domingo, 17 de julio de 2016

No era una señora

Ayer me quedé de pasta de boniato. Estaba a punto de entrar en una librería y coincidí en la puerta con una señora. Al menos, creí que lo era. Una mujer sobre los cuarenta años, normalmente vestida, quizá con un punto demasiado juvenil para su edad. Por lo demás, de aspecto agradable. Ni elegante ni ordinaria. Ni guapa ni fea. Coincidimos en la puerta, como digo, viniendo ella de un lado de la calle y yo de la dirección contraria. Y en el umbral mismo, por reflejo automático, me detuve para cederle el paso. Desde hace casi sesenta años –su trabajo les costó a mis padres, en su momento– eso es algo que hago ante cualquiera: mujer, hombre, niño; incluso ante los que van por el centro de Madrid en calzoncillos y chanclas, torso desnudo y camiseta al hombro, impregnando el aire de aroma veraniego; tan desahogados, ellos y la madre que los parió, como si estuvieran en el paseo marítimo de una playa o vinieran de chapotear en la alberca del pueblo. 

Me detuve en el umbral, como digo. Para cederle el paso a la señora, igual que se lo habría cedido al lucero del alba. Incluso a mi peor enemigo. Hasta a un inspector de Hacienda se lo habría cedido. Pero mi error fue considerar señora a la que sólo era presunta; porque al ver que me detenía ante ella, en vez de decir «gracias» o no decir nada y pasar adelante, me miró con una expresión extraña, entre arrogante y agresiva, como si acabara de dirigirle un insulto atroz, y me soltó en la cara: «Eso es machista». 

Oigan. Tengo sesenta y cuatro tacos de almanaque a la espalda, y entre lo que lees, y lo que viajas, y lo que sea, he visto un poco de todo; pero esto de la señora, o la individua, en la puerta, no me había ocurrido nunca. En mi vida. Así que háganse cargo del estupor. Calculen el puntazo de que eso le pase a un fulano de mis años y generación, educado, entre otros, por un abuelo que nació en el siglo XIX, y del que aprendí, a temprana edad, cosas como que a las mujeres se las precede cuando bajan por una escalera y se les va detrás cuando la suben, por si les tropiezan los tacones, que cuando es posible se les abre la puerta de los automóviles, que uno se levanta del asiento cuando ellas llegan o se marchan, que se camina a su lado por el lado exterior de las aceras –«Que no digan que la llevas fuera», bromeaba mi padre con una sonrisa– y cosas así. Calculen todo eso, o imagínenlo si su educación familiar dejó de incluirlo en el paquete, y pónganse en mi lugar, parado ante la puerta de la librería, mirando la cara de aquella prójima. 

Habría querido disponer de tiempo, por mi parte, y de paciencia, por la de ella, para decir lo que me hubiera gustado decirle. Algo así como se equivoca usted, señora o lo que sea. Cederle el paso en la puerta, o en cualquier sitio, no es un acto machista en absoluto, como tampoco lo es el hecho de no sentarme nunca en un transporte público, porque al final acabo avergonzándome cuando veo a una embarazada o a alguien de más edad que la mía, de pie y sin asiento que ocupar. Como no lo es ceder el lugar en la cola o el primer taxi disponible a quien viene agobiado y con prisa, o quitarte el sombrero –porque algunos, señora o lo que usted sea, usamos a veces panamá en verano y fieltro en invierno– cuando saludas a alguien, del mismo modo que te lo quitas –que para eso también lo llevas, para quitártelo– cuando entras en una casa o un lugar público. Así que entérate, cretina de concurso. Cederte el paso no tiene nada de especial porque es un reflejo instintivo, natural, que a la gente de buena crianza, y de ésa todavía hay mucha, le surge espontánea ante varones, hembras, ancianos, niños, e incluso políticos y admiradores de Almodóvar. Ni siquiera es por ti. Ni siquiera porque seas mujer, que también, sino porque la buena educación, desde decir buenos días a ceder el paso o quitarte la puta gorra de rapero, si la llevas, facilita la vida y crea lazos solidarios entre los desconocidos que la practican. 

