Últimamente tenemos la mano muy larga. Con el menor pretexto nos liamos a guantazos en un semáforo, en las fiestas del pueblo, en los directos de la tele. No hay acto público o privado que no termine a hostias. Un encierro, un trasvase, la procesión de la Patrona: todo vale para repartir estiba. El paisaje se nos está llenando de fulanos que se zarandean unos a otros mentándose a los muertos más frescos, de gente desencajada procediendo a linchamientos sumarios. Lo mismo le abren la cabeza con un botijo a un concejal ante el trono de la Virgen, que un encierro de la sierra madrileña se convierte en motín callejero y, de paso, inflan a las abuelitas y a los periodistas que pasaban por allí.
Lo malo de esa violencia desmedida es que no resulta difícil de comprender. Amén de las crispaciones sociales modernas, la influencia de la televisión y la pérdida constante de referencias culturales, en España disfrutamos de doce años de gobierno basado en la estafa sistemática de las esperanzas de los ciudadanos. Con una oposición que sólo es capaz de repetir «Vayasesonizala» mientras espera a que el aludido se muera de viejo, y un país lleno de paro y desesperación, donde en vez de con nuestros recursos vivimos de los fondos de ayudas de la Comunidad Europea, donde se mantiene el IPC porque suben los precios de la comida pero bajan los televisores y los automóviles, donde ahora resulta que tenemos que importar los cereales y las patatas, y donde el aceite de oliva -vendido a los italianos- se trae de fuera a casi mil pesetas el litro, no es extraño que den ganas de pegarle fuego al sursum corda y que el personal ande por ahi caliente, pidiendo sangre. La de quien sea.
El resultado es que aquí no se respeta a nadie, y sales a la calle listo para arder como la pólvora. Y cuando no son los regantes murcianos, son los cretinos de las esvásticas, los mohicanos de las botas, los jarrais de los cojones o los hueveros cátala únicos, que se autoerigen en chulos de la vía pública azuzados por sus mayores, como aquellos prendas de Munich a sus nazis o las señoras de Serrano a sus fachas jovencitos de los 70. Todo eso gracias a la irresponsabilidad de tenderos sin escrúpulos, nacionalistas analfabetos y curas trabucaires, y a la ambigua pasividad de las variopintas policías y autoridades locales. Y como aquí cuando éramos pocos siempre pare la abuela, España se ha convertido en poco tiempo en una algarada de retrasados mentales, de gañanes y de gentuza.
No sé a qué cantamañanas oí el otro día en la radio -me parece que era directora general o delegada de algo- anunciando una campaña audiovisual con anuncios y videoclips y musiquitas para frenar a los violentos y convertirlos en JASP. Algo del tipo: nene, pupita, malo. O sea, ya se pueden imaginar. Y claro, apenas pasen el anuncio entre lo de Isabel Gemio y Chuck Norris, los rapadines y los etarrillas y los pujolectes junior y toda la basca, van a ver la luz y a abrazar entre sollozos a sus semejantes con mecheritos encendidos y cantando eso de wiardechildren wiardepipol, o como se diga. Venga ya. Ignoro lo que entenderán algunos por violencia, pero el arriba firmante pasó la mitad exacta de su vida viendo violencia de la de verdad, de pata negra, y tiene la certeza histórica de que a los violentos sólo se les frena impidiendo que lo sean al hacerles justicia oportunamente; y cuando carecen de razón, metiéndoles el miedo de Dios en el cuerpo con un riguroso, puntual y oportuno ejercicio de la Ley. El único problema es que para eso hay que tener el coraje de hacer respetar la ley, en lugar de usarla como bidé para el chichi de la Bernarda.
Quiero decir con eso que el presidente Clinton, verbigracia, puede bombardear a los serbios de Bosnia sin complejos, ni miedo a que nadie lo tache de totalitario; porque hay leyes internacionales que respaldan su actuación, y además fue elegido democráticamente para cosas así, entre otras. El problema surge cuando los caciques y aprendices de brujo locales juegan con la demagogia más reaccionaria y más canalla, o carecen, por su propia condición miserable, su inseguridad democrática y su escasa talla política, de la conciencia tranquila y la confianza suficiente en sí mismos y en su razón para defender a los ciudadanos a quienes pretenden tutelar, ejerciendo la autoridad que es su obligación, y es su derecho.
En España estamos empezando a admitir la pajarraca callejera, y el pasteleo de quienes la rentabilizan, como algo normal. Se trata de algo triste y peligroso, porque, ¿recuerdan?, habíamos pagado un precio muy alto -más cuarenta años de IVA- para salir de todo eso.
8 de octubre de 1995
2 comentarios:
Curioso, ese mismo 1995 yo entrenaba un equipo de futbol sala de niños de quinto de EGB. Durante toda la temporada el comportamiento de los padres que venían a los partidos fue correcto, pero un día que yo no pude ir y se puso uno de los padres a dirigir el partido, acabó liado a tortas con otro padre que le recriminaba que no hubiese puesto a su hijo en todo el partido. Desde luego ese año algo había en el aire, en el agua o en la comida para que la gente se volviera tan majareta. Un saludo
Te has fijado que siempre acabamos matandonos entre nosotros???
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