Les hablaba hace dos semanas del chuletón de ternera y de que de algo hay que morir; y hoy sigo con la misma murga, porque un amigo me comentaba hace un par de días que, tal y como se ha puesto el patio de Monipodio, al final habrá que comer sólo pescado y verdura. Después mi amigo se quedó pensando y añadió que eso, claro, hasta que descubran que el pescado se engorda con harina de avestruz loca, y la verdura es transgénica, berrenda en negro y escobillada del pitón izquierdo por parte de padre. Que todo se andará, apunté yo. Que todo se andará.
Y la verdad es que mi amigo tiene razón. El ser humano es tan desalmado y tan perro cuando de conseguir beneficios inmediatos se trata, que le da lo mismo dos que veinte, y el que venga detrás, que arree. Hace poco le oí comentar a un inversionista en bolsa, con toda la razón del mundo, que no comprendía por qué cuando él arriesgaba una inversión y perdía, su desastre financiero se lo tenía que comer él solito con patatas; y sin embargo, cuando un ganadero golfo llena a sus vacas de hormonas y harinas sospechosas para triplicar la producción y luego le sale la vaca majara o el marrano mal capado, es el Estado, o sea, los contribuyentes, quienes tenemos que reembolsarle las pérdidas. La verdad es que yo tampoco veo eso muy claro, y me gustaría que alguien me lo explicara un día de estos. Si no es molestia. Porfa.
De cualquier manera, y volviendo a lo del pescado y la verdura, dudo mucho que vaya por ahí la solución. Me juego lo que quieran a que a estas alturas ya hay algún hijo de puta ingeniándoselas para multiplicar en pocos meses los beneficios que el aumento en el consumo de pescado puede producirle si se espabila a tiempo. Yo en eso ando con la mosca tras la oreja desde que las doradas y las lubinas y otros peces antaño de lujo, que en mi mocedad costaban un huevo de la cara, bajaron su precio casi hasta el de las sardinas; y eso, casual y sospechosamente, en tiempos en que el mar se parece cada vez más a un campo de exterminio nazi, y los delfines y las ballenas y los salmonetes que quedan salen a las playas a suicidarse porque están hasta las pelotas de nadar entre basura. Es que son de criadero, te dice ahora el dueño. Y cuando oigo eso del criadero me dan escalofríos, porque vete a saber la quimioterapia, o como se diga, que los bichos esos, como todos los demás, tienen que estarse tragando para lucir tan gordos y con tan poco sabor dentro. Así que, bueno. A los que somos muy de pescado a la plancha y pescadilla frita, más nos vale tragar, glubs, con estoicismo senequista de algo hay que palmar, como decía aquél, sin cavilar demasiado en lo que engulles.
Y no crean, cacho pardillos, que con las frutas y las verduras se van a ir ustedes de rositas. Porque ésa es otra. A ver si no les parece sospechoso como a mí, por poner un ejemplo, que ahora todas las manzanas sean redondas, limpias y perfectas, sin una sola mácula en la piel, todas con los mismos colores amarillentos o reflejos rojizos, que hasta el mismo número de manchas tienen cuéntenselas e incluso el rabito de todas y cada una mide exactamente los mismos milímetros. Y lo que me acojona más que nada es que no tengan gusanos. Ni uno, nunca. Antes mordías una manzana y te sabía a manzana, y a veces descubrías que había medio gusano moviéndose en el agujero del mordisco, y después de blasfemar un rato te consolabas con el pensamiento de que lo que no mata, engorda; y que si la manzana era buena para el cabrón del gusano también era buena para ti. Con lo que separabas con el cuchillo el cachito del bicho y te comías el resto tan campante. Ahora fíjense cómo será la cosa, que una de dos: o a los gusanos ya no les apetecen las manzanas y a mí tampoco, porque casi todas saben a pepino, o a las manzanas les ponen algo para que no tengan gusanos. Y a ver quién me demuestra que lo que es malo para el gusano no es malo para el hombre, habida cuenta de la escasa diferencia que uno aprecia a menudo entre ciertos hombres y ciertos gusanos.
Pero es que ni lo del gusano prueba nada. Porque no les quepa duda de que el ingenio, el ansia de enriquecerse y la poca vergüenza, que a menudo hacen letal triunvirato, resolverían también esa cuestión. En el preciso momento en que la gente empezara a reclamar gusanos en las manzanas como prueba de comestibilidad, o como se diga, las manzanas saldrían al mercado cada una con su correspondiente gusano: ya fuera un gusano auténtico de pata negra, inyectado con modernas técnicas japonesas, ya fuera un gusano sintético, de plástico o de vaya usted a saber qué, capaz incluso de decir buenos días o bailar la Bomba. Un gusano simpático del que se harían dibujos animados y camisetas, y que al final saldría hasta en los crispis para que los niños lo conservaran como mascota. Puag.
