren Bacall contoneándose con la música del piano al ir al encuentro de Bogart en la última secuencia de Tener o no tener. Gary Grant en Charada. Gregory Peck en El mundo en sus manos. Silvana Mangano con las medias rotas en Arroz amargo. Gary Cooper en Solo ante el peligro. Shirley MacLaine en El apartamento. Gloria Swanson bajando por la escalera ayudada por Erich Von Stroheim en El crepúsculo de los dioses. Sophia Loren en La sirena y el delfín. Marlene Dietrich usando como espejo para maquillarse el sable del oficial que manda su piquete de ejecución en Fatalidad. Robert Mitchum en Retorno al pasado. Ava Gardner yéndose del casino del brazo de Rosanno Brazzi en La condesa descalza, o bailando en la playa con los criados mejicanos en La noche de la iguana. Greta Garbo dejándose robar las perlas por John Barrymore en Gran Hotel. Kim Novak en Picnic. Burt Lancaster caminando con la sombra de la muerte del príncipe Salina pegada a los pies en las últimas escenas de El gatopardo. Etcétera. Eso es glamour, y lo otro es Hotel Caspa. A ver si nos enteramos. Imbéciles.
4 de mayo de 2003
1 comentario:
Por fin hay alguien que pone en su sitio a esa banda de catetos vulgares insufribles. ¡Enhorabuena!. Por cierto, los ejemplos que has puesto de las escenas de cine para describir glamour son inmejorables.
Publicar un comentario