domingo, 15 de enero de 2017

El veterano bajo el puente

En Nueva York hace un frío que pela. Finales de diciembre. Estoy dentro de un coche, en un atasco, mirando por la ventanilla. Los automóviles avanzan muy despacio. Bajo un puente, junto a la calzada, hay un hombre y un perro. El perro está tumbado sobre unos cartones, mirando el lento tráfico con indiferencia. El hombre está de pie, inmóvil. Apoyada en un pilar del puente está su mochila, grande y sucia, de aspecto militar. Se trata de un mendigo. Relativamente joven. Lleva un gorro y mitones de lana, y sostiene un cartel ante el pecho: Veterano de guerra. Sin casa ni trabajo. De vez en cuando, desde algún coche, un conductor baja la ventanilla y le alarga unas monedas, que el hombre agradece con una leve inclinación de cabeza. Todo el tiempo se mantiene erguido, quieto, inexpresivo. No le falta dignidad, y eso encaja con lo escrito en el cartel. Hay, en efecto, un porte castrense en el individuo. Si es mentira lo de veterano, si se trata de una artimaña para conmover a la gente, la verdad es que lo hace bien. Estupendamente bien. 

Por alguna razón, la escena no es insólita en los Estados Unidos. Te la crees, en principio. Un veterano de guerra con Iraq o Afganistán a las espaldas, a quien la vida ha llevado bajo este puente con su perro. Todo puede ser. Y si no fuera cierto, al menos resulta creíble. Puede colar. Los conductores que bajan la ventanilla y le dan algo parecen pensar lo mismo. Ellos son de aquí, conocen mejor a su gente. Olerían un fraude mejor que yo; o tal vez, in dubio pro reo, prefieren concederle al hombre del cartel y el perro el beneficio de la duda. Además, en un país como los Estados Unidos, no sería extraño que algún policía –hay un coche detenido algo más allá del puente– se acercase para confirmar la identidad del mendigo. Hay cosas con la que no se juega aquí, y la palabra veterano es una de ellas. Nada que tenga que ver directa o indirectamente con la bandera norteamericana le parece a nadie ajeno. En principio. O a casi nadie. 

En este punto debo decir que siento envidia. Por biografía, edad y educación desconfío de cualquier bandera. Veintiún años cubriendo guerras ajenas, en todos los bandos posibles, curan de muchas cosas. A poco que dures, la vida le acaba quitando la letra mayúscula a palabras que en otro tiempo escribías con ella: Honor, Dios, Patria… Al final, en cuanto escribes o pronuncias se acaba imponiendo la minúscula como inicial. Es inevitable, y el proceso se llama lucidez. O sentido común. Bandera es de las primeras palabras que sufren ese despojo, cuando observas la cantidad de sinvergüenzas, oportunistas, analfabetos, fanáticos y asesinos que se envuelven en ella. Como mucho, lo que te queda es respeto por quienes la mencionan con honradez, y poco más. Respeto hacia ellos, por supuesto, no para un trapo de colores –fabricado en China– que lo mismo sirve para envolver dignidad que para camuflar basura. 

Sin embargo, o tal vez por eso, hay banderas que envidias. O tal vez lo que envidias sea el uso que cierta gente honrada hace de ellas. Me refiero al recurso solidario y natural a la bandera, no como exclusión, imposición o agresión, sino como lugar común, punto de refugio, de encuentro, en torno al que construir cosas decentes y conservarlas. Esas banderas tricolores en la puerta de cada colegio de Francia, por ejemplo. Esa bandera italiana sobre las piedras venerables del foro de Roma. Esas banderas en los coches de bomberos neoyorkinos, en recuerdo de los compañeros muertos, héroes perdidos bajo los escombros de las Torres Gemelas. O ese cartel de veterano de guerra sobre el pecho de un mendigo al que los conductores, en un país socialmente tan poco solidario como los Estados Unidos, no dejan de ayudar con unas monedas. 

Al fin se diluye el atasco y los coches avanzan. Y mientras le echo un último vistazo al mendigo, concluyo con melancolía que esa escena sería imposible en España. ¿Un ex soldado veterano de Afganistán, de Iraq, del Líbano, de los Balcanes, de cualquier misión de Naciones Unidas, con su cartel y su perro, utilizando su pasado militar para pedir ayuda?… Ni hartos de vino, vamos. Iba listo, el fulano. Alardear aquí de eso, nada menos. Vaya desvergüenza. Como mucho, algunos bajarían la ventanilla, no para darle limosna, sino para llamarlo fascista. Por eso, entre otras muchas cosas, Estados Unidos es el país más admirable y poderoso del mundo, y nosotros somos lo que somos. O sea. Exactamente lo que somos. 

15 de enero de 2017 

3 comentarios:

Unknown dijo...

Bien Arturo.
Coincido nuevamente contigo. Hace menos de un año que he tenido la suerte de pisar los mismos escenarios que tú ahí en Nueva York y en aquellos inolvidables días del mes de abril me fije en el mismo puente, en las mismas banderas y en la misma gente a la que te refieres. Mi sentimiento fue, y sigue siendo, que mi vida habría sido mucho mejor en entre los yanquis que aquí en el solar patrio. Allí a los profesores les respetan y aquí nos cuesta hacernos respetar.
Al abrigo del mismo lugar que tú y yo, Arthur Miller escribió aquello de Panorama desde el puente, que supongo te habrá inspirado el título del artículo, aunque él se refiere a los inmigrantes ilegales y tú, más bien, te refieres a los no inmigrantes (nacionales) pero ilegales en su propio país. Al menos en Estados Unidos hay algo de solidaridad por lo que cuentas. Yo desde luego vi poco de eso.
Pero hablando de banderas, patrias y patriotas poco de eso tenemos aquí y que no me diga nadie que solidaridad es lo que Trillo quiso hacer en el caso del Yak 42 al querer enterrarlos a todos juntos en un solo ataúd.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Durante esta semana, del 20 al 26 de febrero, ha estado un ex-soldado español en la puerta del Ministerio de Defensa de la calle General Yagüe en la misma situación que el que describe Arturo P. Reverte. Solo que no había perro.

Anónimo dijo...

Arturo,
Le sugiero lea el libro de Arthur Brooks titulado ¨The Road to Freedom¨. Ahí verá que la sociedad americana es mucho mas generosa que las socialdemocracias europeas y que eso de la solidaridad de nuestros pueblos es todo ¨verso¨como decimos en Argentina. Hace 17 años que vivo en los EEUU y esta sociedad ha sido mucho más abierta, solidaria, y generosa de lo que son nuestros pueblos europeos que solo hacen solidaridad de la puerta de la casa hacia adentro y que el vecino se joda. Tanto es así que lo notas en la decidia por el bien publico, donde las calles y las plazas están todas sucias y la gente tira papeles, cigarillos, etc en las veredas pero sus casas son impecables.
EE.UU es de los pocos países donde la bandera aún significa algo y donde sus ciudadanos (excepto las elites acomodadas de las costas) están aun dispuestos a morir por sus ideales. A diferencia de los europeos que ya hasta ni quieren discutir en un bar entre ellos que esta bien o mal. Según ellos todo esta bien, las diferencias son siempre para ser aplaudidas aunque sean barbáricas.