lunes, 9 de septiembre de 2002

Sicarios en el país de Bambi


Me telefonea Ángel Ejarque, el rey del trile, mi colega de La ley de la calle, que es también abuelo de mi ahijada Inés -me hizo esa faena el cabrón-: el choro impasible que utilicé de modelo para el Potro del Mantelete, y que hace años cambió de registro y ahora es de honrado y ejemplar, el tío, que aburre a las ovejas. Es como lo de las lumis, dice: si un primavera las quita de la calle, ya nunca vuelven. O casi nunca. El caso es que él no ha vuelto, pero le queda el punto de vista; así que cuando nos vemos o nos llamamos le damos cuartelillo a las cosas de la vida, como en los viejos tiempos, cuando le dedicaba canciones en el arradio los días que no estaba de cuerpo presente porque dormía en Alcalá Meco. Puños de acero, de los Chunguitos. O La mora y el legionario; de javivi, me parece. Todas ésas. Dedicado a mi colega Ángel, que se está comiendo un marrón, etcétera. De noche no duermo, de día no vivo. Bailando un tango en un burdel de Casablanca. Hay que ver cómo pasan los siglos. Ocho o diez años hace de eso, creo. O más. El caso es que me llama Ángel, qué pasa, colega, cómo lo ves y toda la parafernalia. Y como resulta que acaban de darle matarile a un policía, por el morro, cuando iba a decirle estás servido a un sicario colombiano, le pregunto a mi plas cómo lo ve. Estas cosas en tus tiempos no pasaban, ¿verdad?... Y cómo iban a pasar, me dice. Si entonces era al revés; si eran los de la secreta y los picoletos y los grises quienes tenían acojonado a todo el mundo, colega. Impunidad gubernativa, me parece que lo llamaban. O igual no. El caso es que te majaban a hostias o te daban un buchante disparando al aire, tócate los cojones, y encima les ponían una medalla. Todo por la patria. O por la cara. Menudas estibas me llevé yo por la cara. Lo que pasa es que luego, con la democracia, que vino de puta madre, pues pasó al revés. Y ahora, aunque maderos perros siempre los hay mande quien mande -a ver quién, si no, colega, se hace madero-, los cuerpos y fuerzas se andan con mucho ojo antes de tirar de fusko o dar a una hostia, porque a poco que se les vaya la mano se comen una ruina que te cagas. Que está, muy bien y me parece guais del paraguais, oyes. Que se corten un poquito los hijoputas. Lo que pasa es que de tanto cogérsela con papel de fumar, porque los primeros que los venden si meten la gamba son sus propios jefes, se han amariconado mucho. Y ya me dirás quién tiene huevos de coger a un caco con las manos en los bolsillos, pidiéndole que se entregue, oiga, hágame el favor, si no es molestia. Fíjate si no el otro día, los picos esos de un atraco, que el chaval llevaba una pistola de fogueo averígualo, tronco, en mitad del esparrame-, y se dio a la fuga pegando tiros; y cuando los cigüeños lo pusieron mirando a Triana en la persecución, que cuando atracas son cosas que pasan, todo Cristo quiso empapelar a los picolinos diciendo que si era proporcionado o desproporcionado, y los periódicos titularon por lo de menor de edad con pistola de fogueo, que parecía que acababan de cargarse a un niño de la lotería de san Ildefonso. Como si los menores de edad no sean igual de peligrosos, o más, que muchos mayores, y las pistolas se adivinara de lejos si son de fogueo o del nueve parabellum. Venga ya.

¿Y lo de los sudacas malos, colega?, le pregunto. ¿Eso cómo lo ves? Pues de ese palo ni te cuento, plas, me dice. Que al lado de mis primos los colombiatas, de un lado, y de los yugoslavos, los rusos, los rumanos y demás del otro, el moro del chocolate y la navaja resulta más tierno, te lo juro, que el Babalí del Tebeo. De momento se cascan entre ellos, y la gente dice bueno, ahí me las den. Pero con el tiempo impondrán sus cojones, y entonces nos vamos a enterar de lo que vale un peine. Porque ésos no tienen complejos: matan a su madre y se fuman un puro. Y a eso la madera de aquí está poco acostumbrada, y encima nos han convencido, los de las tertulias de la radio, de que en una democracia los policías detienen a los malos con persuasión, psicología y una estampita de San Pancracio; y que un madero que utilice la violencia para detener a un violento se pone a su altura y es un fascista. Así que ya me contarás cómo van a meter mano los de aquí, que andan acojonados sin atreverse a pincharle al teléfono ni a Al Capone, y no te digo a sacar una pipa, no sea que los jueces los empapelen, y encima no tienen presupuesto ni para las balas o la gasolina del zeta. A ver cómo colocas así a un sicario colombiano armado con una tartamuda, o infiltras confites y chusqueles en las bandas, como si esas cosas se hicieran por amor al arte. En plan: como me caes bien, inspector Gagdet, voy a denunciar a mi doble y a mis consortes. No, por Dios. A cambio no quiero viruta de un fondo de reptiles, ni parte del cargamento de droga, ni nada. A cambio sólo quiero un besito. Muá, muá. No te jode. Y con el terrorismo, igual. Parece mentira que todavía haya gente que, tal y como está el patio, se tome la vida como si esto fuera Bambi.

8 de septiembre de 2002

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