Algunos aún recordamos La Codorniz, revista del humor más audaz para el lector más inteligente, desde cuyas páginas genios como Tono, Mihura, Serafín, Mingote –nuestro querido Antonio Mingote– y otros muchos hicieron la vida más soportable en tiempos de dictadura, delación, estupidez y cobardía. Yo hojeaba de pequeño aquella revista, que mi padre leía cada domingo. Y la echo de menos. O quizá a quien añoro es a la gente que escribía en ella, y a la gente capaz de leerla.
Por suerte, España no pierde el humor. Surrealista, claro. Como cuadra al panorama. El último rasgo me tiene doloridos los ijares de tanta risa: un folleto de la federación de servicios y administraciones públicas de Comisiones Obreras. El autor de la redacción es un genio anónimo. O una genia anónima. Alguien se despertó chistoso o chistosa y decidió alegrarnos el día. Campaña de comunicación no sexista, se titula. Y lo de dentro está a la altura. Te partes. Humor fino e inteligente, como corresponde a la tradición del organismo. Salero. Guasa que La Codorniz habría acogido con aplausos.
«¡Lenguaje genérico sin exclusiones! ¡Haz visible a las mujeres en tu lenguaje cotidiano! ¡Usa el genérico para todas y para todos!» Así empieza la cosa, signos de exclamación incluidos, a fin de provocar las primeras risas. De ponerte a tono, o sea, arrancándote la primera y grata mueca cómplice. Y a continuación del estupendo exhorto, el folleto entra en materia: «La utilización del género masculino como sinónimo de neutro y comprensivo de hombres y mujeres (…) es un error cultural impuesto en los tiempos». Y ojo. En este punto crucial conviene que el lector se seque las lágrimas de risa, a fin de que la vista vuelva a ser de nuevo nítida y no pierda una sílaba de lo que sigue. «Es necesario construir y normalizar un lenguaje genérico para todas y todos que, manteniendo la máxima claridad y legibilidad, contribuya a transmitir valores y conductas de igualdad.»
Reconozcan que el redactor o redactora del folleto o folleta claro y legible estaba sembrado. Pero lo mejor viene luego, cuando recomienda, entre otras simpáticas ocurrencias, «emplear nombres colectivos genéricos en vez del masculino», «generalizar la utilización de abstractos» y, entre otras perlas de ingenio, dos hilarantes hallazgos. Uno es «evitar el uso del masculino para referirse a oficios cuando los desempeña una mujer». Como ejemplos señala los de autora y médica; que son poco originales, la verdad, porque el primero ya lo utiliza todo cristo y no pasa nada. De hecho no recuerdo a nadie, por machista que sea, que haya dicho nunca: la autor. Y en cuanto a lo de médica, conozco a unas cuantas doctoras que si las llamas así –tampoco a muchas jueces les gusta que las llamen juezas– se cabrean un huevo. Ahí, por tanto, la imaginación desasiste un poco a la humorista o humoristo. Otros habrían lucido más. ¿Qué tal soldada, cooperanta, albañila, amanta, alguacila, soprana, homosexuala? ¿O matizar guardia y electricista por oposición a guardio y electricisto?
Pero donde ya te caes de la silla, tronchándote, es en los ejemplos prácticos de máxima claridad y legibilidad. Nada de niños, jóvenes o ancianos; lo recomendable es decir «la infancia, la juventud, las personas mayores». Palabras como padres, maestros o alumnos quedan proscritas; nos referiremos a ellos como «comunidad escolar», procurando no llamar padres a los padres, sino «progenitores». Buenísimo, ¿verdad? A los extremeños –se los cita expresamente, pues sin duda se trata de algún chiste regional como los de Lepe– se les llamará: «población extremeña o de Extremadura». No diremos parados sino «población en paro», ni trabajadores sino «personas trabajadoras». Los funcionarios serán «personal trabajador de las administraciones públicas»; los psicólogos, «profesionales de la Psicología»; los bomberos, «profesionales del servicio de extinción de incendios»; y los soldados –esto es sublime por su laconismo y sabor castrense–, «la tropa». Pero la alternativa más rotunda es la de lector –«persona que lee»–; y la más deliciosa, en lugar de españoles, «la ciudadanía del Estado español». Tela.
Lo mosqueante es que, a ratos, sospecho que la secretaría de servicios y administraciones públicas de Comisiones Obreras puede haber publicado todo eso en serio. Luego muevo la cabeza. Imposible, concluyo. Se puede ser imbécil, pero no tanto. Cachondos, es lo que son. Unos cachondos. Y cachondas.
6 de marzo de 2005
1 comentario:
Me ha encantado el articulo. Pienso que hay un gran número de gente y genta o personos y personas.... que realmente piensan que la igualdad entre hombres y mujeres se queda en eso, en el lenguaje. No importan las discriminaciones laborales, sociales, familiares, etc... Dudo que ninguna mujer con un poco de cultura y sentido común se sienta excluida cuando de habla en genérico de médicos, abogados, profesores, etc... casi siempre las que se sienten excluidos son los y las que no dan la talla y tallo.
Un saludo
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