Hay gente que da bien en las fotos, o en las películas; pero cuando la cámara, que a menudo no perdona, se acerca demasiado, termina por hacerles una mala jugada. Por eso algunas actrices y bellezas oficiales, celosas de sus patas de gallo, no permiten que el implacable objetivo se acerque nunca más de la cuenta, o exigen que éste tenga una indefinición, un flu o como diablos se llame, que difumine la cosa.
Pensaba en eso hace un par de semanas, cuando la tele y España entera eran una enorme manifestación; un esclarecedor plano general. Incluso el arriba firmante -que no es por cierto un entusiasta del vamos chicos y los mecheritos- quedó patidifuso ante aquella formidable demostración de amor a la paz y a la vida. Estuve clavado ante la pantalla del televisor, incapaz de moverme. Las imágenes eran estremecedoras: manos alzadas blancas, limpias de sangre. Gritos que no eran consignas de bocadillo y autobús, sino dolor sincero y esperanza. Ondas humanas que transmitían el escalofrío frente al horror impuesto por los estúpidos analfabetos que escriben órdenes de ejecución en hojas cuadriculadas de bloc, llenas de faltas de ortografía. Gente que se daba mutuamente el calor de no sentirse sola, de mirar a uno y otro lado y ver rostros hermanos, pensamientos amigos. Era magnífico.
De vez en cuando, el realizador del directo pasaba de los planos generales a planos medios y cortos. Había madres que sostenían en brazos a sus cachorros, viejecitas, chicos jóvenes, parejas de novios, amas de casa. Algunos lloraban, otros mostraban su indignación, o su fe en que las cosas empiecen a cambiar de una vez. También había una larga fila de políticos de amplio espectro, hombro con hombro, sosteniendo una larga pancarta. Y fue entonces cuando empecé a ver más de lo que en ese momento deseaba ver. Tópeme con el rostro abotargado, aún con resaca de una borrachera de poder que le duró trece años, de un ex presidente con más morro que un oso hormiguero. Muy cerca andaba otro cuya máxima aportación personal a la política es, hasta la fecha, la frase: "vayase, sornzalez". Había también un bolchevique honrado y bocazas, al que se le paró el reloj cuando Franco era cabo. Y otro que miraba a la miraba a la muchedumbre muy serio, como intentando establecer mentalmente si los que se manifestaban eran ellos o eran nosotros; con cara de olvidar que quien lleva la tira de tiempo gobernando en el País Vasco no es la perversa España que se queda con el arte y les deja a ellos las bombas, sino su partido, él y Santa Ambigüedad bendita. Y que hay polvos cobardes que arrastran sucios lodos.
Yo veía todo aquello alrededor de la pancarta, y pardiez que hubiera dado un brazo por ver otra cosa. Y lo peor es que, después, la cámara empezó a pasearse muy en corto por la gente que llenaba las calles y las plazas. Y yo, tal vez aún bajo la impresión de los fulanos de la pancarta, no pude evitar que dos señoras que lloraban abrazadas, con la cámara demorándoseles en apabullante primer plano, me recordaran muchísimo a otras dos a las que había visto un par de días antes derramando idénticas lágrimas en el programa de Isabel Gemio, a la que, por cierto, le decían: "Dios te bendiga, bonita". Luego, detrás de un hombre y una mujer jóvenes que levantaban en alto a dos niños, vi a unas jovencitas tipo Spice muertas de risa, que se lo estaban pasando en grande con aquella movida tan solidaria y tan chupi, oyes. Y entre los que gritaban "hijos de puta" encontré rostros de jóvenes graves e indignados, y también, a mi pesar, alguna cara de animal y banderita con la gallina, que podía perfectamente haberse aplicado el mismo epíteto. Y la agresividad con que dos respetables caballeros manifestaban su rechazo a la violencia, era la misma con la que, media hora más tarde, podían estar insultándose de coche a coche en un semáforo, linchando a un vecino o dándose de bofetadas en la puerta de un ayuntamiento por una subida de sueldo o un trasvase.
Qué quieren que les diga. Aquella tarde, los fulanos de la pancarta y el realizador de la tele hicieron imposible la inocencia con que yo estaba tan feliz, solidario y mirando. O a lo mejor no tienen ellos la culpa, y lo que de verdad ocurre es que los españoles sólo damos lo mejor de nosotros mismos en plano general. Y que el primerísimo plano sólo lo superamos con dignidad en los cuadros de Goya.
