Mecachis en la mar salada. No sé dónde diablos tengo la cabeza. Al final se me pasó la fecha límite del concurso que organizó el Ayuntamiento de Madrid -Gran Vía posible, se llamaba- para renovar la principal calle de la ciudad con motivo del centenario. Me duele perder esa oportunidad, pues tenía pensados un par de proyectos muy en la línea de lo que demandaba la corporación municipal: «Invitar a la ciudad a reflexionar sobre su futuro». Modestia aparte, eran buenísimos; pero así es la vida perra. Ya lo dijo Gustavo Adolfo Bécquer: camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.
Mi idea era destacar valores culturales y sociales madrileños ya vigentes. No siempre lo nuevo es lo adecuado, y a veces conviene resaltar aspectos ciudadanos de tradición y solera, confirmándolos con el respaldo de lo institucional. Interpretando la calle, vamos. De ahí que mis ideas para reinventar la Gran Vía consistieran en dedicar la emblemática arteria madrileña, cada mes del año, a un aspecto característico de la ciudad. Con todo, comercio, transeúntes, chiringuitos, paisaje urbano, actividades educativas e infantiles, volcado en exclusiva al asunto, hasta agotarlo en su mismidad misma. O algo así.
Podría empezarse con el Mes de la Obra Pública, por ejemplo. Durante cuatro o cinco semanas, la Gran Vía se levantaría de cabo a rabo, con pasarelas y puntos urbanos desde los que el público siguiera de cerca la ejecución -lo más lenta posible- del asunto. Habría desde actividades lúdicas, como recorridos de agujeros y sortear máquinas perforadoras o de asfaltado, hasta concursos de decibelios y de blasfemias ciudadanas, con talleres infantiles consistentes en darles a las criaturas un casco, un pico y una pala para que hagan sus propias zanjas. Todo, por supuesto, con facilidades de acceso y tránsito, rampas y ascensores para impedidos físicos y personas de la tercera edad.
Otro mes bonito sería el Mes de las Putas. La diferencia formal con los días normales en la Gran Vía sería mínima; pero numerosas actividades culturales harían hincapié en aspectos diversos del meretricio, creando un espacio urbano que realzaría ese rasgo entrañable de la céntrica vía urbana y calles aledañas. Habría talleres abiertos al público, noche en blanco de los sexshops de la calle Montera, conferencias sobre mafias de proxenetas o hágase puta usted misma, pases de lencería profesional, seminarios sobre uso correcto de preservativos y lubricantes, cuentacuentos para niños -con versiones no sexistas financiadas por el ministerio de Igualdad, como La Puta y el Puto Durmiente o la Puticienta-, y tarifas especiales para jubilados, con una instalación de pantallas de televisión para que las lumis siguieran en directo, aprendiendo así a buscarse la vida con más eficacia, las peripecias de sus compis que salen en la tele.
El Mes del Mendigo también puede ser brillante que te rilas. Consistiría en instalar en la Gran Vía a los que duermen de noche en la Plaza Mayor, y ocupan allí todos los accesos y soportales a modo de fino aliciente turístico para esa zona de Madrid. Durante el mes de marras se redistribuirían por las dos aceras de la avenida principal con sus sacos de dormir, sus meadillas en la pared, sus perros sin vacunar y sus tetrabrik de Don Simón. Plato fuerte serían los conciertos de flauta punki y trompetilla matasuegras en plan dame algo, colega, con y sin chucho. También podrían programarse interesantes actividades lúdicas infantiles y deportivas: competiciones de velocidad de niños rumanos, divertidas acampadas con cajas de cartón y bolsas del Corte Inglés para grupos de colegiales, y una maratón de San Silvestre en plan carrera de obstáculos, sorteando muñones desnudos y robustos fulanos de treinta años arrodillados en la acera diciendo «tengo hambre, por caridad, tengo hambre» con estampitas de santos, crucifijos, sagrados corazones, fotos de Benedicto XVI y Purísimas de Murillo.
Tengo otras sugerencias, pero ya no me caben en la página. Como el Mes de la Tienda Desaparecida, con todos los comercios de la Gran Vía cerrados. O el Mes de la Manifa: un colectivo de parados presentes o futuros, distinto cada día, venido en autobuses de todos los puntos de España, pondría piquetes informativos pinchando neumáticos y bloqueando el Metro. Tampoco sería moco de pavo un Mes del Chino, con la calle llena de tiendas de todo a un euro atendidas por sonrientes asiáticos que no hablasen una palabra de español ni catalán, y fueran atracados puntualmente una vez a la semana. O los meses del Turista en Chanclas, del Conductor Panchito Mamado, del Taxista Facha, del Coche Oficial del Político, de la Doble Fila, del Hijo de la Gran Puta. Etcétera.
Así, hasta doce. O más. No dirá el alcalde de Madrid que faltan ideas.
17 de octubre de 2010
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