Empezó como una broma hace un par de años, cuando la presentación en Madrid de El Sol de Breda. Estaba tomando una copa con Jean Schalekamp, mi traductor holandés, y con Jan Hekking, otro hereje flamenco que nació en Breda pero que, como Jean, vive en Mallorca desde el saco de Amberes, o casi. Alguien dijo que sería divertido devolver a Holanda la llave que Justino de Nassau entrega a Spínola en el lienzo de Velázquez; y yo, que debía de estar completamente etílico, dije no se hable más. Me encargo de buscarla. Luego, por supuesto, olvidé el asunto; pero los dos malditos holandeses no se olvidaron, y organizaron el evento con la tenacidad que tienen los rubios de allí. De manera que hace poco telefoneó Jean Schalekamp para comunicarme que en Breda me esperaba el alcalde para que le devolviera la llave. Le pregunté que si estaba majara, no fastidies, colega, que mi ofrecimiento era pura coña; pero Jean, con absoluta seriedad calvinista, respondió que en Holanda, coñas las justas.
Me entró el pánico que pueden suponer. A ver de dónde saco yo, pensé, la llave de Spínola a estas alturas. Con Ayuntamiento y autoridades de por medio, la cosa no podía resolverse con la llave del buzón de mi casa o cualquier otra comprada en el Rastro. Así que puse a los amigos al tajo, busca, Fido, busca, hasta que al fin Antonio Cardenal, que es productor de cine y tiene experiencia en conseguir cosas raras, me dijo: tranquilo, chaval, no te agobies, que he encontrado tu puta llave. En un anticuario, certificada del siglo XVII. Y por cierto que me ha costado una pasta, cabrón. Pero te la regalo. La llave, en efecto, era un tocho de hierro de palmo y medio, idéntica a la que pintó Velázquez; y además Antonio, que tiene sentido del atrezzo, le había puesto unos cordones y unas borlas que daba gloria verla. Así que la metí en el equipaje y cogí el avión. Menudo chalet debe de tener éste, pensarían los picoletos de Barajas al ver aquel pedazo de hierro por los rayos X.
La verdad es que en Breda los holandeses y el que esto firma nos reímos un huevo. Primero fuimos a dar una vuelta por Ginneken, Terheyden y los lugares donde se desarrollaron el asedio y las escenas del libro; y fue emocionante visitar las huellas de un antiguo baluarte que conserva su forma en el bosque, con los taludes y trincheras cavadas por los zapadores de los tercios; cerca del cual aún se encuentran restos de la batalla, como los ocho cuerpos de soldados españoles muertos en 1624 que aparecieron hace poco con sus armas y crucifijos al cuello no lejos de Breda, en Gilze. Imagínense, por otra parte, mis diálogos con los holandeses. Aquí os jodimos bien, decía yo, perros luteranos. Os dimos las del pulpo. Maldito papista, contestaba el otro, que os mandamos con vuestra Inquisición a freír espárragos. Pregúntale a aquella morena guapa que pasa por ahí quién fue su abuelo, contraatacaba yo. Seguro que se llamaba Manolo. Violadores y traganiños, eso erais, me respondían. A mucha honra, etcétera. Todo eso con mucha cerveza y mucha guasa.
Luego, por la tarde, fue el acto oficial. El Ayuntamiento estaba lleno de invitados y de periodistas, y las autoridades holandesas encaraban el asunto con una simpatía sorprendente. Ante una reproducción de La rendición de Breda que hay en el salón principal, saqué la llave y le dije al alcalde que le juraba por mis muertos que era la de verdad, y que disculpara si no me inclinaba al dársela como había hecho Justino de Nassau con Spínola; pero que si lo hacía, los huesos de los españoles enterrados en Flandes iban a removerse en sus tumbas. Así que me limitaba a darle un abrazo. Nos lo dimos, hubo fotos, copas y charla. A buenas horas, pensaba yo, íbamos en España, o como se llame ahora, a asumir esta murga con tan buen humor y tanta clase, haciendo de ella un agradable pretexto para refrescar la memoria, la cultura y la historia. Allí negaríamos hasta la españolidad de Velázquez, y todo cristo aprovecharía para hacer demagogia barata; con el resultado de que en el lienzo Nassau le estaría entregando la llave al representante de vaya usted a saber qué. Y nadie se haría responsable, porque eso de los tercios y las lanzas suena sospechoso, a centralismo bélico-franquista. Así que lo mejor es no saber dónde está Flandes, ni estudiar qué carajo pasó allí, y que maldito lo que nos importe. Para rematar, me presentaron al obispo de Breda. Y yo, que iba por la quinta copa, le dije que me holgaba, pardiez, de ver in situ a un representante de la verdadera religión; y que gracias a los viejos tercios de infantería española, él todavía iba con uniforme de cura católico y no vestido de pastor hereje. Leña al luterano, ilustrísima, añadí, hasta que duela la mano. Y que se mueran los calvinistas y los feos. Y el pobre obispo me miraba como diciéndose: no estará hablando en serio, este animal.
