Me van ustedes a disculpar -o no-, pero la culpa no la tiene el niño, ni sus padres. Alguien debería romper una lanza por esa familia; así que aquí me tienen, rompiéndola. En el asunto del profesor del instituto de La Línea que mentó el jamón en clase, ofendiendo la sensibilidad islámica de un alumno musulmán de trece años, los culpables son otros. Después de todo, el padre que puso una denuncia en comisaría, tras calificar de maltrato escolar el hecho de que se pronunciasen las impuras palabras jamón y cerdo en clase, no hacía otra cosa que demostrar que sabe muy bien dónde está. Que nos ha tomado el pulso. Los hipócritas somos nosotros, ciudadanos socialmente correctos y de limpia conciencia, que después de llenarnos la boca tragándolo todo hasta el fondo porque no vayan a decir que somos intransigentes, xenófobos y fachas, y por el resto del qué dirán, de pronto nos ponemos estrechos y tiquismiquis diciendo que no, oiga. Por Dios. Ahora, la puntita nada más.
Esto es España, oigan. Donde, como dice mi compadre Carlos Herrera, no cabe un tonto más, pues nos caeríamos al agua. Cuando la familia del niño musulmán ofendido por el jamón dirigió sus pasos a la comisaría más próxima, de ingenua tenía lo justo. La movía la certeza absoluta de que, por descabellada que fuese su denuncia, tenía ciertas posibilidades de prosperar. Y no puedo menos que darle la razón. Conociendo el patio.
El maestro, en primer lugar. Menos mal que anduvo prudente y achantó la mojarra. Con la hiperprotección que en España dispensamos a los pequeños cabroncetes, que un niño se levante en clase y le quite la palabra al profesor que está hablando de Geografía y de climas adecuados para la cura del cochino, a fin de exigirle que no ofenda su sensibilidad religiosa, nos parece a muchos lo más natural del mundo. O semos tolerantes, o no lo semos. Respeto a la multiculturalidad, se llama eso. Y si al maestro se le ocurre levantar la voz para decirle al zagal que cierre el pico, o agarrarlo por el pescuezo si se pone flamenco y sacarlo al pasillo, calculen el desparrame. Docente fascista, violencia escolar, xenofobia en las aulas, tertulias de radio y televisión, Internet a tope. Se le cae el pelo, al profe. Niño y encima musulmán, casi nada. Si además llega a ser niña y con pañuelo en la cabeza, abre telediarios.
En cuanto a la policía, imaginen que son el cabo Ramírez, o como se llame, que está echándose un cigarrito en la puerta, y en ésas llega el padre de la criatura y dice que a su hijo le han mentado el jalufo en clase, y que es intolerable. Entonces usted, Ramírez, considera dos opciones. La primera que se le ocurre es mandar al padre y al hijo a tomar por saco; pero, lo mismo que el maestro, sabe perfectamente en qué país imbécil se juega los cuartos. También sabe que, si no se pone a disposición de cualquier fanático oportunista, tramitando tal clase de denuncias, puede ponerse a remojo: xenofobia policial, abuso de autoridad, prevaricación, nocturnidad -son las siete de la tarde- y alevosía. Titulares de prensa, y María Antonia Iglesias, descompuesta de belfo, llamándolo fascista y mala persona en la telemierda. Así que opta por la segunda opción, y tramita. Cayéndosele la cara de vergüenza, pero resignado con su puto oficio y su puta España, va al día siguiente a tomarle declaración al maestro. Y que salga el sol por Antequera.
Ahora, el juez, fiscal o lo que sea. Afortunadamente estaba de guardia uno normal, de los que no buscan salir en los periódicos. Y decidió, con sano criterio, hacer lo que no pudo el cabo Ramírez: mandar al demandante a tomar por saco, como la Justicia hace esas cosas: archivando la denuncia. Mi pregunta es qué habría ocurrido si en vez de tocarle al fiscal Fulano le hubiese caído al fiscal Mengano: uno de los que tocan otro registro y se la cogen con papel de fumar, por si acaso. De los que, en una discusión de tráfico, una conductora llama cabrón a un conductor, éste responde zorra, y empapelan al conductor por conducta machista. Dirán ustedes que es imposible. Que la denuncia del jamón no podía prosperar jamás. Vale. Piénsenlo despacio. Esto es España, recuerden. Paraíso de demagogos y cantamañanas, donde prospera todo disparate. Ahora díganme otra vez que la denuncia nunca iría adelante, por lo menos en fase de diligencias. Díganlo mirándome a los ojos.
Así que, en mi opinión, el digno musulmán hizo perfectamente. No arriesgaba nada. Y si cuela, cuela. Con suerte, incluso habría sacado una pasta para pagarse el viaje a La Meca con la familia. En todo caso, lo seguro es que en la comunidad islámica de su pueblo deben de tenerlo ahora por un hombre santo, honesto mahometano. Todo un tipazo. De estar en su chilaba, yo también lo habría hecho.
9 de enero de 2011
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