Lo malo de esta página de El Semanal es que debes teclearla dos o tres semanas antes de que se publique, y nunca sabes qué diablos puede haber pasado entre una cosa y otra, imagínense que uno va y dice, por ejemplo, que el Titanic es un barco insumergible, estupendo, de pata negra, y el domingo correspondiente el comentario sale junto a la noticia de que el Titanic se ha ido a pique con mil quinientos pasajeros. Esto viene a cuento porque hoy -quiero decir hace tres semanas- la infama Elena todavía es soltera; pero cuando esto se publique, o sea, el domingo 26 de marzo, y a menos que en la catedral de Sevilla alguien se haya levantado a decir que tiene un impedimento -que no creo-, o que hayan proclamado la III República, la infanta Elena y Jaime Marichalar serán, presumo, marido y mujer amén de duques de Lugo.
Vaya por delante que a uno le gusta que se casen las infantas, si les apetece; porque las infantas son gente educada, que sabe estar, y además son unas señoras, y no como otras principitas aficionadas que yo me sé, chocholocos que terminan liándose con macrós de discoteca y con guardaespaldas. Y en el improbable caso de que las infantas de España no fueran como son, tampoco encontraría nada objetable a que se casaran a su aire, por la iglesia, por lo civil o por el rito malayo, si tal fuera su gusto. Esto puede parecer una perogrullada, pero conviene matizarlo en vista de la cantidad de opiniones, debates, comentarios, juicios y chorradas que desde el anuncio de la boda nos ha venido endilgando el personal que vive de darle a la mojarra en la radio, en la tele y en la letra impresa. Pero el premio a la guipo-Hez nupcial se lo lleva cierto comentarista que, al anunciar su retransmisión de la boda, lo hizo matizando que procuraría hacer un trabajo profesional y objetivo, incluyendo todas las opiniones, a favor y en contra.
Y es que este país es la teche, que comentaba el otro día, entre caña y caña, mi compadre el novelista andaluz Antonio Hernández (el de Sangrefría y Nana para dormir francesas, que el día que encuentre un editor como Dios manda se va a forrar). Ahora resulta que la objetividad consiste en buscar a quien le ponga pegas a que una infanta de España se case, y además de blanco y en la catedral de Sevilla, y llevarlo a su programa para que lo diga. Así todo queda más equilibrado, más compensadlo, y a uno no lo acusan de monárquico o de vayaustéasaber, en este patio de Monipodio donde todo el mundo le tiene tanto miedo a las etiquetas y al qué van a decir, cielos, si me ven con esta pinta.
Pero lo grave del asunto no es que haya idiotas de ese calibre; sino que, seguro, encuentran contertulios dispuestos a asumir alegremente el papel. Algo así como desde mi punto de vista me parece excesivo lo de la catedral, oiga, en estos tiempos de crisis, la casa real debería dar ejemplo de austeridad: una cosita en plan Rocío Jurado y Ortega Cano, como mucho. O un gesto solidario con el pueblo: una parroquia marginal, con el cura en zapatillas de deporte bajo la sotana. Porque los Reales Alcázares son un despilfarro, y más con Roldan y el Gal y todo eso. Además, sé de buena tinta que ella de quien estuvo enamorada fue del príncipe de Bel Air. Y el traje de novia es discutible, porque ha costado una pasta con la que se podrían construir escuelas en Las Hurdes. Además, a quién se le ocurre casarse en España en estas fechas, o en este siglo. Y a todo esto, con la hípica ya se sabe: ¿consta que ella sea virgen?
Decía Loewenstein, me parece, que el análisis del hecho termina por destruir el concepto. Aquel fulano, que era un economista serio, se refería, lógicamente, al análisis serio, científico, con argumentos de rigor en la mano. Imagínense entonces lo que va a quedar de los hechos y de los conceptos en esta pobre España, donde además de la tierra quemada que nos está dejando toda esta cuerda de picaros y de mangantes, cualquier imbécil o cualquier analfabeto con acceso a firma, cámara o micrófono, tiene cuajo suficiente para pontificar sobre lo divino y lo humano con una frivolidad y un aplomo que dan escalofríos. Aquí pegas una patada en el suelo y te salen de bajo la alfombra veinte líderes de opinión expertos en derecho internacional, politólogos, licenciados en antiterrorismo, censores de las monarquías, magos de las finanzas, críticos de fino paladar sobre cine, televisión, arte y literatura, dispuestos a puntualizar muy serios, y como quien no dice todo lo que sabe, si las infantas deben casarse de organdí, raso o tul ilusión, en la catedral de Sevilla o en el 13 de la rue del Percebe. Hay que joderse.
