Algún jefe de la Benemérita anda cabreado porque, según encuesta realizada entre los agentes de Picolandia en Cataluña, un altísimo porcentaje de números y númeras del Cuerpo está dispuesto a colgar el tricornio y pedir su ingreso en los mozos de escuadra, la policía autonómica que a finales de año asumirá las competencias de tráfico de la Guardia Civil. Cierto viejo amigo, un teniente coronel picoleto que hace tiempo me marcaba a los mafiosos ingleses en la Costa del Sol para que yo los reventara en el telediario, me comentaba el asunto muy abatido, el pobre, hablando de traición. Y yo le decía no, mi Tecol, de traición nasti de plasti. Lo que pasa es que el tinglado de la antigua farsa se está yendo definitivamente al carajo. Y cada cual echa a nadar como puede. Y puestos a que esto se parta sin remedio, la gente, y es natural, intenta quedarse en los mejores pedazos. Porque a estas alturas, hasta el picolín menos agudo entiende la diferencia entre ser guardia civil en la España que va a quedar, y mosso de esquadra en la Cataluña que se están montando. Y es que uno puede ser benemérito, pero no gilipollas.
A ver si llamamos a las cosas por su nombre. En este país de demagogos, de minorías que gobiernan con cuatro votos y mucho apaño, y de desaprensivos que dicen representar al pueblo, lo que algunos nunca podremos perdonar al Partido Socialista Obrero Español es qué con su soberbia, su cobardía y su desmedido afán por trincar, hiciera posible el aterrizaje de una derecha, débil para más inri, que por asegurarse una o dos legislaturas es capaz de vender hasta el rosario de su madre. Y España, tras haber sido saqueada y sodomizada por aquella presunta izquierda ilustrada -una cuerda de señoritos y mangantes de amplio espectro a quienes estalló su propia chulería en mitad de las pelotas-, en este momento es un país sometido al saqueo de las derechas, tanto la de los morigerados meapilas que ejercen nominalmente el poder central, como la derecha catalana y la derecha vasca. Porque, por mucho que nos pinten la burra de verde con el Guernica y con Felipe V, esto no es más que un pasteleo de compadres de derechas, un enjuague de golfos insolidarios, de políticos que huyen hacia adelante, de trileros dispuestos a desmantelar el Estado en beneficio de los mercachifles de siempre. Y la tela, la viruta para la canonización de San Chantaje y San Monipodio, la siguen poniendo los de siempre: la ciudadanía de segunda, sangrada de impuestos para pagarles las motos y los despliegues y las inmersiones lingüísticas a otros más guapos, más listos, o con fueros de más nivel, Maribel.
Otra cosa es que deba o no ser así. Otra cosa es que España, que se hizo con mucho sufrimiento, esfuerzo y sangre, nunca llegara a cuajar como Estado fuerte, entre varias razones porque desde los Reyes Católicos a Felipe IV, digan lo que digan los manipuladores de la Historia, aquí nadie tuvo hígados para aplicar el centralismo a rajatabla que otros monarcas europeos impusieron sin escrúpulos y sin cortarse un pelo. Otra cosa es que ese Estado fuerte y solidario resulte incompatible con la naturaleza cainita y navajera de nuestro paisanaje; y que el torpe remedo de 1939, que terminó haciendo sospechosa y aborrecible la palabra patria, deba acabar como una federación de taifas europeas, una presunta monarquía plurinacional, o una casa de putas donde el tonto se calce a la más fea. Pero mira. Igual es mejor que vayamos asumiendo de una vez que ésta es la España que deseamos y nos merecemos. Una España donde la televisión, los gobernantes, los hijos y hasta la pinta que tenemos, realmente hemos ido ganándolos a pulso. Y una vez asumido todo eso, pues bueno. Quienes podamos nos acogeremos a los privilegios fiscales, laborales o de lo que sean, de las zonas afortunadas. Y quienes no, pues a fastidiarse. A buscamos la vida, o a hacer guerrilla urbana para desahogamos y ajustar cuentas con quienes nos llevaron a esto. O mandarlo todo a tomar por saco, emigrando a cualquier sitio donde no haya necesidad de presenciar a diario este espectáculo lamentable.
