Miro una foto del ministro español de Asuntos Exteriores dándole sonriente la mano a su colega británico, y me pregunto de qué diablos sonríe don Abel Matutes. Habida cuenta, sobre todo, de que el inglés acaba de decirle que esa sugerencia de compartir la soberanía de Gibraltar durante cien años de cara a una futura devolución de la cosa, se la puede ir metiendo España por donde le quepa. Por su parte, el ministro guiri también sonríe, mirando a los fotógrafos como diciéndoles: no sé si habéis oído la propuesta de este soplagaitas. En cuanto a Matutes, parece que está mirando al inglés; pero en realidad también mira a los fotógrafos de reojo, consciente del papelón. Se trata de esa sonrisa fija, rictus conciliador y desesperado, que hizo famosa su antecesor don Javier Solana; y que parece la marca de fábrica de todo ministro español de Exteriores cuando acaban de sodomizarlo -perífrasis diplomática- los representantes de alguna potencia extranjera.
En cuanto a Gibraltar, pues bueno. Como individuo cuya memoria histórica pertenece a un lugar llamado España, me cabrean las circunstancias en que la pérfida Albión se apropió y repobló ese peñón que algunos idiotas de aquí, jugando el juego inglés hasta en esa chorrada, suelen llamar la Roca en los papeles. Me mortifica la mala fe británica, el cinismo y la poca vergüenza que en este asunto, como en tantos otros, ha utilizado Inglaterra como herramientas. Y se me cae la cara al pasar revista a la lamentable gestión de nuestra diplomacia, desde los mierdas con encajes que firmaron el tratado de Utrecht en 1713 a la mueca desolada de don Abel, sin olvidar el "ahora, a por Gibraltar" de don Francisco Franco, y aquella "breva madura" de la que hablaban sus más eximios ministros y generales.
Lo que pasa es que las cosas son como son. La diplomacia española fue torpe echándole el cerrojo a la frontera y torpe abriéndola, sin que en ninguno de los casos supiera sacar partido a la coyuntura. Y ahora, tal y como está el patio, cuando precisamente con un gobierno de derechas -tiene guasa la cosa- acabamos de descubrir que España no existe y que hemos vivido una sombra, una ficción, durante los últimos treinta siglos, cuando los hombres de hierro que rigen nuestros destinos sólo son capaces de ponerse gallitos con Cuba y asumen con alegría el papel de palanganeros de Estados Unidos y de la Otan, y cuando en Canarias van a mandar los militares norteamericanos, en Galicia el mando portugués, en el Estrecho Londres, en el Mediterráneo los italianos y en Madrid los alemanes del Cuarto Reich, no van a ser precisamente los sólidos compadres de don Abel los que recuperen Gibraltar así, por las bravas. De modo que, a estas alturas de tan lamentable feria, la pregunta que uno se hace es si no hay otras cosas más importantes en las que perder el tiempo.
Los gibraltareños, vayan y échenles un vistazo, viven como sultanes. Han colonizado el campo de Gibraltar y creado, con la complicidad indígena, una infraestructura llanito-británica cuya influencia llega hasta Málaga. Se pasan por el forro, impunemente, un mínimo de 50 normas de la Comunidad Europea. Querían que España aceptara sus pasaportes, y lo han conseguido. Quieren que se les acepte el DNI local, y se les aceptará. Quieren código telefónico propio, y lo tendrán. Y además no quieren ser españoles, cosa que me explico perfectamente en una Europa donde ser español es sinónimo de limosnear y poner el culo, mientras que ser inglés permite estar en misa y repicando. Conclusión: España tiene las mismas posibilidades de recuperar el Peñón que Isabel Gemio de ganar una beca Erasmus.
