Pues a mí, fíjense, la guerra de Iraq me ha dejado daños colaterales. Y mientras escribo esto, aún no sé cómo va a terminar la cosa. Lo mismo los malvados terroristas de Saddam Hussein han volado ya el Big Ben, o un piloto suicida le ha hecho la mastectomía a la estatua de la Libertad, o han metido el virus de las vacas locas en el metro de Madrid y se están forrando los taxistas. Pero esos daños podrían considerarse de interés general. Egoísta que es uno, me preocupan más los daños colaterales personales. Y de esos llevo ya unos cuantos. El primero es que ahora, cuando me miro el careto en el espejo, veo a un aliado de Estados Unidos y de Gran Bretaña. Y en fin. Se me ocurren ocupaciones más dignas para un individuo de mi nacionalidad y aficiones. Lo malo de la educación reaccionaria de antes es que en el colegio nos hacían estudiar Historia; y entonces uno se enteraba de que, precisamente, Norteamérica y la Pérfida Albión fueron quienes más nos reventaron en el pasado. Y claro, comprobar que ahora llevas el botijo de esos cabrones, traumatiza. Por lo menos a mí, que siempre preferí Stendhal a Faulkner.
El segundo efecto colateral es que toda esta jarana me prueba, otra vez, que los gobiernos de aquí, sean los que sean, gustan de colocárnosla doblada, sin explicaciones, con una arrogancia que, desde Viriato o así, no entiende de ideologías. A lo mejor es que este país de mierda da caudillos en vez de presidentes. Me sentí igual cuando la Ucedé me metió en la OTAN, cuando el Pesoe no me sacó, y, encima, mis amigos Maravall y Solana, sin preguntarle a nadie, nos encasquetaron la LOGSE y convirtieron esto en un yermo de huérfanos analfabetos, poniéndoselo todo a punto de nieve a Bush Junior y a la madre que lo parió.
Tercer daño: me ha salido una úlcera de escuchar a tanto tertuliano de radio y tele barriendo para su pesebre. Y en especial a ciertos paniaguados del Pepé algunos de ellos también fueron succionadores de plantilla con el Pesoe y con la Ucedé -y con quien haga falta- que, a propósito de si los del Washington Post y la CNN hacen bien al apoyar a su gobierno y por enseñar imágenes de la guerra o no enseñarlas, han tenido los santos huevos de pasarse días debatiendo entre ellos mismos sobre ética periodística. Tomándonos a todos por idiotas, y olvidando lo difícil que resulta justificarse cuando hablas con la boca llena.
Otro daño colateral notorio es la impresión de repugnancia que me deja la infame clase política española; que, aunque a veces se apropiara de las pancartas, no estuvo ni de refilón a la altura de la ciudadanía que protestaba en la calle. Apenas he oído argumentos a favor o en contra de la guerra que no sean lugares comunes, sacudidas de caspa o simplezas; y más a esos fulanos del Pepé -Gustavo de Arístegui es una rara y digna excepción en el putiferio- cuya incultura los hace incapaces no ya de debatir sobre una guerra, sino de articular sujeto, verbo y predicado, acojonadísimos por las próximas elecciones, cerrando filas sin que nadie les explique en torno a qué las cierran, mientras el jefe pasa lista. O esos otros grupos parlamentarios de idéntica chatura intelectual, demagogos, ignorantes y sin argumentos excepto lo de que la guerra es mala; cosa que se le ocurre a cualquier imbécil. O, como guinda del pastel, este Pesoe oportunista, repeinado y sin cafeína: «Exigimos enérgicamente esto y lo otro». Qué miedo. Esos argumentos definitivos. Esos razonamientos geoestratégicos de Bambi Zapatero, experto el afirmar lo obvio; como el otro día, cuando dijo que su posición era «no a la guerra, no, no, no y no», y se quedó encantado de su propia finura política. Rediós. Tiemblo de imaginar una España gobernada por esos mantequitas blandas.
