Pues ya saben. Según idea de la Organización Mundial de la Salud, recientemente abrazada con entusiasmo por la ministra española de Sanidad, doña Ana Pastor, sus tiernos zagales -los de la ministra, si los tiene, y los de ustedes- pueden estar delante de la tele toda su pequeña y puta vida viendo degüellos, orgasmos, violaciones, tiroteos y masacres con bombas inteligentes o de las otras, y no pasa nada. De nada. Incluso pueden ver sin pestañear, cada vez que encienden la tele, a Yola Berrocal depilándose la bisectriz en directo, y al Pocholo de los huevos haciendo el aeroplano mientras doscientos marujos del público aplauden y babean. Al fin y al cabo, es bueno que los niños y niñas españoles y españolas se acostumbren a lo que les espera en este país de imbéciles. Pero si a uno de los actores de tal o cual película se le ocurre encender un pitillo, alto ahí. Noool. En tal caso, ni lo duden: abaláncense sobre el enano y tápenle los ojos, o apaguen la tele en el acto. Clic.
Esa es la medida preventiva individual, provisional, fundamental, mientras se pone a punto una normativa para prohibir a los menores de 18 años las películas en las que se fume. La ministra de Sanidad lo ha dicho bien clarito, insinuando incluso la posibilidad, en España, no de una censura -por favor, en una democracia consolidada como ésta-, sino de leyes ad hoc, autorregulaciones y pactos con productores, exhibidores y televisiones, etcétera. Y conociendo este país, donde todo cristo se apunta a la demagogia y al qué dirán, que no cuestan nada y quedas de cojón de pato, ya me imagino a esos diputados votando todos juntos, Peneuve, Pepé, Pesoe, Izquierda Unida de Toda la Vida: cine sin tabaco, televisión sin tabaco, cafés sin tabaco, estancos sin tabaco. Polvos sin tabaco. Y los chicos de Operación Triunfo en videoclip cantando España, pulmones blancos de mi esperanza. Todo solidario y real como la vida misma.
Y ahora, en lo del cine, cuéntenme qué hacemos con Casablanca, por ejemplo. Con Gilda. Con Forajidos. Con Burt Lancaster en Los profesionales. Con Harvey Keitel en Smoke. Con Henry Fonda camino del O.K. Corral en Pasión de los fuertes. Con la pipa holmesiana de Basil Rathbone en El perro de los Baskerville. Con El hombre que mató a Liberty Balance, cuando John Wayne le dice a James Stewart: «Recuerda... Recuerda» entre el humo de un cigarro. Díganme qué harían los soldados de Un paseo bajo el sol sin tabaco, o cómo se lo montaría Marlene Dietrich sin fumar en El expreso de Shangai, Fatalidad o Siete pecadores. Explíquenme despacio, incluidas todas las alternativas posibles, qué hacemos con la escena cumbre de Tener o no tener, cuando Humphrey Bogart y esa Lauren Bacall que está para mojar pan, la criatura, dialogan sobre el acto de curvar los labios y soplar en la puerta de la habitación del hotel de Frenchie, con el pretexto de unos cigarrillos y una caja de fósforos... ¿Qué hacemos con esas descaradas promociones de la nicotina? A ver, ministra. ¿Las emitimos por la tele, pero censuradas, aliviándolas de las escenas fumatorias? No creo. Si otros se quedan en las medias tintas de la puntita nada más, nosotros, con nuestra fe de conversos a lo que se tercie, iremos, supongo, hasta las últimas consecuencias, o más.
A talibanes de lo socialmente adecuado no nos gana nadie; y, en cuestiones de mens sana in corpore insepulto -o como se diga-, a los españoles, o lo que seamos últimamente, no va a mojarnos nadie la oreja. Así que no me cabe duda: habrá debate parlamentario y unanimidad al respecto. Nada de medias tintas. Lo que haremos es prohibir esas películas, y a tomar por saco. Nada de emitirse en la tele. En su lugar meterán obras maestras del cine español, de ésas que el Ministerio de Sanidad va a apoyar a partir de ahora: películas donde los soldados de la guerra civil no fumen en las trincheras y donde las putas de la calle Montera chupen pastillas Juanola. Y además, cosa obligatoria, todas las tapas de los vídeos y los cedés donde haya humo irán rotuladas asín: ver esta película perjudica seriamente la salud. Luego, ya tomada carrerilla, puede hacerse lo mismo con las películas donde aparezca gente bebiendo alcohol, diciendo palabrotas o jiñándose en la madre que parió a los Estados Unidos de América; que, con tanta mierda políticamente correcta, empeñados en transformar el mundo a imagen y semejanza de sus turistas y sus marines, nos están volviendo a todos gilipollas.
