Hablaba hace dos semanas en esta página de ingratitud y falta de memoria en España; y al hilo de eso acabo de acordarme de un fulano con el que ceno cada noche de viernes desde hace veintiocho años. Se llama Antonio Cardenal, y a estas alturas se me hace cuesta arriba decidir si debo llamarlo amigo o hermano. De las catorce películas y series de televisión que han hecho de mis historias, siete las produjo él; pero no es ése el motivo de nuestra amistad. La causa reside en cómo es. En su ingenio, su sentido del humor, su bondad, su lealtad inquebrantable y su forma epicúrea de ver la vida como un lugar donde, ya que venimos a estar sólo un rato, debemos procurar que, al menos, ese rato sea lo más divertido posible.
Antonio es un genio. Es, posiblemente, el hombre con más talento que conocí en mi vida. Su cuñado el actor Fernando Sancho lo vinculó desde jovencito al cine, y no ha parado de trabajar en eso desde entonces; pero consigue que cualquiera que se toma una copa con él –experiencia que marca para siempre– llegue a pensar que no ha dado golpe en su vida. Todo parece importarle un pito, y más desde que se retiró de las pantallas. Allí donde está suenan sus carcajadas, como riéndose del mundo y de cuanto contiene. Es alto, feo y tiene un ojo a la virulé, pero las mujeres lo adoran y los hombres se disputan su compañía. En su juventud tuvo novias famosas y espectaculares, y luego un amor triste –lo único triste en su vida– por una mujer bellísima que lo marcó para siempre, y cuya muerte hizo que no se haya casado jamás. Ama el cine y el fútbol, por ese orden. Y por encima de ambos, ama a sus amigos.
Empezó publicitando películas ajenas, y a él se deben, entre muchos otros, los espectaculares lanzamientos de Tiburón, Grease, Jesucristo Superstar y La guerra de las galaxias, por citar sólo cuatro. Metido después de lleno en la producción, hizo veinte películas, los nombres de cuyos directores y actores son también una nómina viva del cine español de ese tiempo: Uribe, Díaz-Yanes, Olea, Urbizu, Landa, Sancho Gracia, Coronado, Carmelo Gómez, Aitana y casi todos los demás. En su vida profesional, Antonio consiguió, aparte de Goyas para sus películas –uno lo tuvimos juntos por El maestro de esgrima–, hazañas que parecían imposibles en el cine español. Siempre fue un productor de verdad, de los que arriesgaban su dinero en vez de vivir a costa de dinero ajeno, como hace la mayor parte de la industria cinematográfica en España. Como productor contrató a Roman Polanski para llevar al cine con Johnny Depp El club Dumas, que se llamó La Novena Puerta, y logró que Viggo Mortensen protagonizara Alatriste: dos películas enormes como nunca antes había levantado un productor español. Con ellas hizo un taquillazo espectacular; pero con la segunda logró también –cocina interna de productores– ser el único que se la ha endiñado por detrás a Paolo Vasile, el capo de Telecinco. Y cuando durante una cena le pregunté a Paolo por qué no se vengaba, siendo como es un tipo duro, el italiano respondió: «Porque Antonio es una buena persona». Lo que, dicho por semejante tiburón, dice mucho y bien de ambos.
Con Antonio viví momentos maravillosos: horas felices, películas en marcha, rodajes espectaculares, diez años yendo juntos al festival de San Sebastián, cuando su mesa en el bar del María Cristina era tertulia permanente de cine e ingenio, donde acudían los más importantes productores, directores, actores y actrices. Porque Antonio Cardenal es también, por currículum, buena parte de la historia del cine español de los últimos treinta años. Jamás quiso brillar, salir en las fotos, quitar protagonismo a sus actores y sus películas. Siempre se quedaba aparte, discreto e invisible, apoyado en la barra del bar más cercano, con un whisky en las manos y su sonrisa bondadosa y guasona, disfrutando del éxito público de los demás. Contándote el último chiste.
Quizá por todo eso la gente del cine no solía mencionarlo demasiado; e incluso ahora, quienes se dicen sus amigos lo olvidan cuando hablan de las películas que gracias a él protagonizaron o dirigieron. Por eso escribo hoy esta página, para recordárselo a todos ellos. Para decir que Antonio Cardenal, aunque retirado del oficio, sigue vivo y es uno de los últimos de aquella estirpe de grandes productores cinematográficos a quienes tanto debe el cine español. Y la Academia de los premios Goya, siempre olvidadiza con él en materia de homenajes, debería tenerlo presente.
17 de junio de 2018
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