domingo, 16 de enero de 1994

Los Balcanes


Nunca intento explicarlo. Quizá porque soy, ante todo, un reportero, y resulta más fácil narrar hechos que analizarlos. Ya saben: aquí una bomba, aquí un muerto, aquí un hijo de la gran puta. Lo que pasa es que estoy cansado de que me lo pregunten y poner cara de ignorancia mientras encojo los hombros, como si eludiera la responsabilidad.

Imagino que, en el fondo, lo que ocurre es que no llego a diferenciar esta guerra de las otras, porque en realidad es la misma barbarie. Desde Troya a Mostar, o Sarajevo, siempre se trata de la misma guerra. Cuando lo de Troya yo era todavía muy joven, pero en los últimos veinte años he visto unas cuantas. No sé qué les contarán otros. Pero yo estaba allí, y les juro que siempre es la misma.

Los Balcanes fueron zona de frontera. En ese lugar estaba la línea de confrontación entre los imperios austrohúngaro y turco, y las poblaciones de uno y otro lado fueron, durante siglos, verdugos y víctimas en las diversas tragedias que deparó la Historia. Soldados y funcionarios imperiales, fugitivos que se refugiaban en el otro lado, musulmanes cristianizados, cristianos islamizados. Eran guerras a la manera clásica, con esa escuela oriental siempre eficaz y devastadora: represalias, pueblos pasados a cuchillo, mujeres violadas, cosechas incendiadas. Ya saben. Lo han visto en las películas y lo recordarían ustedes —aquí también lo hubo— de no ser porque el paso del tiempo cerró heridas que allí, en la extinta Yugoslavia, sangran todavía. Al fin y al cabo, hace sólo cien años Sarajevo era todavía turco.

Quizás ahí esté la madre del cordero. En Europa, las hogueras de la Inquisición, la toma de Granada, el tributo de las cien doncellas, la noche de San Bartolomé, la conjura de los Boyardos, Crécy, Waterloo, los náufragos de la Invencible asesinados en las costas de Irlanda, el dos de Mayo, son asuntos lejanos, tamizados por el tiempo, asumidos como parte de un pasado que ya no tiene vínculo físico con el presente.

El actual hombre europeo, bien porque comprende la Historia o bien porque la ignora, no suele respirar por heridas abiertas. Pero en los Balcanes la memoria es más reciente. Los bisabuelos de quienes ahora combaten, aún se acuchillaban en nombre de la Sublime Puerta o de la Viena imperial. La cuestión serbia encendió la Primera Guerra Mundial, y durante la Segunda, las atrocidades de ustachis croatas por una parte, y de chetniks serbios por otra, dejaron bien fresca una tradición de agravios y de sangre. No es casual que en esa tierra, incluso antes de la guerra -de esta guerra-, las mujeres fueran tristes y los hombres tuviesen ya muy mala leche.

Pero hay que entenderlos. Después de todo, cada familia cuenta con un bisabuelo degollado por los turcos, un abuelo muerto en las trincheras de 1917, un padre fusilado por los nazis, la ustacha, los chetniks o los partisanos. Y desde hace tres años, a eso hay que sumarle una hermana violada por los serbios en Vukovar, un hijo torturado por los croatas en Mostar, un primo hecho filetes por los musulmanes en Gorni Vakuf.

Y ése es el problema. Que allí cada fulano lo tiene todo muy fresco, muy reciente. Por eso los Balcanes entraron teñidos en sangre en el siglo XX y entrarán del mismo modo en el XXI. El nacionalismo serbio, todos esos intelectuales que ahora pretenden lavarse las manos tras parir criminales como Milosevic y Karadzic, manipularon esos fantasmas para enfrentar entre sí a un país que no deseaba la guerra y que, a pesar de ello, fue empujado a hacerla a sangre y fuego. Los métodos más sucios fueron impuestos en práctica, ante la pasividad cómplice de una Europa incapaz de dar un puñetazo a tiempo sobre la mesa y frenar la barbarie. Esa diplomacia europea sin pudor y sin redaños, gratificando la agresión serbia con la impunidad, hizo que primero croatas y después musulmanes bosnios se subieran al carro de la limpieza étnica y el degüello. Puesto que la canallada es rentable, se dijeron, seamos canallas antes que víctimas.

Por eso los Balcanes están anegados en la sangre y en la mierda, y van a seguir estándolo mucho tiempo. Esa es la causa de que uno sienta tanto malestar y tanta vergüenza cada vez que se ve en la necesidad de explicar el tema. Respecto a los Balcanes, prefiero ser reportero y limitarme a contar lo que pasa. Mejor eso que analista lúcido y desengañado. O que ministro de exteriores comunitario, camuflando el cobarde fracaso de Europa con risitas idiotas y absurdos mensajes de esperanza.

16 de enero de 1994

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