Ahora que Jordi Pujol está a punto de jubilarse, me pregunto si no sería posible ficharlo para la política nacional, como a esos jugadores de fútbol por los que se paga una pasta enorme. El ya casi ex honorable presidente de la Generalidad catalana es el mejor político que ha dado la España del último tercio del siglo XX. Su inteligencia y su tacto profesional son para echarle de comer aparte, sobre todo si lo comparas con otros fulanos de su quinta: paquidermos franquistas o paletos neolíticos. El president se los come sin pelar, porque el arte básico de la política es como el de los triles: ésta me pierde, ésta me gana, adivinen bajo qué tapón está la bolita. Se lo lleva muerto la casa, oigan, y ha perdido el caballero. Y claro. En un quilombo como el nuestro, que íbamos camino de ser una democracia seria como la británica y nos estamos quedando en un pasteleo de compadres y golfos estilo Italia de Berlusconi, tener a mano un político eficaz, solvente, fino filipino, resulta más que un lujo: es una necesidad de supervivencia.
Está feo que yo lo diga, lo sé. Pero la idea es cojonuda. A ver por qué esto de la política no puede funcionar como el fútbol, con los partidos y los gobiernos y las autonomías y hasta los ayuntamientos fichando a políticos nacionales y extranjeros con limpia y probada ejecutoria. Un Ronaldo de la economía. Un Beckham de la política exterior. Un Zidane del Fomento. No me digan que no iba a ser la leche. Mercenarios de elite cuyo aval y objetivo fuese la eficacia. Gestores de la política, profesionales rigurosos para devolverle el crédito a un país donde los aficionados y los sinvergüenzas no se limitan a emputecer y a robar, o a dejar que otros roben, sino que encima, a la hora de justificarse, se llevan por delante las instituciones y lo que haga falta, cargándose por un cochino voto lo que costó quinientos años conseguir y un cuarto de siglo sanear, democratizar y consolidar. Quizá se pregunten dónde queda el sentimiento patriótico en todo esto: la bandera y demás. Pero qué quieren que les diga. Entre todos han conseguido ya que lo de patria suene fatal, y las banderas no te digo. Más lealtad a sus colores encuentro en Beckham cuando habla del Real Madrid, que en muchos de los irresponsables, los incompetentes, los demagogos o los hijos de la gran puta que, en esta España que algunos ni siquiera se atreven a nombrar, infaman el paisaje de la política.
Calculen qué diferencia si pudiéramos fichar a gente de pata negra, con pedigrí. Se les da una pasta y el título de español, o de gallego, o de vasco, o de melillense, o de secretario general del Pesoe por cuatro años prorrogables. Que un ministro japonés ha gestionado bien la economía, pues se le ficha. Que un presidente australiano se jubila con brillante historial, millones al canto. La única condición es que todos sean figuras; porque mierdecillas, advenedizos y segundones ya tenemos aquí a espuertas. Se me licuan los tuétanos de gusto imaginando, oigan, un gobierno español donde, por ejemplo, el ministro de Defensa y el de Justicia fueran ingleses; el de Fomento, alemán; el de Hacienda, suizo; el de Educación, francés; el de Cultura, italiano, y el de Deporte, chino. Luego, para la cosa de la transparencia, y a fin de evitar chanchullos y escándalos, podría autorizarse el uso de publicidad, a fin de que sepamos de quién trinca cada cual y cada cuala.
Así, como los deportistas en sus camisetas, los presidentes, ministros, lehendakaris, presidents, consejeros autonómicos y demás, llevarían el nombre o el logo de quienes les endiñan viruta bien visible en corbatas, chaquetas, carteras de mano, alcachofas de micrófonos y paneles al fondo de las ruedas de prensa. Así nadie iba a llamarse a engaño: Truquibanco, Petroyankee, El Honesto Ladrillo S.A., Asociación del Rifle, Ecónomos Reunidos de la Santa Madre. Todo eso, claro, mientras fuesen figuras de primera división.
