domingo, 24 de marzo de 1996

Los que siempre ganan


Deben de estar durmiendo fatal por las noches. No es fácil pasarse al vencedor cuando no está claro quién lo es, ni por cuánto tiempo. Por eso han bajado un poco el tono, por si los cuatro años se quedan en dos, o en unos pocos meses. Qué distinto oírlos poco antes de las elecciones, cuando la mayoría aplastante del PP parecía cantada, y por ahí andaban, los tíos, en el bar, en el puesto de trabajo, en el taxi. Vamos a ganar, decían. Algunos, los más optimistas, echaban mano al bolsillo y sacaban el carnet del PP, todavía con la tinta fresca, y te lo enseñaban sin empacho alguno. Eran -son- los mismos que te decían hemos ganado hace trece años, despertándose socialistas de toda la vida tras haber sido palmeros finos de la UCD o de lo que hizo falta. Son los oportunistas del día siguiente, los reconvertidos de la mayoría. Los que se apresuran a sacar tajada adulando al vencedor, y luego se limitan a sonreír, prudentes, por si dura poco. Los mierdas que siempre flotan.

Tengo una vecina que se llama Reme y es muy de derechas, militante del PP desde que la cosa se llamaba Alianza Popular. En los últimos diez o doce años, mientras el marido curraba como un hombre de color para ganar pasta y echarle gasolina de 98 al Bemeuve, ella iba a la peluquería y al aerobic y al bodyshop o como se llamen para estar buenísima, y luego poder marcar cacha con mini-falda, bien ceñidita, en los mítines de Aznar o pegando carteles o echándole unos aplausos a Tejero cuando se lo encuentra en Pryca porque ese hombre, digan lo que digan -dice la tía- es un patriota.

Y mi vecina se quejaba el otro día, hay que ver, Fulano de tal y Chichita, su legítima, con quienes dejé de hablarme hace cuatro años, oye, siempre con Felipe por aquí y Felipe por allá, acusándome a mí de nazi y a mi marido de imbécil, y el otro día estoy en el recuento de las papeletas y aparecen sonriendo de oreja a oreja, hemos ganado, dicen, y luego en la fiesta del partido, como te lo cuento, a la hora del champán, que aparecen de nuevo y nos abrazan, y abrazan al alcalde, y nos dicen otra vez que hemos ganado, y van por ahí abrazando a todo el mundo, y yo alucino en colores, te lo juro, qué vergüenza, toda una vida de centro-derecha honrada como la mía para que ahora te vengan los conversos de última hora, a darte por saco. Y luego me entero que también fueron a la fiesta del Pesoe, por si acaso.

Cómo lo ves.

Y yo le digo que cómo lo voy a ver. Que ya iban de lo mismo los guerrilleros de Viriato que se apuntaron a cursos intensivos de latín en cuanto le dieron matarile a su jefe; los que tras contemporizar con los franceses y mirar a otro lado el 2 de mayo de 1808 corrieron después a uncirse al carruaje de Fernando VII -otro que tal- gritando vivan las caenas; los que se proclamaban liberales o conservadores según la partida armada que se acercaba a su pueblo; los heroicos falangistas de última hora que rapaban a mujeres e hijas de rojos y competían a ver quién levantaba más tieso el brazo; los que se autodenominaban sucesivamente monárquicos de toda la vida, republicanos de toda la vida, derechistas de toda la vida. Me refiero a los cobardes que siempre contemporizan: a los que sonríen humildes mientras reciben las bofetadas, a los que sobreviven poniendo a la señora, y el culo si hace falta, a disposición del vencedor. Me refiero a los hijos de puta de toda la vida.

En este país, como en todos, los hay a millares. Siempre más papistas que el papa, dando voces y puñetazos en la mesa, dispuestos a acuñarse una impecable biografía adecuada a la coyuntura. Denuncian a antiguos amigos, salen en las fotos, escalan peldaños en las filas de los vencedores. Algunos, los más avezados en correr como ratas por las cuatro esquinas de la política, obtienen siempre, gane quien gane, prebendas y beneficios. Otros, la mayor parte, suelen conformarse con seguir tirando; con sobrevivir gracias a la bajada de pantalones, el plus, los gestos conciliadores que la cobarde condición humana, la esperanza de lucro, el instinto de supervivencia, hacen para congraciarse con el poder en momentos de cambio, o de crisis.

Compadezco a las mujeres que los miran revolverse en la almohada, de noche; a los hijos convertidos en cómplices que los oyen justificarse a la hora de la cena. Pero sobre todo compadezco a quienes caen bajo su bota; a las víctimas que eligen para probar en ellas su limpieza de sangre, su pureza de intenciones, su honradez y coherencia política, cuando tienen claro qué coherencia política conviene tener. Nada más cruel, más arrogante ni más miserable, que quien pretende hacer olvidar de golpe diez o veinte años de su pasado.

24 de marzo de 1996

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