26 de marzo de 1995
Vaya por delante que a uno le gusta que se casen las infantas, si les apetece; porque las infantas son gente educada, que sabe estar, y además son unas señoras, y no como otras principitas aficionadas que yo me sé, chocholocos que terminan liándose con macrós de discoteca y con guardaespaldas. Y en el improbable caso de que las infantas de España no fueran como son, tampoco encontraría nada objetable a que se casaran a su aire, por la iglesia, por lo civil o por el rito malayo, si tal fuera su gusto. Esto puede parecer una perogrullada, pero conviene matizarlo en vista de la cantidad de opiniones, debates, comentarios, juicios y chorradas que desde el anuncio de la boda nos ha venido endilgando el personal que vive de darle a la mojarra en la radio, en la tele y en la letra impresa. Pero el premio a la guipo-Hez nupcial se lo lleva cierto comentarista que, al anunciar su retransmisión de la boda, lo hizo matizando que procuraría hacer un trabajo profesional y objetivo, incluyendo todas las opiniones, a favor y en contra.
Y es que este país es la teche, que comentaba el otro día, entre caña y caña, mi compadre el novelista andaluz Antonio Hernández (el de Sangrefría y Nana para dormir francesas, que el día que encuentre un editor como Dios manda se va a forrar). Ahora resulta que la objetividad consiste en buscar a quien le ponga pegas a que una infanta de España se case, y además de blanco y en la catedral de Sevilla, y llevarlo a su programa para que lo diga. Así todo queda más equilibrado, más compensadlo, y a uno no lo acusan de monárquico o de vayaustéasaber, en este patio de Monipodio donde todo el mundo le tiene tanto miedo a las etiquetas y al qué van a decir, cielos, si me ven con esta pinta.
Pero lo grave del asunto no es que haya idiotas de ese calibre; sino que, seguro, encuentran contertulios dispuestos a asumir alegremente el papel. Algo así como desde mi punto de vista me parece excesivo lo de la catedral, oiga, en estos tiempos de crisis, la casa real debería dar ejemplo de austeridad: una cosita en plan Rocío Jurado y Ortega Cano, como mucho. O un gesto solidario con el pueblo: una parroquia marginal, con el cura en zapatillas de deporte bajo la sotana. Porque los Reales Alcázares son un despilfarro, y más con Roldan y el Gal y todo eso. Además, sé de buena tinta que ella de quien estuvo enamorada fue del príncipe de Bel Air. Y el traje de novia es discutible, porque ha costado una pasta con la que se podrían construir escuelas en Las Hurdes. Además, a quién se le ocurre casarse en España en estas fechas, o en este siglo. Y a todo esto, con la hípica ya se sabe: ¿consta que ella sea virgen?
Decía Loewenstein, me parece, que el análisis del hecho termina por destruir el concepto. Aquel fulano, que era un economista serio, se refería, lógicamente, al análisis serio, científico, con argumentos de rigor en la mano. Imagínense entonces lo que va a quedar de los hechos y de los conceptos en esta pobre España, donde además de la tierra quemada que nos está dejando toda esta cuerda de picaros y de mangantes, cualquier imbécil o cualquier analfabeto con acceso a firma, cámara o micrófono, tiene cuajo suficiente para pontificar sobre lo divino y lo humano con una frivolidad y un aplomo que dan escalofríos. Aquí pegas una patada en el suelo y te salen de bajo la alfombra veinte líderes de opinión expertos en derecho internacional, politólogos, licenciados en antiterrorismo, censores de las monarquías, magos de las finanzas, críticos de fino paladar sobre cine, televisión, arte y literatura, dispuestos a puntualizar muy serios, y como quien no dice todo lo que sabe, si las infantas deben casarse de organdí, raso o tul ilusión, en la catedral de Sevilla o en el 13 de la rue del Percebe. Hay que joderse.
26 de marzo de 1995
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