domingo, 22 de septiembre de 1996

La guerra de Gila

Hoy voy a contarles una batallita del abuelo Cebolleta. Tengo un amigo que es coronel de los ejércitos, y de la guerra, y de ese tipo de cosas. Y el otro día, tomándonos un café, se puso a contarme con detalle unas maniobras que tuvieron lugar en Alemania las navidades pasadas. El asunto se refería a la OTAN, y allá fueron, en tren militar especial, nuestros jefes, oficiales y tropa, con sus tanques y sus Cetmes y sus pistolas y toda la parafernalia bélica, a participar en el esfuerzo común de la defensa de Occidente frente a las hordas. El tipo de hordas, a estas alturas de la cosa rusa antes bolchevique y ahora putiferio absoluto, con el Pacto de Varsovia hecho una merienda de negros de color, no estaba claro. Pero lo que sí es seguro es que nuestras tropas estuvieron allí maniobrando para defender lo que sea, hablando en inglés, supongo, con los colegas uniformados alemanes, franceses, norteamericanos y demás. Tango Zulú, me recibe. Over. Después intercambiaron teléfonos y cada mochuelo a su olivo, o sea, a su tren y a casa a comerse el turrón, cantando nuestros felices soldados siempre cantan cuando viajan eso de para ser conductor de primera, acelera, acelera. Y ahí la diñaste, Burlancaster. Los franceses, o sea, los sindicatos gabachos de la cosa ferroviaria, estaban en huelga. Y con esa mala leche que se gastan los alonsanfán, y esa natural inclinación a hacer que quienes tienen la desgracia de transitar por su suelo patrio paguen siempre el pato de sus problemas y malhumores lecheros, agrícolas, ganaderos o ferroviarios, al marcial convoy erizado de tanques y cañones lo pusieron en una vía muerta y le dijeron ahí te quedas hasta Epifanía, colega, como lo ves. Y érase de ver, cuenta mi amigo el miles gloriosus, a los comandantes y coroneles con la boina y la pistola y el camuflaje, que venían de comerse a las presuntas hordas sin pelar ni nada, blasfemando en arameo al pie de los vagones, en las vías, con los sindicalistas franchutes pasando mucho de ellos y, encima, teniendo que ir al bar de la estación para cambiar y tener francos en monedas, a fin de telefonear desde las cabinas públicas al Alto Estado Mayor y decir, antes que se cortara la comunicación, oiga, mi general, aquí estos hijoputas nos tienen secuestrados, y nos van a dar las uvas. Y les dieron.

-¿Te imaginas dijo mi amigo el de las medallas lo que nos habría pasado en una guerra de verdad?

Lo imaginé, y me dieron sudores fríos. Intenten ustedes imaginar también el escenario, a ver si les salen las mismas cuentas. El narcoterrorismo coqueteando con las costas atlánticas. El Mediterráneo echando chispas. Los integristas dando la vara en Egipto y en Turquía. Argelia en plena escabechina. Marruecos jugando con Ceuta y Melilla como el gato con el ratón. Todo el continente africano loco por salir corriendo de sí mismo y meterse en una Europa rica y egoísta de la que España es cabeza de playa. Y mientras tanto, nuestros estrategas hablando del enemigo potencial en Centroeuropa; y la Brunete, y los tanques y las tropas de élite, o de lo que sean, de maniobras en la Selva Negra bajo mando unificado del Pentágono para defender a Occidente del peligro del Este, o sea, de Yeltsin cuando se pone hasta las patas de vodka, de los chechenos y de los mafiosos que ahora blanquean dinero en la Costa del Sol. Y puestos a imaginar, imagínense también que mientras tanto, un día, el moro Muza y su primo Tarik se despiertan otra vez con el cuerpo islámico, Al lah ilah lah ua Muhamad rasul Al lah, y se montan en la bahía de Algeciras, por el morro, el desembarco de Normandía con pateras. Como cuando el Guadalete, pero esta vez bajo la cobertura de los satélites norteamericanos y los F18 que Washington les vende más baratos que a nosotros. Y esos rifeños bajando del Gurugú. Y Melilla en plan Dunkerque. Y el ministro de Defensa diciendo ni OTAN ni leches, que vuelvan todos inmediatamente a ver si llegamos a tiempo de salvar Córdoba. Y a todo esto, nuestros tanques y nuestros cañones y nuestra fiel infantería, bloqueados en el cruce ferroviario de Chatelet sur Mame, con los gabachos volcándoles camiones de hortalizas en la vía, y los comandantes y los coroneles con su boina y su camuflaje y sus diplomas de la OTAN, a paso legionario, buscando como locos calderilla para llamar por teléfono. Virgen santa.

22 de septiembre de 1996

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