domingo, 29 de octubre de 1995

No quiero ser jurado


Discúlpame, Celedonio, pero ni hasta arriba de jumilla. Alegaré objeción de conciencia, insumisión o lo que haga falta. Pagaré la multa correspondiente si tengo viruta; y si no, iré al talego. Eso, salvo que decida echarme al monte con una escopeta del doce y una canana de postas, que también puede ser. Pero puedo asegurarte que el arriba firmante nunca estará en el jurado que te juzgue, aunque salga mi nombre en esa bonoloto judicial que se avecina. Te lo juro por mis muertos más frescos.

A ver si nos entendemos, Cele, colega. Lo del jurado está muy bien, entre otras cosas porque la aplicación de la Dura Lex sed Lex en España mediante el sistema de un juez en plan Juan Palomo se parece bastante al cara o cruz. Es decir: yo consigo asesinar al novio de Claudia Schiffer e irme con ella un mes a Corfú, por ejemplo, en plan crimen perfecto y sin una sola prueba en mi contra, y según se le ponga al magistrado pueden caerme treinta años, o, en cambio, salir a hombros de la sala. Tú dirás que lo mismo ocurre con el jurado; pero en tal caso, arguyo, no dependes del capricho, antipatía, senilidad o mala digestión de un solo fulano, sino de doce. Y la cosa se equilibra.

Con esto quiero decirte que nada tengo contra el invento. Así que no confundas mis escrúpulos con el plantel de capullos en flor que se rasgan la toga propia o ajena alegando que los ciudadanos carecen de conocimientos técnicos. Y tampoco quiero verme incluido entre quienes sostienen que doce fulanos presuntamente justos son el bálsamo de Fierabrás. Ni considero la figura del Su Señoría como socialmente de derechas y la del jurado de izquierdas -importante gilipollez que he leído hace poco no sé dónde-, o viceversa. Pasa, Celedonio, que a uno no le apetece mezclarse en ciertos números de circo. Y, tal como está el patio, ser jurado en España lleva todas las papeletas.

Imagínate el panorama; tú, Celedonio Sánchez Machuca, te levantas mañana con los cables cruzados y le das matarile con un hacha a tu foca, a tu suegra, a tres vecinos y a un cobrador de la ORA que pasaba por la calle, y luego vas y te fumas un puro. La justicia procede con su celeridad habitual, y para cuando por fin llega el juicio, tu caso ha sido ya juzgado, condenado y/o absuelto doscientas veces en los diversos medios de comunicación, radios, periódicos y televisiones varias. Nieves Herrero, San Lobatón, Isabel Gemio, las Virtudes, Farmacia de Guardia, Al Filo de lo Imposible, amén de todos los telediarios y los informativos locales por cable, han sacado a tus vecinos diciendo que a Celedonio se le veía venir y que la culpa la tiene el PSOE. Por su parte, las tertulias radiofónicas habrán analizado profunda y pormenorizadamente tus mecanismos psicológicos presuntos, emitiendo inapelable veredicto los sociólogos habituales, los eximios juristas de plantilla y el Pato Lucas. Incluso las implicaciones políticas (el vigilante de la ORA estaba sindicado en CCOO), étnicas (tu suegra era de Oyarzun) y lingüísticas (un vecino se llamaba Jordi) habrán sido planteadas con el rigor habitual en estos casos. Y por supuesto, el jurado no tendrá necesidad de la vista oral para enterarse de los hechos, pues todas las diligencias y declaraciones de los testigos habrán sido previamente publicadas en los periódicos pese al secreto del sumario, filtradas por tu abogado, por la acusación particular, por el secretario del juzgado o por la madre que te parió. Con lo que convendrás conmigo, Celedonio, el trabajo del jurado -el juicio, incluso- se simplifica un huevo.

Mas no para ahí la cosa. En cuanto a las pruebas periciales, por ejemplo, y para mostrar su eficacia, la Policía habrá difundido en rueda de prensa cómo recurrió a técnicas alemanas para probar tu autoría evaluando el grado de afilamiento, o como se diga, del hacha; de modo que la próxima vez descartas el hacha y te cargas a la prójima con el rodillo de amasar, que es menos evaluable. A todo eso añádele cámaras de televisión retransmitiendo el juicio en directo, tu careto en Lo que necesitas es Amor, el telediario, los nombres, apellidos y domicilios de los jurados publicándose en la prensa, los flashes de las fotos, el mogollón de periodistas a cada entrada y salida. Y las declaraciones de cada jurado pormenorizando qué es lo que votan los otros once, en este país donde la justicia se ha convertido en un cachondeo moruno, en un descontrol informativo, radiofónico y audiovisual con más agujeros que la ventana de un bosnio.

Así que lo siento, Celedonio, pero no cuentes conmigo. Me declaro objetor de conciencia judicial para los restos. Y que te sea leve.

29 de octubre de 1995

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