Me pregunto a qué están esperando en España, con lo aficionados que somos a correr delante de la locomotora, y al que no quiera correr, obligarlo por decreto. A más de un político aficionado a la psicopedagogía de laboratorio y a la lengua hablada y escrita controlada por ley, debería gotearle el colmillo: hay más humo con el que marear la perdiz. Más posibilidades de que la peña, propensa a desviarse de pitones cuando le agitan un capote desde la barrera, no piense en lo que debe pensar, la que está cayendo y va a caer. Buenos ratos echando pan a los patos.
Hace un par de meses, una editorial gringa publicó ediciones políticamente correctas del Huckleberry Finn y el Tom Sawyer de Mark Twain en las que, además de retocar crudezas propias del habla de la época, se elimina la palabra nigger, que significa negro. Los alumnos se escandalizaban, arguyó el responsable: un profesor de Alabama que, en vez de explicar a sus escandalizables alumnos que los personajes de Twain usan un lenguaje propio de su época y carácter -Joseph Conrad tituló una novela The nigger of the Narcissus-, prefiere falsear el texto original, infiltrando anacronismos que encajen en las mojigatas maneras de hoy. Convirtiendo el ácido natural, propio de aquellos tiempos, en empalagosa mermelada para tontos del ciruelo y la ciruela.
Coincide la cosa con que el ministerio de Cultura francés, confundiendo la palabra conmemorar con la de celebrar, excluya a Louis-Ferdinand Céline de las conmemoraciones de este año, cuando se cumplen cincuenta del fallecimiento del escritor. Que fue pésima persona, antisemita y colaborador de la Gestapo -como, por otra parte, miles de compatriotas suyos-, y autor de un sucio panfleto antijudío titulado Bagatelle pour un massacre; pero que también es uno de los grandes novelistas del siglo XX, el más importante en Francia junto a Proust, y cuyo Viaje al fin de la noche transforma, con inmenso talento narrativo, una muy turbia sordidez en asombrosa belleza literaria. Eso demuestra, entre otras cosas, que un retorcido miserable puede ser escritor extraordinario; y que un artista no está obligado a ser socialmente correcto, sino que puede, y debe, situarnos en los puntos de vista oscuros. En el pozo negro de la condición humana y sus variadas infamias.
Así que, españoles todos, oído al parche. Suponiendo -tal vez sea mucho suponer- que quienes vigilan a golpe de ley nuestra salud física y moral sepan quiénes son Twain o Céline, imaginen las posibilidades que esto les ofrece para tocarnos un poquito más los cojones... ¿Qué son bagatelas como prohibir el tabaco o convertir en delito el uso correcto de la lengua española, comparadas con reescribir, obligando por decreto, tres mil años de literatura, historia y filosofía éticamente dudosas?... ¿A qué esperan para que en los colegios españoles se revise o prohíba cuanto no encaje en el bosquecito de Bambi?... ¿Qué pasa con esas traducciones fascistas de Moby Dick donde se matan ballenas pese a los convenios internacionales de ahora?... ¿Y con Phileas Fogg, tratando a su criado Passepartout como si desde Julio Verne acá no hubiera habido lucha de clases?... ¿Vamos a dejar que se vaya de rositas el marqués de Sade con sus menores de edad desfloradas y sodomizadas antes de la existencia del telediario?... ¿Y qué pasa con la historia y la literatura españolas?... ¿Hasta cuándo seguirá en las librerías la vida repugnante de un asesino de hombres y animales llamado Pascual Duarte?... ¿Cómo es posible que al genocida de indios Bernal Díaz del Castillo lo estudien en las escuelas?... Y ahora que todos somos iguales ante la ley y el orden, ¿por qué no puede Sancho Panza ser hidalgo como don Quijote; o, mejor todavía, éste plebeyo como Sancho?... ¿A qué esperamos para convertir lo de Fernán González y la batalla de Covarrubias en el tributo de las Cien doncellas y doncellos?... ¿Cómo un machista homófobo y antisemita como Quevedo, que se choteaba de los jorobados y escribió una grosería llamada Gracias y desgracias del ojo del culo, no ha sido apeado todavía de los libros escolares?... En cuanto a la infame frase Viva España, que como todo el mundo sabe fue inventada por Franco en 1936, ¿por qué no se elimina en boca de numerosos personajes de los Episodios nacionales de Galdós, donde afrenta a las múltiples y diversas naciones que, ellas sí, nos conforman y enriquecen?... ¿Y cómo no se ha expurgado todavía El cantar del Cid de las 118 veces que utiliza la palabra moro, sustituyéndola por hispano-magrebí de religión islámica, y buscándole de paso, para no estropear el verso, la rima adecuada?
Por fortuna no leen, ni creo que en el futuro lo hagan. Tranquilos. El peligro es mínimo. Menos mal que esos pretenciosos analfabetos, dueños del Boletín Oficial, no han abierto un libro en su puta vida.
27 de marzo de 2011
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