A menudo me pregunto si de verdad somos así de gilipollas. La última vez fue ayer, viendo la tele. Un escáner, decía el telediario. En Rotterdam o por ahí. Un artilugio para detectar droga y contrabando en los contenedores, oigan. El último grito. Y lo vamos a poner aquí, claro. España siempre en cabeza de la tecnología punta, con foto de ministros incluida. Para subrayarlo, el telediario contaba con pelos y señales el funcionamiento del escáner de marras, o sea, atentos a la jugada, tatachín, tatachán, cuando los malos hacen esto, la máquina lo detecta así y lo detecta asá, y suena una campanita. Ding, dong. Premio. Tan bueno es el sistema que vamos, nos repiten, a instalarlo en España; aunque, como el artilugio es caro de narices, sólo estará en uno o dos puertos. Como mucho. Concretamente en los puertos Zutano y Mengano, se informa. Y en los otros, no. Fecha incluida. Con lo cual, señoras y señores, a estas alturas del informativo toda la peña traficante y contrabandista de la galaxia sabe perfectamente que, en el futuro, por esos puertos no debe meter droga ni harta de vino. Ojo. Mejor por otros.
Si sólo fuera lo del escáner, todavía. Pero no. Empeñados una y otra vez en hacer público lo eficaces que son nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad, y lo mucho más que lo van a ser en cuanto puedan, los portavoces correspondientes, gabinetes de prensa, políticos proclives a la confidencia, maderos con amiguetes en la prensa y otros sujetos dados a confundir la transparencia informativa en una democracia con un bebedero de patos, con tal de presumir de eficacia han terminado por convertir los medios de comunicación de masas en perfectos manuales de información para los malos. A cualquier terrorista, narco, psicópata, asesino de la baraja en serie o por menudeo, le basta hojear un diario o sentarse diez minutos ante la tele para averiguar con detalle qué errores cometieron sus torpes colegas de oficio y cuidarse un poquito más de ahora en adelante. Tiene huevos. Después del caso Wanninkhof, verbigracia, o de cualquier otro por el estilo, yo mismo, sin ir más lejos, ya sé que si estrangulo a una colegiala, violo a mi prima Maripili o le doy matarile a Paulo Coelho, sin ir más lejos, debo abstenerme de fumar en la escena del crimen, tener mucho cuidado con el ADN, procurar que no haya arañazos en la pintura de mi coche, y que el fiambre no tenga en las uñas pellejito alguno de mi rumbosa anatomía. Por ejemplo.
La parafernalia de los comandos etarras tiene capítulo aparte. Lo que me sorprende a estas alturas es que se sigan dejando trincar, los subnormales, cuando toda España está al corriente, gracias entre otras cosas a las informaciones puntuales suministradas por los ministros del ramo, de que los papeles de Susper, la agenda o los disquetes de ordenador de Mortadelo, detalladísimos, son una fuente de información decisiva para la madera y los picoletos, o de que a Mobutu o a Lumumba, o al que sea, le dieron el estás servido porque al alquilar el piso pagó así o asá, porque las pistolas marca La Pava se encasquillan al tercer tiro, o porque la olla exprés para la bomba del atentado tal la compró en Carrefour, el tonto del haba, con la tarjeta Visa del etarra Macario. O sea. Todo eso se publica alegremente un día sí y otro también, con regodeo en los detalles, en vez de decir, no sé, trincamos a estos cabrones y punto, y apuntarle al periodista que pregunta mucho: oiga, chaval, hay una cosa que se llama secreto profesional, o seguridad nacional, o como le salga a usted del cimbel. Así que no fastidie. Lo que pasa es que para eso hay que tener muy claro lo que uno hace, y carecer de complejos, y no estar loco por salir en la puta foto, y no confundir la información razonable y necesaria con el chichi de la Bernarda. Pero claro. En este patio de Monipodio todo cristo tiene esqueletos en el armario, o lo parece, y vive pendiente del qué dirán y del no vayan a creer que yo no soy tal, o que soy cual. Y así les va, y nos va.
