Hoy toca episodio histórico. Es bueno mirar atrás de vez en cuando, en esta España con poca vergüenza y peor memoria, y comprobar que aquí han sucedido muchas cosas interesantes: sucesos que gente normal, segura de sí, convertiría en series de televisión, en películas, en referencia indispensable y signo de identidad para escolares y público en general, en vez de ocultarlas por desidia e ignorancia, por no encajar en lo social y políticamente correcto, o por desmentir el negocio de recalificación nacional de todo a cien que han montado a nuestra costa, atentos sólo a su pesebre, unos cuantos hijos de la gran puta.
Estoy releyendo con inmenso placer, después de muchos años, una biografía de Hernán Pérez del Pulgar, el guerrero sin tacha. Y al llegar al capítulo de su legendaria incursión nocturna del 17 de diciembre de 1490, en Granada, no he podido evitar que el niño asombrado que hace casi medio siglo escuchaba referir esa hazaña se estremeciera en mi interior, como cuando oía recitar a mi padre unos viejos versos de los que nunca supe el autor, pues los aprendí de memoria: «Amparados en la noche / quince jinetes cabalgan / y Hernán Pérez del Pulgar / es el que primero avanza». Menuda historia, y menudo elemento. Curtido en la dura campaña de Granada, última de la Reconquista, caballero apuesto, famoso en la corte de los Reyes Católicos, Hernán Pérez del Pulgar tenía treinta y nueve años y una impecable reputación, consecuente con el lema de su escudo familiar: «Tal debe el hombre ser, como quiere parecer».
En aquel tiempo difícil, cuando el diálogo de civilizaciones se hacía al filo de una espada, Pérez del Pulgar era bravo entre los bravos, hasta el punto de que se decía que sus escuderos, gente rústica y fiel hasta la muerte, llevaban «la cabeza sujeta sólo con alfileres». Quince de ellos lo probaron acompañándolo en la más audaz y espectacular incursión bélica –hoy diríamos acción de comandos– que registra la historia de España.
Observemos la escena: cerco de Granada, noche sin luna. Unas sombras silenciosas moviéndose bajo la muralla. Tras planificarlo hasta el último detalle, Pérez del Pulgar y sus escuderos, equipados con ropas negras y armas ligeras, se acercan a la ciudad. Y mientras nueve se quedan guardando los caballos y cubriendo la retirada, su jefe y otros seis se cuelan por el cauce del Darro, acero en mano y el agua por la cintura. Después, guiados por uno de ellos –Pedro Pulgar, moro converso–, callejean a oscuras hasta la mezquita mayor, hoy catedral de Granada. Y allí, en la puerta y con su propia daga, Pérez del Pulgar clava un cartel donde, junto a las palabras «Ave María», dice tomar posesión de ese lugar para la religión católica, en nombre de sus reyes, y por sus cojones. Tras semejante chulería, los incursores encienden un hacha de cera; y, clavándola en el suelo a fin de que ilumine bien el cartel, rezan de rodillas antes de buscar la Alcaicería para incendiarla. Pero Tristán de Montemayor, el encargado de la cuerda alquitranada para el fuego, la ha olvidado en la mezquita. Cabreadísimo, Pérez del Pulgar lamenta que le haya «turbado el mayor hecho que se hubiera oído», y sacude a Montemayor una cuchillada en la cabeza, mortal si no se interponen los compañeros. Uno de ellos, Diego de Baena, se ofrece a regresar en busca de la mecha, y Pérez del Pulgar le promete, si salen vivos de allí, una yunta de dos bueyes por echarle esos huevos. Pero la suerte se acaba: de vuelta con la lumbre, Baena se da de boca con un centinela moro, al que endiña unas puñaladas antes de poner pies en polvorosa. Entonces se lía el pifostio: gritos del centinela, luces en las ventanas, alarma, alarma. Etcétera. Con toda Granada despierta, el grupo corre a oscuras hacia la muralla. Junto al río, uno de ellos, Jerónimo de Aguilera, cae atrapado en un foso. El compromiso es «no dejar atrás prenda viva», y todos son profesionales: Aguilera pide a sus compañeros que lo maten, pues no quiere caer en manos de los moros. Pérez del Pulgar le tira una lanzada, pero yerra el blanco en la oscuridad. Al fin, como en las películas, con los enemigos encima, logran liberarlo y salir todos por el río, subir a los caballos y largarse al galope, mientras en la ciudad se monta un carajal del demonio y al rey Boabdil, despierto con el escándalo, le dan la noche.
Interesante historia, ¿verdad? Reveladora sobre unos hombres y una época. Y ahora imaginen con qué adjetivos figurarían Pérez del Pulgar y sus quince colegas –si alguien los recordase– en un texto escolar de 2007.
4 de marzo de 2007
4 comentarios:
Bravo por HPP y por APR.
Fantástico relato, son sin duda pasajes de una Historia de España que a algunos en vez de provocar orgullo, desgraciadamente provocan vergüenza. Lamentablemente luego son éstos los que celebran el día de hallowen e incluso llevan banderas americanas y de otros países en sus camisetas. La Historia de España es la que fue y por más juntas de vandalucía que existan, jamás podrán cambiarla, siempre habrá gente con sentido común que recuerde esa verdadera historia que en los libros de texto de colegios andaluces se obvia y entierra en el olvido. Gracias por éste relato.
Un granadino de verdad que sufre cuando desde Sevilla se ha hecho lo imposible por que la historia de Granada desaparezca hasta de los libros de historia.
Kino.
por aquí andamos, leyendo un ratito
Bueno, bueno, bueno...
Conozco esa historia desde que tenía 9 años...
Figuraba en un libro de historia que en aquella época era de CULTO.
"España es mi madre" escrito por Enrique Herrera Oria...
¿Le suena eso a alguien?
Hoy no seria "políticamente correcto" consentir que un niño leyese esas cosas en el colegio...
¡Que obcecado hay que ser, qué corto de vista y entendederas y cuantos inconfesables intereses tienen que vivir en las personas que se niegan a aceptar una realidad como es la HISTORIA.
No es un tópico: "Los países que olvidan su historia tienen que repetirla..."
Y por cambiarla interesadamente, la historia no se modifica...
Los moros invadieron España y estuvieron 800 años aquí. Pero nada es para siempre y al fin fueron expulsados.
¿Alguien puede negar ese hecho?
¿No?
Entonces, ¿a que tanto empeño en que no se celebre?
Es fácil. La pregunta es siempre la misma. ¿A quien favorece.....?
En la respuesta está la explicación.
No soy de Granada, pero vivo aquí desde hace 46 años y creo que las tradiciones hay que respetarlas y no relegarlas al olvido..
¿Alguien se atrevería a suprimir las fiestas de moros y cristianos en el Levante español...?
Pues eso.
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