No sé ustedes, pero yo colecciono gilipolleces. Quiero decir que de vez en cuando recorto algo de los diarios o las revistas, un reportaje, un titular, un pie de foto, y lo guardo en una carpeta. Para lo otro, para las hijoputeces, no necesito carpeta. De ésas me acuerdo perfectamente. Así, los días en que se me afloja el muelle y me siento sociable y hasta noto reavivarse mi aprecio por el género humano en términos indiscriminados, y se me desdibujan el francotirador serbio, el puente de la Qarantina de Beirut y los gritos de las mujeres violadas en Tessenei, por ejemplo, abro la carpeta de la que les hablaba, hojeo recortes, siento el urgente deseo de echar la pota y todo vuelve a estar como es debido. En los años en que me ganaba el jornal enseñando muertos –entonces los reporteros no éramos mártires de la libertad y samaritanos canonizables como los de ahora, sino mercenarios eficientes– adquirí, si ésa es la palabra, cierta falta de fe en la condición humana, y la certeza de que nuestra capacidad de maldad y estupidez es infinita. Eso tiene la ventaja de que cuando llegan los bárbaros, o Táriq, o los aqueos, uno puede contemplar el espectáculo con el lúcido consuelo de que, a fin de cuentas, cada colectividad tiene lo que se merece. Esa certeza no cambia nada, por supuesto. Te vas a tomar por saco con todos y como todos. Pero al menos puedes irte a la manera del amigo Séneca, o –puesto a que te lo paguen caro– a la manera de los guerreros sin esperanza de Eneas. En cualquier caso, con menos compasión, con menos remordimientos y con menos miedo.
Pero me estoy poniendo muy apocalíptico y muy grave, y en realidad yo sólo quería hablarles de gilipolleces. De esas que recorto y guardo. La de hoy son seis páginas de revista con sugerencias para comer cuando uno está solo en casa. Basándonos en situaciones, dice el texto, que se nos pueden presentar un día cualquiera. Es decir, que estás viendo la tele, por ejemplo, te entra hambre y no tienes ganas de bajar a un restaurante, así que decides hacerte algo con lo que tienes en el frigorífico. Algo en plan aquí te pillo aquí te como. Y para esa eventualidad, el reportaje que comento, firmado por un gastrónomo, un fotógrafo y una estilista, aporta valiosas sugerencias de cuya sencillez pueden ustedes hacerse idea si les digo que en la primera –flauta de aguacate y anchoas– el aguacate, previamente picado en trozos y bien tamizado por el colador, debe terminar siendo emulsionado con el aceite, etcétera. En caso de que inesperadamente suene el timbre, nos caiga una visita inesperada y haya que apañarse con cualquier cosa, el reportaje sugiere algo también sencillito: unas alcachofas con huevos y huevas –observen el toque gastronómicamente correcto– para las que sólo hace falta tener a mano, como todo el mundo tiene, seis alcachofas medianas, seis huevos de codorniz, seis cucharadas de huevas de trucha y un kit –el texto dice eso: kit– de puntilla afilada, freidora y grill. También cabe la posibilidad, dice el utilísimo texto, de que uno llegue cansado de trabajar y no tenga ganas de ponerse a cocinar. En tal caso, lo adecuado es una simple esquiexada de bacalao con olivas negras, para la que basta abrir el frigorífico y sacar de él cien gramos de bacalao desalado, tomate, cebollas tiernas, perifollo, cebollino y pasta de aceitunas, con el correspondiente kit. Pero ojo. Si, en vez de trabajar, de donde viene uno es del gimnasio, lo adecuado para hacerse algo rápido, simple y casero, es una ensalada de pasta y langostinos con tomate, frutos secos y aceite de tina, cuidando, sobre todo, hacer una pequeña incisión al langostino a lo largo del primer tercio, detalle que nos dará una presentación adecuada a la hora de saltear. Y por supuesto, emulsionar o no el aceite, según se tercie. La pasta –esa concesión es clave– puede ser del color que deseemos, por supuesto. Siempre y cuando sea fina, hecha madejitas, y se coma con palillos chinos.
Así que ya lo saben. Si no quieren quedar ante sí mismos y ante las visitas inesperadas como unos ordinarios y unos carcas, ni se les ocurra pensar en huevos fritos, tortilla a la francesa o lata de fabada. Por Dios. Y mucho menos en un bocata de vulgar chorizo. Niet. Cualquiera de las anteriores sugerencias le harán sentirse un cinco tenedores casero. Diseño y gastronomía a su alcance para ver el fútbol, o el telediario. Y eso, insiste el texto, sin complicarse la vida. Palabra.
Lo que siento de veras es que no puedan ustedes ver las fotos.
19 de julio de 2004
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