Hace tiempo que los libros de texto escolares en España se han convertido en interesante territorio donde espigar lo que nos espera. O lo que vamos teniendo ya. Un observador superficial deduciría que todo responde al plan maquiavélico de un profesor Moriarty que se proponga convertirnos, de aquí a una generación, en un país de imbéciles analfabetos; aunque, eso sí, rigurosa y políticamente correctos. Pero no creo que haya plan. Ojalá tuviéramos uno. Se trata, en realidad, de simple contagio colectivo e inexorable, propio de un país como el nuestro, donde cuando se celebre el Día del Orgullo Gilipollas no vamos a caber todos en la calle.
El último hallazgo acabo de hacerlo en un texto escolar de 5º de Primaria. Tras la triple pregunta ¿Cuál era la religión en los reinos de los reyes católicos? ¿Qué les sucedió a los judíos y musulmanes en esta época? ¿Qué era el Tribunal de la Inquisición?, cuestión absolutamente lógica y que con buenos profesores se presta a útiles debates sobre momentos decisivos –para bien y para mal– en la historia de España, figura, bajo el epígrafe Educación Cívica, otra doble pregunta de carga envenenada:¿Crees que los Reyes Católicos eran tolerantes? ¿Qué opinas sobre que se obligue a las personas a practicar una religión?.
La respuesta a esa simpleza no puede ser más que una: los Reyes Católicos no eran tolerantes ni por el forro, y es malo que se obligue a nadie a practicar una religión, como hicieron ellos y sus sucesores. Faltaría más. La misma forma de plantear la pregunta conduce, inevitablemente, a esa respuesta simple, que en realidad no lo es tanto. De ahí lo peligroso del asunto. Su carga envenenada.
Vistos desde aquí, por supuesto, los Reyes Católicos no eran tolerantes en absoluto. Lo que eran es una mujer, Isabel de Castilla, y un hombre, Fernando de Aragón –reino que incluía el condado de Barcelona, entre otras cosas–, cuyo matrimonio unió a dos extraordinarios personajes de Estado que, con decisión política y visión de futuro, consiguieron la unidad de España al conquistar el reino musulmán de Granada. Los dos eran inteligentes y poderosos –los más poderosos de su tiempo en Europa–, pero desde luego no eran tolerantes. No podían serlo, como no lo fue ninguno de sus coetáneos, ni el papa de Roma, ni los reyes de Francia o Inglaterra, ni el sultán de Turquía, ni nadie con mando en plaza. La tolerancia, como la entendemos hoy, estaba reñida con el poder, con las nacionalidades que se empezaban a afirmar –la española fue de las primeras– y con la guerra y la violencia, instrumento habitual de relación entre comunidades, territorios, pueblos, estados y religiones. Con tolerancia no se habría construido España, como tampoco ninguno de los países hoy conocidos. Y en el siglo XV, la religión era fundamental a la hora de establecer todo eso. Sin unidad religiosa era imposible establecer unidades políticas; y esa cruda realidad aún daría pie a muchas guerras y atrocidades en los siglos siguientes: guerras de religión que ensangrentarían Europa y muchos otros lugares.
Desde luego que la respuesta es no. Desde una mirada actual, tolerantes no fueron los Reyes Católicos, ni antes de ellos los cruzados, ni Saladino, ni los reinos hispanos, ni Almanzor, ni lo serían después Carlos V, Felipe II, Lutero, Calvino, Napoleón, Robespierre, Lenin, ni nadie que haya pretendido consolidar su poder y vencer a sus enemigos. Ni en Atapuerca lo eran. La Historia de la Humanidad, entre otras cosas, está hecha de intolerancias. Y atribuir ese rasgo a unos reyes decisivos para España sin situar el asunto en el contexto real de su tiempo, supone una irresponsabilidad. Significa echar, sobre nuestras siempre maltrechas espaldas históricas, falsas responsabilidades y complejos perniciosos y estúpidos.
Nuestro pasado fue tan crudo, triste, fascinante y admirable como el de cualquier otro país. Transcurrió en un mundo en el que todos jugaban con las mismas reglas, o ausencia de ellas. Juzgar a sus actores con ojos del presente es una injusticia y un error, sobre todo en esta España que vive mucho de lo oído y poco de lo leído. Aplicar la mirada ética de hoy a los hechos de entonces no sirve sino para que los jóvenes renieguen de una historia que no es mejor ni peor que en otros países o naciones. Así que no mezclemos churras con merinas. Preguntemos a un joven estudiante si un neonazi, un maltratador de mujeres o un yihadista son tolerantes, y situemos a los Reyes Católicos en el contexto que les corresponde. El deber de un sistema educativo es conseguir que la historia, el pasado, la memoria, se estudien para comprenderlos. No para condenarlos desde la simpleza y la ignorancia.
16 de abril de 2017
2 comentarios:
GENIAL! Gracias Don Arturo!
Genial este blog !
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