Quizá sea ése el futuro que nos espera. Y hasta puede que sea mejor así: las cartas sobre la mesa y cada uno montándoselo a su aire. Pero entonces que nos lo digan alto y claro y lo rematen de una vez, en vez de tanto pacto, y tanto tapujo, y tanto pedir sosiego. Y tanto tomamos por tontos del culo.
8 de junio de 1997
A ver si llamamos a las cosas por su nombre. En este país de demagogos, de minorías que gobiernan con cuatro votos y mucho apaño, y de desaprensivos que dicen representar al pueblo, lo que algunos nunca podremos perdonar al Partido Socialista Obrero Español es qué con su soberbia, su cobardía y su desmedido afán por trincar, hiciera posible el aterrizaje de una derecha, débil para más inri, que por asegurarse una o dos legislaturas es capaz de vender hasta el rosario de su madre. Y España, tras haber sido saqueada y sodomizada por aquella presunta izquierda ilustrada -una cuerda de señoritos y mangantes de amplio espectro a quienes estalló su propia chulería en mitad de las pelotas-, en este momento es un país sometido al saqueo de las derechas, tanto la de los morigerados meapilas que ejercen nominalmente el poder central, como la derecha catalana y la derecha vasca. Porque, por mucho que nos pinten la burra de verde con el Guernica y con Felipe V, esto no es más que un pasteleo de compadres de derechas, un enjuague de golfos insolidarios, de políticos que huyen hacia adelante, de trileros dispuestos a desmantelar el Estado en beneficio de los mercachifles de siempre. Y la tela, la viruta para la canonización de San Chantaje y San Monipodio, la siguen poniendo los de siempre: la ciudadanía de segunda, sangrada de impuestos para pagarles las motos y los despliegues y las inmersiones lingüísticas a otros más guapos, más listos, o con fueros de más nivel, Maribel.
Otra cosa es que deba o no ser así. Otra cosa es que España, que se hizo con mucho sufrimiento, esfuerzo y sangre, nunca llegara a cuajar como Estado fuerte, entre varias razones porque desde los Reyes Católicos a Felipe IV, digan lo que digan los manipuladores de la Historia, aquí nadie tuvo hígados para aplicar el centralismo a rajatabla que otros monarcas europeos impusieron sin escrúpulos y sin cortarse un pelo. Otra cosa es que ese Estado fuerte y solidario resulte incompatible con la naturaleza cainita y navajera de nuestro paisanaje; y que el torpe remedo de 1939, que terminó haciendo sospechosa y aborrecible la palabra patria, deba acabar como una federación de taifas europeas, una presunta monarquía plurinacional, o una casa de putas donde el tonto se calce a la más fea. Pero mira. Igual es mejor que vayamos asumiendo de una vez que ésta es la España que deseamos y nos merecemos. Una España donde la televisión, los gobernantes, los hijos y hasta la pinta que tenemos, realmente hemos ido ganándolos a pulso. Y una vez asumido todo eso, pues bueno. Quienes podamos nos acogeremos a los privilegios fiscales, laborales o de lo que sean, de las zonas afortunadas. Y quienes no, pues a fastidiarse. A buscamos la vida, o a hacer guerrilla urbana para desahogamos y ajustar cuentas con quienes nos llevaron a esto. O mandarlo todo a tomar por saco, emigrando a cualquier sitio donde no haya necesidad de presenciar a diario este espectáculo lamentable.
Quizá sea ése el futuro que nos espera. Y hasta puede que sea mejor así: las cartas sobre la mesa y cada uno montándoselo a su aire. Pero entonces que nos lo digan alto y claro y lo rematen de una vez, en vez de tanto pacto, y tanto tapujo, y tanto pedir sosiego. Y tanto tomamos por tontos del culo.
8 de junio de 1997
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