Aburre el pimpampúm que se traen algunos tontos –y tontas– del ciruelo con la Real Academia Española, a la que ciertos colectivos, o quienes dicen representarlos, se empeñan en contaminar con la demagogia que tanto renta en política. Dispuestos a imponer sus puntos de vista, impacientes por asegurarse el sostén de una terminología cómplice, algunos ponen el carro delante de los bueyes. En vez de asumir que todo lenguaje es sedimento de siglos y consecuencia de los usos, costumbres e ideologías de una sociedad en evolución, y que es ésta la que poco a poco adopta unos usos y rechaza otros, exigen, por las bravas, que sea el lenguaje violentado, artificial, politizado y manipulado según el interés de cada cual, el que condicione y transforme la realidad social.
Lo malo, e imposible, es que ni siquiera lo pretenden poco a poco, sino en el acto. De un día para otro. Como olvidan, o ignoran, que un lenguaje se hace con la lenta y prolija sedimentación de muchos siglos y hablas, creen poder transformarlo por las buenas, a su antojo, en un año o dos. Por eso presionan de continuo para que instituciones respetables y respetadas, mucho más sabias, doctas y solventes que ellos, asuman sin resistencia tales disparates, a ser posible antes de esta o aquella elección, o para tal y cual próxima legislatura. Y como la osadía hace buenas migas con la ignorancia, no falta ocasión en que alguno de tales bobos indocumentados se atreva a afirmar en público que la RAE es una institución reaccionaria y conservadora, que el diccionario no se ha plegado a sus sugerencias, etcétera.
El proceso se repite, rutinario. Una asociación determinada, el Gobierno o quien sea, consulta a la Real Academia Española si es correcto esto o lo otro. Y la Academia responde, tras estudiarlo sus especialistas, con la autoridad de trescientos años al cuidado de una lengua que tiene once siglos de existencia –más antigua que el francés y el inglés– y proviene del latín que se hablaba en la península ibérica. Como rara vez una consulta motivada por puntuales razones políticas es compatible con la realidad y la tradición lingüística, a menudo el dictamen académico desaconseja tal o cual uso, por incorrecto o absurdo. Pero como lo que suele pedirse a la Docta Casa es respaldo político y no sabiduría, el siguiente acto consiste en una declaración de la asociación, grupo o gremio correspondiente, deplorando el inmovilismo y falta de adecuación a los tiempos modernos de la RAE, que no traga. Y si de una ley o estatuto se trata, el resultado es que los redactores hacen caso omiso de lo que documentada y detalladamente opina la Academia. Prueba ésta de que nadie espera consejo, sino aplauso.
Por ejemplo: «La Academia suele ir por detrás. Es una institución que se mueve lentamente». Eso acaba de manifestar un grupo de derechos homosexuales, lamentando que en el Diccionario Esencial la palabra matrimonio no recoja todavía la unión de dos personas del mismo sexo. Pero es que ésa es precisamente la misión de la Academia: ir detrás y despacio, con el sensato criterio de que sólo palabras con cinco años de uso probado y general tienen solvencia. Conviene saber, además, que hay académicos de la RAE que son homosexuales y recomiendan, como sus compañeros, esperar a que la sociedad hispanohablante –que no sólo es la española…– utilice de forma generalizada, si procede, la nueva y aún poco extendida acepción; pues, pese a lo que algunos querrían, una academia y un diccionario no están sometidos a parlamentos, gobiernos o leyes, sino al uso real de la lengua, como bien demostró la RAE durante el franquismo. Tampoco está de más recordar que las veintidós academias que hacen el diccionario –española, americanas y filipina– coincidieron en que la expresión matrimonio homosexual contiene una contradicción etimológica de la que se informó al Gobierno de España, a petición de éste, cuando redactaba la correspondiente ley. Informe al que, por supuesto, el citado Gobierno no hizo puñetero caso; como tampoco lo hizo cuando, tras consultar sobre la incorrecta violencia de género y proponer la Academia violencia de sexo, violencia contra la mujer o violencia doméstica, cedió a las presiones feministas, imponiendo un disparate lingüístico en el enunciado de esa otra ley. Aunque en materia de disparates, el premio Tonto del Haba del Año lo gana siempre la Junta de Andalucía, especialista en aberraciones antológicas. Y como se acaba la página, de eso hablaremos la semana que viene.
10 de diciembre de 2006
1 comentario:
Inevitablemente recuerdo a don Bernardo,profesor de historia, que nos repetía machaconamente que había dos tipos de personas "las del género humano y las del género tonto" y se moría de risa el solo. Ahora yo también me río...
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