Como saben los veteranos de esta página, Javier Marías y el arriba firmante tenemos una vieja relación fraguada en XLSemanal antes de que él se trasladara con la tecla a otra latitud y longitud. De esa amistad proviene mi título de fencing master de la pintoresca corte de Redonda; de la que Javier tuvo a bien honrarme, en su momento, con el no menos pintoresco título de duque de Corso, que cargo con la resignación adecuada y con cuanto garbo puedo. Lo que algunos de esos lectores no saben es que el reino de Redonda también lleva a cabo una singular labor editorial, rescatando libros interesantes y raros, difíciles de encontrar en el mercado editorial español. Diremos en honor de mi compadre que editar esos libros le cuesta un huevo de la cara, pues las ventas nunca compensan los gastos. Pero cada cual tiene sus oscuras pasiones. Otros invierten en la Bolsa, coleccionan patos de Lladró, o se van de putas.
Es el caso que hoy no tengo más remedio que darle cuartelillo en esta página, por la cara, a la editorial del reino de Redonda, porque el maldito perro inglés me ha liado con uno de tales libros, pidiéndome el prólogo. Casi nunca hago eso -non sum dignus de tales jardines, y doctores tiene la Iglesia-, excepto cuando se trata de un amigo íntimo que me pone entre la espalda y la pared, como dirían algunos de los muchos analfabetos que viven -de modo vergonzoso, pero como califas- de la política en España. Y esta vez Javier me acorraló sin escapatoria posible: se trataba de prologar, compartiendo papel con el ya clásico ensayo de Ortega y Gasset sobre el personaje en cuestión, la Vida del capitán Alonso de Contreras: uno de mis héroes más conspicuos desde que me asomé, por primera vez, a su fascinante, aventurera y espadachinesca biografía; hasta el punto de que a ese personaje -entre muchos otros hombres y libros, cierto, pero a él de modo especial- debe en parte la vida mi viejo amigo Diego Alatriste.
Y créanme, bajo esa palabra de honor a la que, por lo visto, ya nadie acude en nuestra España bajuna y embustera: al mencionar aquí la Vida de este capitán Alonso de Contreras, el favor no se lo hago a quien lo edita, sino a quienes gracias a él podrán leerlo. No por mi prólogo, claro, que resulta perfectamente prescindible, sino por el ensayo de Ortega y, sobre todo, por el texto extraordinario de las memorias del veterano soldado español del siglo XVII: no hay novela de aventuras comparable a esa vida narrada con estremecedora naturalidad, sin asomo de pretensión literaria. Una vida profesional pasada sobre las armas, que constituye, puesta por escrito, un documento único sobre aquel espacio ambiguo e impreciso que fue el Mediterráneo de su tiempo: frontera móvil de aventura, horror y prosperidad, patio trasero de Oriente y Occidente donde se conocía todo el mundo, recinto interior de potencias ribereñas que allí ajustaron cuentas mezclando carne, acero, sangres y lenguas, renegando, negociando y combatiendo entre sí con la tenacidad memoriosa, mestiza y cruel de las viejas razas.
De un tirón, el capitán Contreras escribió su vida sin pretensiones de que el laurel de la fama póstuma le adornase el retrato. Era un soldado profesional recordando; nada más. Y esa honradez narrativa resulta lo más asombroso de su historia. Va sin rodeos al grano, describe acciones, temporales, lances de mujeres, peripecias cortesanas, duelos, abordajes, crueldades, venturas y desventuras, con la naturalidad de quien ha hecho de todo eso su vida y oficio, dispuesto a dejar atrás una mezquina y triste patria asfixiada por reyes, nobles y curas; probando suerte en mares azules, bajo cielos luminosos, jugándose el pellejo entre corsarios, renegados, esclavos, soldados, presas y apresadores, con la esperanza de conseguir medro, botines y respeto:
«El capitán mandó que todos los heridos subiesen arriba a morir, porque dijo: Señores, a cenar con Cristo o a Constantinopla».
Contreras escribe así: escueto y sobrio, sin adornos ni bravuconadas, con espontaneidad y conocimiento íntimo de la materia. Sin adornos. Ninguna aurora de rosáceos dedos, onda azul o espuma nacarada mejoraría su relato breve y simple de un abordaje sangriento al amanecer, del yantar compartido durante una tregua con el turco que mañana será de nuevo enemigo, del lance a cuchilladas en un callejón oscuro. Alonso de Contreras fue un tipo duro en tiempos duros, y su relato resuena en esta España de hoy, tan comedida, prudente y políticamente correcta, como un tiro de arcabuz en mitad de una prédica de san Francisco de Asís. Nos hace reflexionar sobre lo que fuimos, y sobre lo que somos. Nos divierte, nos aterra y nos emociona. Y ésas son razones más que de sobra para leer un buen libro.
13 de abril de 2008
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