25 de febrero de 2001
Y la verdad es que mi amigo tiene razón. El ser humano es tan desalmado y tan perro cuando de conseguir beneficios inmediatos se trata, que le da lo mismo dos que veinte, y el que venga detrás, que arree. Hace poco le oí comentar a un inversionista en bolsa, con toda la razón del mundo, que no comprendía por qué cuando él arriesgaba una inversión y perdía, su desastre financiero se lo tenía que comer él solito con patatas; y sin embargo, cuando un ganadero golfo llena a sus vacas de hormonas y harinas sospechosas para triplicar la producción y luego le sale la vaca majara o el marrano mal capado, es el Estado, o sea, los contribuyentes, quienes tenemos que reembolsarle las pérdidas. La verdad es que yo tampoco veo eso muy claro, y me gustaría que alguien me lo explicara un día de estos. Si no es molestia. Porfa.
De cualquier manera, y volviendo a lo del pescado y la verdura, dudo mucho que vaya por ahí la solución. Me juego lo que quieran a que a estas alturas ya hay algún hijo de puta ingeniándoselas para multiplicar en pocos meses los beneficios que el aumento en el consumo de pescado puede producirle si se espabila a tiempo. Yo en eso ando con la mosca tras la oreja desde que las doradas y las lubinas y otros peces antaño de lujo, que en mi mocedad costaban un huevo de la cara, bajaron su precio casi hasta el de las sardinas; y eso, casual y sospechosamente, en tiempos en que el mar se parece cada vez más a un campo de exterminio nazi, y los delfines y las ballenas y los salmonetes que quedan salen a las playas a suicidarse porque están hasta las pelotas de nadar entre basura. Es que son de criadero, te dice ahora el dueño. Y cuando oigo eso del criadero me dan escalofríos, porque vete a saber la quimioterapia, o como se diga, que los bichos esos, como todos los demás, tienen que estarse tragando para lucir tan gordos y con tan poco sabor dentro. Así que, bueno. A los que somos muy de pescado a la plancha y pescadilla frita, más nos vale tragar, glubs, con estoicismo senequista de algo hay que palmar, como decía aquél, sin cavilar demasiado en lo que engulles.
Y no crean, cacho pardillos, que con las frutas y las verduras se van a ir ustedes de rositas. Porque ésa es otra. A ver si no les parece sospechoso como a mí, por poner un ejemplo, que ahora todas las manzanas sean redondas, limpias y perfectas, sin una sola mácula en la piel, todas con los mismos colores amarillentos o reflejos rojizos, que hasta el mismo número de manchas tienen cuéntenselas e incluso el rabito de todas y cada una mide exactamente los mismos milímetros. Y lo que me acojona más que nada es que no tengan gusanos. Ni uno, nunca. Antes mordías una manzana y te sabía a manzana, y a veces descubrías que había medio gusano moviéndose en el agujero del mordisco, y después de blasfemar un rato te consolabas con el pensamiento de que lo que no mata, engorda; y que si la manzana era buena para el cabrón del gusano también era buena para ti. Con lo que separabas con el cuchillo el cachito del bicho y te comías el resto tan campante. Ahora fíjense cómo será la cosa, que una de dos: o a los gusanos ya no les apetecen las manzanas y a mí tampoco, porque casi todas saben a pepino, o a las manzanas les ponen algo para que no tengan gusanos. Y a ver quién me demuestra que lo que es malo para el gusano no es malo para el hombre, habida cuenta de la escasa diferencia que uno aprecia a menudo entre ciertos hombres y ciertos gusanos.
Pero es que ni lo del gusano prueba nada. Porque no les quepa duda de que el ingenio, el ansia de enriquecerse y la poca vergüenza, que a menudo hacen letal triunvirato, resolverían también esa cuestión. En el preciso momento en que la gente empezara a reclamar gusanos en las manzanas como prueba de comestibilidad, o como se diga, las manzanas saldrían al mercado cada una con su correspondiente gusano: ya fuera un gusano auténtico de pata negra, inyectado con modernas técnicas japonesas, ya fuera un gusano sintético, de plástico o de vaya usted a saber qué, capaz incluso de decir buenos días o bailar la Bomba. Un gusano simpático del que se harían dibujos animados y camisetas, y que al final saldría hasta en los crispis para que los niños lo conservaran como mascota. Puag.
25 de febrero de 2001
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