Después, a medida que se desgastaran o pasaran de vueltas, podríamos irlos traspasando a autonomías de segunda fila, ayuntamientos y sitios así. Y luego, para reciclarlos hasta el final –del político, como del cerdo, puede aprovecharse todo–, a países del Tercer Mundo. No vean lo que iban a presumir en Rascahuevos del Canto fichando para jefe de la policía municipal de su pueblo a Colin Powell, cuando éste dejara de ser director general de la Guardia Civil. O el juego que iba a dar Javier Arzalluz con eso de las tribus en Liberia o Sierra Leona...
14 de septiembre de 2003
Está feo que yo lo diga, lo sé. Pero la idea es cojonuda. A ver por qué esto de la política no puede funcionar como el fútbol, con los partidos y los gobiernos y las autonomías y hasta los ayuntamientos fichando a políticos nacionales y extranjeros con limpia y probada ejecutoria. Un Ronaldo de la economía. Un Beckham de la política exterior. Un Zidane del Fomento. No me digan que no iba a ser la leche. Mercenarios de elite cuyo aval y objetivo fuese la eficacia. Gestores de la política, profesionales rigurosos para devolverle el crédito a un país donde los aficionados y los sinvergüenzas no se limitan a emputecer y a robar, o a dejar que otros roben, sino que encima, a la hora de justificarse, se llevan por delante las instituciones y lo que haga falta, cargándose por un cochino voto lo que costó quinientos años conseguir y un cuarto de siglo sanear, democratizar y consolidar. Quizá se pregunten dónde queda el sentimiento patriótico en todo esto: la bandera y demás. Pero qué quieren que les diga. Entre todos han conseguido ya que lo de patria suene fatal, y las banderas no te digo. Más lealtad a sus colores encuentro en Beckham cuando habla del Real Madrid, que en muchos de los irresponsables, los incompetentes, los demagogos o los hijos de la gran puta que, en esta España que algunos ni siquiera se atreven a nombrar, infaman el paisaje de la política.
Calculen qué diferencia si pudiéramos fichar a gente de pata negra, con pedigrí. Se les da una pasta y el título de español, o de gallego, o de vasco, o de melillense, o de secretario general del Pesoe por cuatro años prorrogables. Que un ministro japonés ha gestionado bien la economía, pues se le ficha. Que un presidente australiano se jubila con brillante historial, millones al canto. La única condición es que todos sean figuras; porque mierdecillas, advenedizos y segundones ya tenemos aquí a espuertas. Se me licuan los tuétanos de gusto imaginando, oigan, un gobierno español donde, por ejemplo, el ministro de Defensa y el de Justicia fueran ingleses; el de Fomento, alemán; el de Hacienda, suizo; el de Educación, francés; el de Cultura, italiano, y el de Deporte, chino. Luego, para la cosa de la transparencia, y a fin de evitar chanchullos y escándalos, podría autorizarse el uso de publicidad, a fin de que sepamos de quién trinca cada cual y cada cuala.
Así, como los deportistas en sus camisetas, los presidentes, ministros, lehendakaris, presidents, consejeros autonómicos y demás, llevarían el nombre o el logo de quienes les endiñan viruta bien visible en corbatas, chaquetas, carteras de mano, alcachofas de micrófonos y paneles al fondo de las ruedas de prensa. Así nadie iba a llamarse a engaño: Truquibanco, Petroyankee, El Honesto Ladrillo S.A., Asociación del Rifle, Ecónomos Reunidos de la Santa Madre. Todo eso, claro, mientras fuesen figuras de primera división.
Después, a medida que se desgastaran o pasaran de vueltas, podríamos irlos traspasando a autonomías de segunda fila, ayuntamientos y sitios así. Y luego, para reciclarlos hasta el final –del político, como del cerdo, puede aprovecharse todo–, a países del Tercer Mundo. No vean lo que iban a presumir en Rascahuevos del Canto fichando para jefe de la policía municipal de su pueblo a Colin Powell, cuando éste dejara de ser director general de la Guardia Civil. O el juego que iba a dar Javier Arzalluz con eso de las tribus en Liberia o Sierra Leona...
14 de septiembre de 2003
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