Pero, en fin. Con los gobiernos autonómicos imprimiendo para sus escolares libros de Historia, y de Lengua, y de Literatura, donde no sólo no figura Gibraltar, sino que ni siquiera figura el resto de España, ¿a quién carajo le importa un peñón más o menos? Así que es preferible que nuestra diplomacia emplee su tiempo en otros asuntos. Que en cuanto a peñones, colonias, plazas de soberanía o lo que sean, bastante ocupados vamos a estar dentro de poco entregando Ceuta y Melilla -gratis- a un Marruecos islámico, que en vez de pateras nos va a mandar muyaidines. Así, por mí, que Inglaterra, el Orejas y los llanitos se queden Gibraltar, y le pongan encima un anuncio luminoso de Winston y una foto de Lady Di. Que ya está bien de tanto hacer el gilipollas.
23 de febrero de 1997
En cuanto a Gibraltar, pues bueno. Como individuo cuya memoria histórica pertenece a un lugar llamado España, me cabrean las circunstancias en que la pérfida Albión se apropió y repobló ese peñón que algunos idiotas de aquí, jugando el juego inglés hasta en esa chorrada, suelen llamar la Roca en los papeles. Me mortifica la mala fe británica, el cinismo y la poca vergüenza que en este asunto, como en tantos otros, ha utilizado Inglaterra como herramientas. Y se me cae la cara al pasar revista a la lamentable gestión de nuestra diplomacia, desde los mierdas con encajes que firmaron el tratado de Utrecht en 1713 a la mueca desolada de don Abel, sin olvidar el "ahora, a por Gibraltar" de don Francisco Franco, y aquella "breva madura" de la que hablaban sus más eximios ministros y generales.
Lo que pasa es que las cosas son como son. La diplomacia española fue torpe echándole el cerrojo a la frontera y torpe abriéndola, sin que en ninguno de los casos supiera sacar partido a la coyuntura. Y ahora, tal y como está el patio, cuando precisamente con un gobierno de derechas -tiene guasa la cosa- acabamos de descubrir que España no existe y que hemos vivido una sombra, una ficción, durante los últimos treinta siglos, cuando los hombres de hierro que rigen nuestros destinos sólo son capaces de ponerse gallitos con Cuba y asumen con alegría el papel de palanganeros de Estados Unidos y de la Otan, y cuando en Canarias van a mandar los militares norteamericanos, en Galicia el mando portugués, en el Estrecho Londres, en el Mediterráneo los italianos y en Madrid los alemanes del Cuarto Reich, no van a ser precisamente los sólidos compadres de don Abel los que recuperen Gibraltar así, por las bravas. De modo que, a estas alturas de tan lamentable feria, la pregunta que uno se hace es si no hay otras cosas más importantes en las que perder el tiempo.
Los gibraltareños, vayan y échenles un vistazo, viven como sultanes. Han colonizado el campo de Gibraltar y creado, con la complicidad indígena, una infraestructura llanito-británica cuya influencia llega hasta Málaga. Se pasan por el forro, impunemente, un mínimo de 50 normas de la Comunidad Europea. Querían que España aceptara sus pasaportes, y lo han conseguido. Quieren que se les acepte el DNI local, y se les aceptará. Quieren código telefónico propio, y lo tendrán. Y además no quieren ser españoles, cosa que me explico perfectamente en una Europa donde ser español es sinónimo de limosnear y poner el culo, mientras que ser inglés permite estar en misa y repicando. Conclusión: España tiene las mismas posibilidades de recuperar el Peñón que Isabel Gemio de ganar una beca Erasmus.
Pero, en fin. Con los gobiernos autonómicos imprimiendo para sus escolares libros de Historia, y de Lengua, y de Literatura, donde no sólo no figura Gibraltar, sino que ni siquiera figura el resto de España, ¿a quién carajo le importa un peñón más o menos? Así que es preferible que nuestra diplomacia emplee su tiempo en otros asuntos. Que en cuanto a peñones, colonias, plazas de soberanía o lo que sean, bastante ocupados vamos a estar dentro de poco entregando Ceuta y Melilla -gratis- a un Marruecos islámico, que en vez de pateras nos va a mandar muyaidines. Así, por mí, que Inglaterra, el Orejas y los llanitos se queden Gibraltar, y le pongan encima un anuncio luminoso de Winston y una foto de Lady Di. Que ya está bien de tanto hacer el gilipollas.
23 de febrero de 1997
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