Me van a perdonar ustedes la página -o no- pero estoy de enhorabuena. Vienen los Tigres del Norte. Los auténticos, o sea. Los de pata negra. Mis amigos de Rosa Morada, Sinaloa, ya saben. Camelia la Tejana, La Reina del Sur, La Banda del carro rojo y todo eso. Los que convocan a 200.000 personas al aire libre en un concierto en México o en California. El corrido, el narcocorrido y la canción norteña, a tope. Aquí, vaya. En España. Es su tercera gira, pues le han tomado gusto a esto, como me cuentan. La vieja y remendada madre patria, que para ellos todavía significa algo allá, en México y en los estados sureños de los gringos, que en realidad también son México, antaño ocupado y ahora, gracias a la inmigración, en vías de recuperación vía lengua española y procreación activa, en plan conejo. Y en éstas me llama desde Los Ángeles Jorge Hernández, el jefe de jefes, el cantante, y me dice, quihubo, carnal, te caemos este mes con todo y el acordeón, espero que tengas tiempo libre para irnos a cenar al Madrid viejo, entre concierto y concierto, porque vamos a pasar agosto de gira, si Dios quiere. El 11 en Gijón, me parece. Luego, Monforte de Lemos, Toledo, Zaragoza y por allí, etcétera. Y Andalucía. Ahí nos vemos.
Así que ya ven. Me temo que en los próximos días estaré afónico, con algunos colegas, la botella de tequila Herradura Reposado en la mochila, haciendo de grupi incondicional, a mis años, coreando a grito pelado, con la gente que asista a los conciertos, las canciones que esos monstruos de la música dura norteña -pesada, dicen allí- cantan en el escenario, en uno de los espectáculos musicales más pintorescos y extraordinarios que he visto nunca: horas y horas atendiendo demandas del público, a pie firme como los profesionales que son desde que empezaron, siendo sólo unos niños, cruzando el río Bravo con sus humildes guitarras para quitarse el hambre, tras cantar en cantinas y burdeles de México, a peso la canción. Sin imaginar, entonces, que treinta años después serían los reyes del moderno corrido norteño, con una influencia tan decisiva en la música y la cultura mexicanas que, en el año 2001, las mejores bandas de rock de allí -Molotov, La Barranca, Julieta Venegas- en discos y festivales manifestaron su admiración por la influencia ejercida en la propia música por esos tipos de Sinaloa, a los que ahora cientos de grupos respetan e imitan sin cesar.
Quien los ha visto en un escenario -dos giras anteriores por España avalan de sobra lo que digo- no los olvida. Ni su inmenso respeto al público, ni su facilidad para conectar con éste, ni su deliberada estética pachuco-hortera tan característica, ni su música sonora, pegadiza y magnífica, ni la inmensa potencia textual de sus canciones más comprometidas, que arrastran sin remedio a quien las escucha: Regalo Caro, La mesera, Carrera contra la muerte, También las mujeres pueden o -una de mis favoritas- Somos americanos, con ese estribillo que hace rugir miles de voces cada vez que Jorge Hernández, acordeón en una mano y sombrero en alto, canta lo de: Indios de dos continentes / mezclados con español / somos más americanos / que el hijo de anglosajón.
Por eso tecleo hoy este artículo, dedicándoselo a los Tigres. Porque los admiro y respeto mucho, y me gustaría que en las próximas semanas, en su gira, arrasen. Que vaya a escucharlos, y a verlos, mucha gente. Y no sólo esos miles de mexicanos e hispanoamericanos residentes en España, con sus banderas del águila y la serpiente, sus sombreros, sus botas de iguana y sus petacas de tequila en el bolsillo, que acuden entusiasmados a cada cita cuando se enteran de que andan por aquí. Con los Tigres, el espectáculo no está sólo en el escenario. Ellos son historia viva del México moderno: lo mejor y lo peor que ese país grande y extraordinario tiene en las venas y en el corazón. Sus canciones son música, desafío, denuncia, acta notarial y cultura popular, al mismo tiempo. Por eso la difusión de sus versiones más duras está prohibida en las radios y televisiones mexicanas. Hablan de violencia, de narcotráfico, de amor, de ternura, de ambición, de lealtad, de contrabando, de traición, de frontera, de esperanza y de muerte. Nada que no esté allí -y aquí, cada uno a su modo- en la calle y en la vida; pero ellos lo cuentan y cantan como nadie. Los Tigres del Norte son artistas, son grandes, son buena gente y son mis amigos. Fieles como yo lo soy a ellos. Tenerlos en España es un lujo. Verlos actuar en directo, un puntazo. Luego no digan que no avisé. Como diría Pote Gálvez, gatillero de Teresa Mendoza, quien avisa no es traidor. Mi doña.
3 de agosto de 2008
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