22 de junio de 2003
Esa es la medida preventiva individual, provisional, fundamental, mientras se pone a punto una normativa para prohibir a los menores de 18 años las películas en las que se fume. La ministra de Sanidad lo ha dicho bien clarito, insinuando incluso la posibilidad, en España, no de una censura -por favor, en una democracia consolidada como ésta-, sino de leyes ad hoc, autorregulaciones y pactos con productores, exhibidores y televisiones, etcétera. Y conociendo este país, donde todo cristo se apunta a la demagogia y al qué dirán, que no cuestan nada y quedas de cojón de pato, ya me imagino a esos diputados votando todos juntos, Peneuve, Pepé, Pesoe, Izquierda Unida de Toda la Vida: cine sin tabaco, televisión sin tabaco, cafés sin tabaco, estancos sin tabaco. Polvos sin tabaco. Y los chicos de Operación Triunfo en videoclip cantando España, pulmones blancos de mi esperanza. Todo solidario y real como la vida misma.
Y ahora, en lo del cine, cuéntenme qué hacemos con Casablanca, por ejemplo. Con Gilda. Con Forajidos. Con Burt Lancaster en Los profesionales. Con Harvey Keitel en Smoke. Con Henry Fonda camino del O.K. Corral en Pasión de los fuertes. Con la pipa holmesiana de Basil Rathbone en El perro de los Baskerville. Con El hombre que mató a Liberty Balance, cuando John Wayne le dice a James Stewart: «Recuerda... Recuerda» entre el humo de un cigarro. Díganme qué harían los soldados de Un paseo bajo el sol sin tabaco, o cómo se lo montaría Marlene Dietrich sin fumar en El expreso de Shangai, Fatalidad o Siete pecadores. Explíquenme despacio, incluidas todas las alternativas posibles, qué hacemos con la escena cumbre de Tener o no tener, cuando Humphrey Bogart y esa Lauren Bacall que está para mojar pan, la criatura, dialogan sobre el acto de curvar los labios y soplar en la puerta de la habitación del hotel de Frenchie, con el pretexto de unos cigarrillos y una caja de fósforos... ¿Qué hacemos con esas descaradas promociones de la nicotina? A ver, ministra. ¿Las emitimos por la tele, pero censuradas, aliviándolas de las escenas fumatorias? No creo. Si otros se quedan en las medias tintas de la puntita nada más, nosotros, con nuestra fe de conversos a lo que se tercie, iremos, supongo, hasta las últimas consecuencias, o más.
A talibanes de lo socialmente adecuado no nos gana nadie; y, en cuestiones de mens sana in corpore insepulto -o como se diga-, a los españoles, o lo que seamos últimamente, no va a mojarnos nadie la oreja. Así que no me cabe duda: habrá debate parlamentario y unanimidad al respecto. Nada de medias tintas. Lo que haremos es prohibir esas películas, y a tomar por saco. Nada de emitirse en la tele. En su lugar meterán obras maestras del cine español, de ésas que el Ministerio de Sanidad va a apoyar a partir de ahora: películas donde los soldados de la guerra civil no fumen en las trincheras y donde las putas de la calle Montera chupen pastillas Juanola. Y además, cosa obligatoria, todas las tapas de los vídeos y los cedés donde haya humo irán rotuladas asín: ver esta película perjudica seriamente la salud. Luego, ya tomada carrerilla, puede hacerse lo mismo con las películas donde aparezca gente bebiendo alcohol, diciendo palabrotas o jiñándose en la madre que parió a los Estados Unidos de América; que, con tanta mierda políticamente correcta, empeñados en transformar el mundo a imagen y semejanza de sus turistas y sus marines, nos están volviendo a todos gilipollas.
22 de junio de 2003
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