Estamos en la única democracia occidental donde nos matan a siete agentes secretos y eliminamos de los informativos las imágenes más crudas, cuando los iraquíes se ensañan con los cadáveres, pateándolos a gusto; pero luego retransmitimos en directo, durante los funerales, los rostros de sus familiares y la relación completa con sus nombres y apellidos. Transparencia informativa, llamamos a eso. Aquí. Venga y tóqueme la flor, corneta.
12 de enero de 2004
Si sólo fuera lo del escáner, todavía. Pero no. Empeñados una y otra vez en hacer público lo eficaces que son nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad, y lo mucho más que lo van a ser en cuanto puedan, los portavoces correspondientes, gabinetes de prensa, políticos proclives a la confidencia, maderos con amiguetes en la prensa y otros sujetos dados a confundir la transparencia informativa en una democracia con un bebedero de patos, con tal de presumir de eficacia han terminado por convertir los medios de comunicación de masas en perfectos manuales de información para los malos. A cualquier terrorista, narco, psicópata, asesino de la baraja en serie o por menudeo, le basta hojear un diario o sentarse diez minutos ante la tele para averiguar con detalle qué errores cometieron sus torpes colegas de oficio y cuidarse un poquito más de ahora en adelante. Tiene huevos. Después del caso Wanninkhof, verbigracia, o de cualquier otro por el estilo, yo mismo, sin ir más lejos, ya sé que si estrangulo a una colegiala, violo a mi prima Maripili o le doy matarile a Paulo Coelho, sin ir más lejos, debo abstenerme de fumar en la escena del crimen, tener mucho cuidado con el ADN, procurar que no haya arañazos en la pintura de mi coche, y que el fiambre no tenga en las uñas pellejito alguno de mi rumbosa anatomía. Por ejemplo.
La parafernalia de los comandos etarras tiene capítulo aparte. Lo que me sorprende a estas alturas es que se sigan dejando trincar, los subnormales, cuando toda España está al corriente, gracias entre otras cosas a las informaciones puntuales suministradas por los ministros del ramo, de que los papeles de Susper, la agenda o los disquetes de ordenador de Mortadelo, detalladísimos, son una fuente de información decisiva para la madera y los picoletos, o de que a Mobutu o a Lumumba, o al que sea, le dieron el estás servido porque al alquilar el piso pagó así o asá, porque las pistolas marca La Pava se encasquillan al tercer tiro, o porque la olla exprés para la bomba del atentado tal la compró en Carrefour, el tonto del haba, con la tarjeta Visa del etarra Macario. O sea. Todo eso se publica alegremente un día sí y otro también, con regodeo en los detalles, en vez de decir, no sé, trincamos a estos cabrones y punto, y apuntarle al periodista que pregunta mucho: oiga, chaval, hay una cosa que se llama secreto profesional, o seguridad nacional, o como le salga a usted del cimbel. Así que no fastidie. Lo que pasa es que para eso hay que tener muy claro lo que uno hace, y carecer de complejos, y no estar loco por salir en la puta foto, y no confundir la información razonable y necesaria con el chichi de la Bernarda. Pero claro. En este patio de Monipodio todo cristo tiene esqueletos en el armario, o lo parece, y vive pendiente del qué dirán y del no vayan a creer que yo no soy tal, o que soy cual. Y así les va, y nos va.
Estamos en la única democracia occidental donde nos matan a siete agentes secretos y eliminamos de los informativos las imágenes más crudas, cuando los iraquíes se ensañan con los cadáveres, pateándolos a gusto; pero luego retransmitimos en directo, durante los funerales, los rostros de sus familiares y la relación completa con sus nombres y apellidos. Transparencia informativa, llamamos a eso. Aquí. Venga y tóqueme la flor, corneta.
12 de enero de 2004
2 comentarios:
Por desgracia lleva toda la razón. Muchas veces lo pienso. "Los malos" lo tienen tan fácil hoy en día...
Pero no perdamos la esperanza, que si perdemos eso, lo perdemos todo.
Saludos
Joe. Parece que solo lo vemos tú y yo.? Perdón por el tuteo.
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