Y, bueno. Me habría gustado decir todo eso de golpe, allí mismo; pero no hubo tiempo. Tampoco sé si lo iba a entender. Así que permanecí inmóvil, mirándola con una sonrisa que, por supuesto, le resbaló por encima como si llevara un impermeable; porque al ver que me quedaba quieto y sin decir nada, cruzó el umbral con aire de estar gravemente ofendida. «Lo he hecho polvo», debía de pensar. Y yo la vi entrar mientras pensaba, a mi vez: No es por ti, boba. Sé de sobra que no lo mereces. Es por mí. Por la idea que algunos procuramos mantener de nosotros mismos. Algo que, mientras te veo entrar en esa librería que de tan poca utilidad parece serte, me hace sonreír con absoluto desprecio. 

17 de julio de 2016 

10 comentarios:

Alguien dijo...

Vaya, yo simplemente le hubiese dicho: "No es machismo, es educación y amabilidad".
Saludos.

Alex dijo...

Ole.
Personas así, a quien saludas y te miran como si les estuvieras molestando, cada día florecen más.
¿Será por la educación que se está transmitiendo?
Seguramente dejar que a las personas les eduquen los programas de televisión de máxima audiencia produce el efecto de gente poco sociable que vivimos.
Ahora, no hay que ceder, sigamos cediendo el paso, saludando, etc...
Como dice usted, sr. Pérez-Reverte, "no es por tí, es por mí".

Saludos

perrogato dijo...

¡Dios me libre y me guarde!, diría mi abuela. Increíble. Y yo que me desarmo cada vez que un hombre tiene alguno de esos gestos gentiles... ¿Soy machista? No, no creo. No es cuestión de género, es cuestión de imbecilidad. Yo que Usted, Don Arturo, la hubiese seguido en la librería, y le hubiese dado un pisotón, o un codazo, o un empujón bien brusco, o algo por el estilo. Quizás con eso lo considere igualitario o hasta feminista ¿no?

Peritta dijo...

Pues no sé con usté mesié, pero conmigo puede que lleve algo de razón la señora. Y es que algunos las cedemos el paso en las puertas no por automatismo como otros, sino por puritico machismo: por mirarles el culo don Arturo.

Se lo juro.

Na, ésa mujer le conoció al primer golpe de vista y, como le debe de caer usté mal -no todos son fans ni indiferentes, también tiene usté enemigos por la cara y sin conocerles de nada, cosas de la militancia y el activismo polítiko ése- decidió regañar con usté sin venir a cuento.

Bueno. Éso, o lo que quería la buena mujer era mirarle el culo a usté, mesié.

Ea. Un saludo.

DomingoF2 dijo...

D. Arturo, supongo que esta buena mujer seria otra victima de la tontería y las perogrulladas, con los que algunos/as confunden la velocidad con el tocino, en esta nuestra moderna y progre sociedad.

perrogato dijo...

¡Jaa! ¡Peritta, espero no cruzarme con Usted! Nunca había pensado ese gesto que considero gentil, desde otro punto de vista: que me cedan el paso para mirarme el trasero. ¡Gracias por espabilarme! De todas maneras, voy a seguir agradeciendo el gesto.
Muy interesante la hipótesis de que posiblemente la mujer quería mirarle el traste a Don Arturo (disculpe, no utilizo su palabra porque en mi país es una grosería).
¡Me parece genial tomarse las situaciones desagradables con humor!
Le mando un saludo.

Unknown dijo...

A mí; un gesto de esos me costó un asalto. Me cedieron el paso, lo tomé dando las gracias y enseguida ¡pum! una arma enterrada en mi riñón. Quizá le vieron porte de elegante ladrón

Unknown dijo...

Notable Don Arturo!
Existen al menos 5 habladores de castellano chapados a la antigua que aumentamos nuestro prestigio personal ante nosotros mismos. Notable!
No es por ellas en muchos casos y en algunos casos si lo es.

Unidad del sueño Madrid dijo...

Vaya no entiendo como te pudo decir eso. Quizá antes el hombre era más caballeroso, nos quitábamos el sombrero, dejábamos pasar por las puertas antes a las mujeres y lo de ceder el puesto de asiento se ha ido heredando de las personas que tenemos más edad, es pura y simplemente educación... Genial post

http://www.bookrix.com/-jesusicallejas/ dijo...

Este artículo me recuerda a jovenes hispanos en los Estados Unidos que se levantan en el metro y ofrecen la silla a personas embarazadas o ancianos, como también a pequeñuelos. Esta acción no es de someter a nadie, ni es el machismo, simplemente es la compasión hacia el otro, el respeto y la calidad de generosidad que hay todavía en muchos individuos en un mundo donde se ha perdido todo hasta los buenos modales. Qué pena

Luz E. Macias