Menos mal que hubo una parte jocosa, que me alivia un poco las pesadumbres. Ibarretxe chivándose a la ONU me encantó. Y qué me dicen de Llamazares y su dialéctica. Lo mismo que cuando yo era niño y en el circo esperaba que salieran los hermanos Tonetti, estos días esperaba siempre que apareciera el líder de Izquierda Unida en el telediario. Me encantaba sobre todo cuando se ponía a hacer comparaciones con Milosevic y con Hitler, o así, amenazando con acudir al Supremo, o al tribunal de la Haya, o alga por el estilo. Recuerdo que el día que atacaron los gringos a Iraq, su elaborado y realista argumento político fue: «Señor Aznar, pida a Estados Unidos que pare inmediatamente esa guerra». Joder, qué país. Qué tropa.
6 de abril de 2003
El segundo efecto colateral es que toda esta jarana me prueba, otra vez, que los gobiernos de aquí, sean los que sean, gustan de colocárnosla doblada, sin explicaciones, con una arrogancia que, desde Viriato o así, no entiende de ideologías. A lo mejor es que este país de mierda da caudillos en vez de presidentes. Me sentí igual cuando la Ucedé me metió en la OTAN, cuando el Pesoe no me sacó, y, encima, mis amigos Maravall y Solana, sin preguntarle a nadie, nos encasquetaron la LOGSE y convirtieron esto en un yermo de huérfanos analfabetos, poniéndoselo todo a punto de nieve a Bush Junior y a la madre que lo parió.
Tercer daño: me ha salido una úlcera de escuchar a tanto tertuliano de radio y tele barriendo para su pesebre. Y en especial a ciertos paniaguados del Pepé algunos de ellos también fueron succionadores de plantilla con el Pesoe y con la Ucedé -y con quien haga falta- que, a propósito de si los del Washington Post y la CNN hacen bien al apoyar a su gobierno y por enseñar imágenes de la guerra o no enseñarlas, han tenido los santos huevos de pasarse días debatiendo entre ellos mismos sobre ética periodística. Tomándonos a todos por idiotas, y olvidando lo difícil que resulta justificarse cuando hablas con la boca llena.
Otro daño colateral notorio es la impresión de repugnancia que me deja la infame clase política española; que, aunque a veces se apropiara de las pancartas, no estuvo ni de refilón a la altura de la ciudadanía que protestaba en la calle. Apenas he oído argumentos a favor o en contra de la guerra que no sean lugares comunes, sacudidas de caspa o simplezas; y más a esos fulanos del Pepé -Gustavo de Arístegui es una rara y digna excepción en el putiferio- cuya incultura los hace incapaces no ya de debatir sobre una guerra, sino de articular sujeto, verbo y predicado, acojonadísimos por las próximas elecciones, cerrando filas sin que nadie les explique en torno a qué las cierran, mientras el jefe pasa lista. O esos otros grupos parlamentarios de idéntica chatura intelectual, demagogos, ignorantes y sin argumentos excepto lo de que la guerra es mala; cosa que se le ocurre a cualquier imbécil. O, como guinda del pastel, este Pesoe oportunista, repeinado y sin cafeína: «Exigimos enérgicamente esto y lo otro». Qué miedo. Esos argumentos definitivos. Esos razonamientos geoestratégicos de Bambi Zapatero, experto el afirmar lo obvio; como el otro día, cuando dijo que su posición era «no a la guerra, no, no, no y no», y se quedó encantado de su propia finura política. Rediós. Tiemblo de imaginar una España gobernada por esos mantequitas blandas.
Menos mal que hubo una parte jocosa, que me alivia un poco las pesadumbres. Ibarretxe chivándose a la ONU me encantó. Y qué me dicen de Llamazares y su dialéctica. Lo mismo que cuando yo era niño y en el circo esperaba que salieran los hermanos Tonetti, estos días esperaba siempre que apareciera el líder de Izquierda Unida en el telediario. Me encantaba sobre todo cuando se ponía a hacer comparaciones con Milosevic y con Hitler, o así, amenazando con acudir al Supremo, o al tribunal de la Haya, o alga por el estilo. Recuerdo que el día que atacaron los gringos a Iraq, su elaborado y realista argumento político fue: «Señor Aznar, pida a Estados Unidos que pare inmediatamente esa guerra». Joder, qué país. Qué tropa.
6 de abril de 2003
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