Divorciado. Mi amigo Paco –lo llamaremos Paco para no complicarle más la vida– es divorciado desde hace tiempo, de ésos a los que la mujer, un día y como si no viniera a cuento, aunque siempre viene, le dijo: «Ahí te quedas, gilipollas, porque me tienes harta», y se largó de casa. Al principio, como tienen un hijo de ocho años, la cosa funcionó en plan amistoso, pensión de mutuo acuerdo y demás, tú a Boston y yo a California. Pero la ex legítima, cuenta Paco, se juntó con unas cuantas amigas también divorciadas que empezaron a crear ambiente. Cómo dejas que ese hijoputa se vaya de rositas, sácale los tuétanos, y cosas así. Lo normal. Además, una de las compis era abogada, así que Paco lo tenía claro. Su ex lo pensó mejor, se le puso flamenca, y al año de separarse le había quitado la casa, el coche, el perro, las tres cuartas partes del sueldo y la custodia del niño. «Y no me quitó la moto -dice Paco-, porque me arrastré como un gusano, suplicando que me la dejara».
Desde entonces, un día a la semana, mi amigo va a recoger a su hijo al cole. En Madrid. Se trata, me cuenta, de uno de esos colegios pijoprogres de barrio ídem, por Chamberí, con papis modernos y enrollados –«como lo era yo, te lo juro, hasta que esa zorra me dio por saco», matiza Paco–, donde a las criaturas se les quita horas de Lengua, de Historia y de Ciencias para darles Valores y Buen Rollito, Estabilidad Emocional, Dinámica de Grupo, Gramática de Género y Génera, Convivencia de Civilizaciones, Acogida a Refugiados y otras materias de vital importancia.
Paco tiene mala imagen en el cole de su hijo. Seguramente se debe a que el curso pasado, en la fiesta de Halloween, o de Acción de Gracias, o del Ramadán, una de ésas –Navidad o Reyes no eran, seguro, pues no se celebran para no ofender a los padres y niños no creyentes–, donde el asunto para disfrazar a los niños eran los piratas del Caribe, a Paco se le ocurrió vestir a su hijo, que le tocaba en casa ese día, con un parche en el ojo y una espada de plástico. Y cuando la profesora vio llegar al niño de la mano de su padre, lo primero que hizo fue quitarle el parche y la espada. El parche, dijo indignada, porque podía herir la sensibilidad de las personas con alguna minusvalía de visión ocular; y la espada de plástico, porque en ese colegio las armas estaban prohibidas. Y cuando Paco argumentó que los piratas llevaban armas para sus abordajes y masacres, la profe zanjó el asunto con un seco: «También había piratas buenos».
Pero la peor fama de Paco en el colegio de su hijo, piratas y parche aparte, viene de la cosa alimentaria: la merienda. No hay una sola madre con hijo allí que no sea una talibán de la alimentación sana; y como el gran enemigo de las madres progres son la harina refinada y las bebidas carbonatadas, cuando acuden a buscar a los niños todas van provistas de fruta ultrasana, zumo de papaya virgen, pan de pipas, pan integral con levadura madre enriquecida con semillas, jamón york ecológico, queso de leche de soja o tortilla de huevos de gallinas salvajes que viven en libertad, igualdad y fraternidad. Los carbohidratos, naturalmente, sólo se consienten en los cumpleaños; y según cuenta Paco, basta pronunciar la palabra Nocilla para ganarte una oleada de miradas asesinas. Al principio, dice, esperaba a su hijo en la puerta del cole con la moto y un donut o un bollicao. «Y como los otros críos miraban al mío con envidia, no puedes imaginarte el odio con el que me trataban algunas madres. Como si fuera un terrorista. Hasta dejaron de invitar a mi hijo a los cumpleaños y fiestas de pijamas». Alguna, incluso, hasta se ha chivado a la del niño: «Deberías vigilar lo que le da de comer tu ex marido».
Así que, en los últimos tiempos, Paco y su vástago han pasado a la clandestinidad en cuestión de meriendas, utilizando entre ellos una jerga en código que los protege de la Gestapo materno-escolar. Cuando el enano sale de clase con los compañeros, ya está adiestrado para preguntar a su padre cosas como «¿Qué hay de lo que tú sabes?», a lo que Paco responde, tras mirar prudente a un lado y a otro: «Tranqui colega, ahora te lo paso». Entonces el zagal le guiña un ojo y pregunta, susurrando esperanzado: «¿Foskito?». Pero Paco mueve la cabeza: «Hoy toca zoológico», responde. Y mientras suben a la moto, clandestinamente, ocultándolo bajo el anorak de su hijo, le pasa la pantera rosa o el tigretón.
13 de noviembre de 2016
2 comentarios:
Como siempre, genial.
He tenido que reirme mientras me tomaba el café, con su artículo delante, una fea costumbre, por otra parte; casi provoco un estropicio en el desayuno. Sin carbohidratos, por supuesto.
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