3 de agosto de 1997
Pensaba en eso hace un par de semanas, cuando la tele y España entera eran una enorme manifestación; un esclarecedor plano general. Incluso el arriba firmante -que no es por cierto un entusiasta del vamos chicos y los mecheritos- quedó patidifuso ante aquella formidable demostración de amor a la paz y a la vida. Estuve clavado ante la pantalla del televisor, incapaz de moverme. Las imágenes eran estremecedoras: manos alzadas blancas, limpias de sangre. Gritos que no eran consignas de bocadillo y autobús, sino dolor sincero y esperanza. Ondas humanas que transmitían el escalofrío frente al horror impuesto por los estúpidos analfabetos que escriben órdenes de ejecución en hojas cuadriculadas de bloc, llenas de faltas de ortografía. Gente que se daba mutuamente el calor de no sentirse sola, de mirar a uno y otro lado y ver rostros hermanos, pensamientos amigos. Era magnífico.
De vez en cuando, el realizador del directo pasaba de los planos generales a planos medios y cortos. Había madres que sostenían en brazos a sus cachorros, viejecitas, chicos jóvenes, parejas de novios, amas de casa. Algunos lloraban, otros mostraban su indignación, o su fe en que las cosas empiecen a cambiar de una vez. También había una larga fila de políticos de amplio espectro, hombro con hombro, sosteniendo una larga pancarta. Y fue entonces cuando empecé a ver más de lo que en ese momento deseaba ver. Tópeme con el rostro abotargado, aún con resaca de una borrachera de poder que le duró trece años, de un ex presidente con más morro que un oso hormiguero. Muy cerca andaba otro cuya máxima aportación personal a la política es, hasta la fecha, la frase: "vayase, sornzalez". Había también un bolchevique honrado y bocazas, al que se le paró el reloj cuando Franco era cabo. Y otro que miraba a la miraba a la muchedumbre muy serio, como intentando establecer mentalmente si los que se manifestaban eran ellos o eran nosotros; con cara de olvidar que quien lleva la tira de tiempo gobernando en el País Vasco no es la perversa España que se queda con el arte y les deja a ellos las bombas, sino su partido, él y Santa Ambigüedad bendita. Y que hay polvos cobardes que arrastran sucios lodos.
Yo veía todo aquello alrededor de la pancarta, y pardiez que hubiera dado un brazo por ver otra cosa. Y lo peor es que, después, la cámara empezó a pasearse muy en corto por la gente que llenaba las calles y las plazas. Y yo, tal vez aún bajo la impresión de los fulanos de la pancarta, no pude evitar que dos señoras que lloraban abrazadas, con la cámara demorándoseles en apabullante primer plano, me recordaran muchísimo a otras dos a las que había visto un par de días antes derramando idénticas lágrimas en el programa de Isabel Gemio, a la que, por cierto, le decían: "Dios te bendiga, bonita". Luego, detrás de un hombre y una mujer jóvenes que levantaban en alto a dos niños, vi a unas jovencitas tipo Spice muertas de risa, que se lo estaban pasando en grande con aquella movida tan solidaria y tan chupi, oyes. Y entre los que gritaban "hijos de puta" encontré rostros de jóvenes graves e indignados, y también, a mi pesar, alguna cara de animal y banderita con la gallina, que podía perfectamente haberse aplicado el mismo epíteto. Y la agresividad con que dos respetables caballeros manifestaban su rechazo a la violencia, era la misma con la que, media hora más tarde, podían estar insultándose de coche a coche en un semáforo, linchando a un vecino o dándose de bofetadas en la puerta de un ayuntamiento por una subida de sueldo o un trasvase.
Qué quieren que les diga. Aquella tarde, los fulanos de la pancarta y el realizador de la tele hicieron imposible la inocencia con que yo estaba tan feliz, solidario y mirando. O a lo mejor no tienen ellos la culpa, y lo que de verdad ocurre es que los españoles sólo damos lo mejor de nosotros mismos en plano general. Y que el primerísimo plano sólo lo superamos con dignidad en los cuadros de Goya.
3 de agosto de 1997
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