Si a usted le gusta el foie-gras –fuagrás para los amigos–, ya puede irse dando por jodido. Le aconsejo que, si tiene con qué pagarlo, se ponga hasta las trancas del producto, porque dentro de poco no podrá ni olerlo. En Chicago acaban de prohibirlo, gracias a un movimiento de defensa animal que aprieta mucho en Estados Unidos para que ese producto desaparezca de restaurantes y tiendas, bajo el argumento de que los grasientos y deliciosos hígados de patos, ocas y gansos se obtienen mediante el cruel engorde artificial de esos animales. El hecho es indiscutible, por otra parte. Cualquiera que sepa cómo se trinca por el gaznate a los bichos correspondientes y se les ceba, ahora además mediante cadenas de alimentación y procedimientos mecánicos, comprende que las pobres aves viven un mal rato. O un mal trago. Lo que pasa es que luego uno se sienta con una botella de vino, un bloque de foie-gras y unas tostadas, y qué quieren que les diga. Váyase una cosa por la otra. A fin de cuentas, nadie les dijo a los patos, ocas y gansos que la vida no fuese un valle de lágrimas. Aquí cada uno carga su cruz.
De todas formas, se me ocurre que, antes que el foie-gras, lo que deberían prohibir en Chicago es fabricar automóviles que alcancen los doscientos cincuenta kilómetros por hora, por ejemplo. O que se incumpla el protocolo internacional contra la contaminación industrial. O que se cebe con bazofia a las pequeñas morsas bípedas que entran temblándoles las grasas en los restaurantes de comida basura. Aparte que, puestos a argumentar, tampoco los pollos, ni las terneras, ni los conejos, ni los cerdos de granja llevan una vida como para tirar cohetes. Como dicen en Mursia: o semos, o no semos. Pero en fin. A mí, la verdad, que prohíban el foie-gras en Chicago, en los Estados Unidos o en donde viva la progenitora B de los prohibidores, me importa un carajillo de anís del Mono. Allá cada cual con lo que come y lo que cría. Lo que pasa es que, en un mundo donde gracias a internet, y a la tele, y a la globalización, está científicamente probado que la soplapollez no conoce límites, tengo la certeza absoluta de que, muy pronto, graves voces se alzarán aquí argumentando que, atención, pregunta, cómo si los gringos prohíben el asunto, Europa tiene la poca vergüenza de permitir esa lacra gastronómica y social. Hasta creo que hay alguna organización que ya se dedica a eso: Higadillos de Ave Sin Fronteras, se llama. O algo así. No sea que otras materias nos hagan perder de vista lo importante: el foie-gras. Resulta intolerable eso del foie-gras. Lo de Iraq y lo del foie-gras es la hostia.
Y en España, no les digo. Tiemble después de haber reído. Aquí no hay gobierno, ni ministro o ministra del ramo o la rama correspondiente, capaz de resistirse a las rentas y delicias de una buena, bonita y barata campaña de demagogia. Imagínense, dirán los estrategas de la cosa. Otra minoría feliz que llevarse a la urna por cuatro duros, con dos discursos y una ley. Imagino que a estas alturas ya andarán relamiéndose con la perspectiva de esos titulares de periódicos, de esos telediarios, de esas fotos y declaraciones. Siempre y cuando, claro, no madrugue la oposición, y el portavoz Acebes, para que esta vez no se lo pisen como lo del fumeteo, salga argumentando que ellos lo vieron antes, con el hígado de la gaviota del Pepé. Rediós. Ya imagino a esos portavoces y portavozas del gobierno, a esos titulares y titularas de Agricultura, manifestando con firmeza que tolerancia cero respecto al hígado de los patos. Y cada autonomía, a ver quién llega antes. Lo que ya no sé es cuánto tardaremos. Depende de nuestra fina clase política, de nuestra confederación de naciones nacionales y todo eso; pero les aseguro que, en cuanto se tercie, nos despediremos del foie-gras, tan fijo como yo de mis abuelas. El asunto, además, dará mucha vidilla política. Esos debates sobre foie-gras en el parlamento. Esos ciudadanos preguntándose unos a otros por la calle, ansiosos, qué pasa con las ocas y los gansos. Ese Gaspar Llamazares –adalid permanente de lo obvio y lo facilón– y esa Izquierda Unida Verde Manzana de Barrio Sésamo apuntándose, cómo no, a la causa avícola. Y así, después de tener a cincuenta millones de gilipollas durante unos cuantos meses pendientes del hígado de los patos, luego podremos seguir con el rabo de toro, con el lacón gallego, con el jamón ibérico, con la torteta de Huesca, con el conejo al ajillo y con la puta que nos parió.
21 de mayo de 2006
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