1 de octubre de 2000
Me entró el pánico que pueden suponer. A ver de dónde saco yo, pensé, la llave de Spínola a estas alturas. Con Ayuntamiento y autoridades de por medio, la cosa no podía resolverse con la llave del buzón de mi casa o cualquier otra comprada en el Rastro. Así que puse a los amigos al tajo, busca, Fido, busca, hasta que al fin Antonio Cardenal, que es productor de cine y tiene experiencia en conseguir cosas raras, me dijo: tranquilo, chaval, no te agobies, que he encontrado tu puta llave. En un anticuario, certificada del siglo XVII. Y por cierto que me ha costado una pasta, cabrón. Pero te la regalo. La llave, en efecto, era un tocho de hierro de palmo y medio, idéntica a la que pintó Velázquez; y además Antonio, que tiene sentido del atrezzo, le había puesto unos cordones y unas borlas que daba gloria verla. Así que la metí en el equipaje y cogí el avión. Menudo chalet debe de tener éste, pensarían los picoletos de Barajas al ver aquel pedazo de hierro por los rayos X.
La verdad es que en Breda los holandeses y el que esto firma nos reímos un huevo. Primero fuimos a dar una vuelta por Ginneken, Terheyden y los lugares donde se desarrollaron el asedio y las escenas del libro; y fue emocionante visitar las huellas de un antiguo baluarte que conserva su forma en el bosque, con los taludes y trincheras cavadas por los zapadores de los tercios; cerca del cual aún se encuentran restos de la batalla, como los ocho cuerpos de soldados españoles muertos en 1624 que aparecieron hace poco con sus armas y crucifijos al cuello no lejos de Breda, en Gilze. Imagínense, por otra parte, mis diálogos con los holandeses. Aquí os jodimos bien, decía yo, perros luteranos. Os dimos las del pulpo. Maldito papista, contestaba el otro, que os mandamos con vuestra Inquisición a freír espárragos. Pregúntale a aquella morena guapa que pasa por ahí quién fue su abuelo, contraatacaba yo. Seguro que se llamaba Manolo. Violadores y traganiños, eso erais, me respondían. A mucha honra, etcétera. Todo eso con mucha cerveza y mucha guasa.
Luego, por la tarde, fue el acto oficial. El Ayuntamiento estaba lleno de invitados y de periodistas, y las autoridades holandesas encaraban el asunto con una simpatía sorprendente. Ante una reproducción de La rendición de Breda que hay en el salón principal, saqué la llave y le dije al alcalde que le juraba por mis muertos que era la de verdad, y que disculpara si no me inclinaba al dársela como había hecho Justino de Nassau con Spínola; pero que si lo hacía, los huesos de los españoles enterrados en Flandes iban a removerse en sus tumbas. Así que me limitaba a darle un abrazo. Nos lo dimos, hubo fotos, copas y charla. A buenas horas, pensaba yo, íbamos en España, o como se llame ahora, a asumir esta murga con tan buen humor y tanta clase, haciendo de ella un agradable pretexto para refrescar la memoria, la cultura y la historia. Allí negaríamos hasta la españolidad de Velázquez, y todo cristo aprovecharía para hacer demagogia barata; con el resultado de que en el lienzo Nassau le estaría entregando la llave al representante de vaya usted a saber qué. Y nadie se haría responsable, porque eso de los tercios y las lanzas suena sospechoso, a centralismo bélico-franquista. Así que lo mejor es no saber dónde está Flandes, ni estudiar qué carajo pasó allí, y que maldito lo que nos importe. Para rematar, me presentaron al obispo de Breda. Y yo, que iba por la quinta copa, le dije que me holgaba, pardiez, de ver in situ a un representante de la verdadera religión; y que gracias a los viejos tercios de infantería española, él todavía iba con uniforme de cura católico y no vestido de pastor hereje. Leña al luterano, ilustrísima, añadí, hasta que duela la mano. Y que se mueran los calvinistas y los feos. Y el pobre obispo me miraba como diciéndose: no estará hablando en serio, este animal.
1 de octubre de 2000
3 comentarios:
¿Por qué me guata tanto leer sus artículos...?
Pues precisamente por eso: por esa manera de escribir, de dar y de demostrar que sabe de lo que habla.
Gracias por compartir, señor Reverte.
Un afectuoso saludo de uno de sus admiradores.
No soy estudiante de arte, aunque si tengo conocimientos, debido a la larga trayectoria familiar en relación con el Arte. Hace tiempo conseguí avanzar en una investigación como para poder hacer una pagina web, que es interesante sobre un cuadro, "el autorretrato perdido de Velázquez". Avisados los mayores expertos en ese momento, algunos tuvieron la oportunidad de ver el cuadro y fueron o contrarios a la autoría o se pronunciaron diciendo que era muy difícil. Entiendo que es así, pero considero que dar a conocer estos conocimientos es lo más adecuado, informo sobre ésta pagina web, www.yovelazquez.com, Es un cuadro maltratado por el tiempo, pero la lógica es la que me ha guiado
¡Genial! ¡Lo que he podido reírme!
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