El truco funciona. A uno se le ocurre un ciclo de conferencias sobre un asunto cualquiera, con más o menos gancho. Por ejemplo: La carga de la caballería austrohúngara y su influencia en la menopausia de la pava. Acto seguido, acude a la concejalía del ayuntamiento de turno, al banco de su pueblo, a la fundación o ministerio que pille más cerca. A cualquier sitio donde haya viruta disponible para estas cosas. Allí dice buenos días y plantea la cosa. El cebo para incautos. Traeremos, asegura, al último premio Nobel de Física, a Mario Vargas Llosa, a Elsa Pataky y al presidente Obama si consigue despejar un poco la agenda. Un ciclo de conferencias con mesas redondas y coloquio en el aula de cultura de Caixa Boixos Nois, que va a ser la pera limonera. Eso sí: cuesta tanto. Con suerte, si la entidad correspondiente tiene viruta disponible para el evento y el pájaro se lo curra con persuasión, habilidad y un cuñado concejal, que siempre ayuda mucho, la respuesta es afirmativa. De acuerdo, dicen. Ahí va la tela y móntalo. La foto del alcalde o el consejero, o quien suelte la mosca, con la Pataky, incluso con Obama, vale esa pasta y más. Y aunque no haya foto, en el anuario del ayuntamiento, la fundación o la entidad, quedará de perlas. Pero ojo que son caros, advierte el gestor del asunto. Obama, por ejemplo, cobra un huevo de la cara, y hay que pagarle el hotel y el billete en primera, y las horas extras de los guardias municipales que se encarguen de la seguridad. ¿Y eso a cuánto sube?, preguntan el alcalde, el concejal o el consejero tragando saliva. A tanto, dice el otro. Pero no te preocupes. Te hago un presupuesto general por el ciclo completo y lo arreglamos.
El siguiente paso es anunciarlo a bombo y platillo: «El premio Nobel de Física, Vargas Llosa, Elsa Pataky y Obama bin Laden -gazapo del periodista local, que es medio sordo- participarán en el ciclo de conferencias Tal y Cual». Con eso queda cubierto el objetivo principal: justificar la pasta trincada por el listillo y tener un dosier de prensa. Por supuesto, a esas alturas no se ha contactado todavía con ninguna de las personas anunciadas; ni siquiera con sus secretarios, agentes o lo que sea. Con el tiempo, cuando llega la fecha, se hacen algunas gestiones, sin matarse mucho, a través del amigo de un amigo. Y claro. La editorial de Vargas Llosa responde que el autor está presentando un libro en Sydney, el agente de la Pataky dice que rueda una película con Viggo Mortensen, y cosas así. Del Nobel de Física no consiguen ni el teléfono; y de Obama, lógicamente, no vuelve a hablarse más. Al fin se inaugura el ciclo de conferencias con la agradable presencia supermegamediática de María Antonia Iglesias, de un noruego al que no conoce ni su padre pero que se apellida Bjornasmullersön y escribe novelas policíacas, de una pedorra de Gran Hermano y de un poeta local, finalista del premio Villaconejos con el soneto Eres mala, Pascuala. Y cuando el público asistente, mosqueado con el elenco, pregunta qué pasó con los conferenciantes anunciados, los organizadores, poniendo cara de circunstancias, responden: «Es que, a última hora, Vargas Llosa nos dejó tirados».
Cuento todo esto porque, en plan mucho más modesto -nadie me apunta a ciclos con Elsa Pataky, aunque ya me gustaría-, me ocurre a menudo, como a unos cuantos más que conozco: académicos, escritores y gente del cine. Pregúntenle a Javier Marías, por ejemplo. O a Saramago. De pronto un amigo comenta que en tal o cual sitio vas a dar una conferencia de la que no tenías ni remota idea, y luego te manda el recorte de prensa o el enlace de Internet anunciando día y hora de tu intervención. Y te quedas a cuadros. Lo último mío es un ciclo taurino organizado en Sevilla, con firma incluida de manifiesto a favor de la fiesta, donde figura mi nombre junto a los de Enrique Ponce y Cayetano Rivera; cosa que me honra mucho, pero de la que no tenía noticia. Y sigo sin tenerla. Otros casos son más irritantes. Hace poco me enteré por un periódico de que iba a dar una conferencia en Ponferrada, dentro de un ciclo sobre el reino medieval de León, nada menos. Y el verano pasado, cierto hijo de la grandísima puta, cuyo nombre reservo cuidadosamente para cuando se ponga a tiro -entonces quizá salgamos otra vez los dos en los periódicos-, organizador de uno de esos ciclos fantasma, tuvo la desfachatez de justificar mi inasistencia a una conferencia, de la que nunca tuve noticia previa, afirmando que a última hora me había echado atrás al no satisfacerse mis «elevadas condiciones económicas»; cuando es notorio, entre quienes me tratan, que en las rarísimas ocasiones en que me presento en público lo hago sin cobrar un euro. Por la cara.
Así que ya lo saben. Cuidado con las conferencias chungas. Muchos organizan esas cosas -importantes y necesarias, por otra parte- con seriedad y rigor. Pero también hay golfos oportunistas que las convierten en negocio personal. Es una estafa como otra cualquiera.
21 de febrero de 2010
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