domingo, 20 de mayo de 2001

Dante e tomanti


Dirán ustedes que últimamente la tengo tomada con la moda y los publicistas y el fashion, y a lo mejor no les falta razón. Aún diría más: tienen razón. Tanta inquina les profeso lo que no está reñido con admirar su talento, porque hay cabroncetes muy inteligentes, que lo mismo que si hubiera un Nuremberg cultural español sentaría en el banquillo a Javier Solana, Maravall, Marchesi ya todos esos padres putativos de la LOGSE, estimo que en caso de proceso judicial a los responsables de la imbecilidad que nos circunda, muchos virtuosos del glamour y las tendencias deberían ser pasados por las armas al amanecer. A fin de cuentas, dice el viejo principio jurídico, quien es causa de la causa, es causa del mal causado. O algo así.

Lo último que se han sacado de la manga es el hombre femenino. Hojeen las revistas y suplementos dominicales, y sabrán a qué me refiero. Salta a la vista que la última estrategia de buena parte de las firmas de moda consiste en proponer una imagen de hombre cada vez más ambigua, más feminizada, que altere los cánones tradicionales. Algo así como cherchez la femme. Y debo confesar que la primera vez que vi un anuncio de esos, me sentí frustradísimo. Uno se pasa la vida intentando parecerse a Rusell Crowe, o a Sean Connery; considerando incluso la posibilidad de afeitarse poco, para raspar, y hacerse un tatuaje en el brazo donde ponga «Cartagena manda huevos» o «Nací para haserte sufrir». Hasta escribes una novela donde el bueno es un rudo marinero de toda la vida. En ésas te dejas la salud dándotelas de macho, procurando marcar paquete de recio bucanero en plan hola, muñeca, qué bueno que viniste, etcétera. Y de pronto, zas, a la hora del colacao y los crispis abres el Hola y te topas con un anuncio de perfume masculino donde sale un marinerito imberbe con camiseta a rayas y gorro blanco, y un corazón tatuado en el brazo, y unos morritos fruncidos, y una cara de guarrindonga que te rilas, que en vez de venir de los Rugientes Cuarenta parece que viene de hacerse una chapa. Y tú dices anda la leche, de qué van aquí, mis primos. Esto es lo que se lleva ahora. Y claro, te desorientas.

No puede ser, concluyes. Es mi mente enferma. Así que vas zumbado al kiosco y te compras todas las revistas. Y compruebas que tu mente enferma nada tiene que ver. Porque Calvete Klin te propone por el morro un efebo con camisa rosa abierto de piernas en una ventana; Ives In Potent, un rubito estrechín con una mano en la cadera y otra acariciándose la melena, y Cesare Cochinottti, un tío desnudo y con barba recostado lánguido en plan aquí te espero Manolo. El resto, lo mismo: Umberto Merino igual pero con jersey; Mosquino que te Fulmino un posturitas con pectorales de los que te pegan y te llaman perra; Dolce Melapela otro rubito con cinta en el pelo sosteniendo una fálica fusta sobre las piernas; Danti e Tomanti un par de ejemplares andróginos de líneas rectas y cabellos lacios que tardas diez minutos en averiguar por dónde dan y por dónde toman. Y así, tutti. Y entre tanta pasta flora, la clave la encuentras por fin en un suplemento dominical, donde se cuenta que los principales consumidores de moda son ahora las mujeres y los homosexuales, que entre varones europeos el consumo medio de los homosexuales es mayor que el de los heterosexuales, y que según sociólogos, psicólogos, e incluso tocólogos, ya no sólo la imagen tradicional del macho viril, sino también la del hombre demasiado masculino se considera políticamente incorrecta; negativa, incluso, en esta demagogia diaria de la que vive tanto especialista del camelo.

Todo eso es inevitable, supongo. Me refiero al camelo ya la teoría social de cada coyuntura. El problema es que tú vayas y te lo creas, seas homosexual o no, y des por sentado que a todos los gays y a todas las señoras les gustan ahora los nenes de mantequitas blandas, tipo Leonardo di Caprio, y además en tonos fucsia. Porque en eso de la moda puede pasar, por ejemplo, que digas vale, me han convencido. Voy a vestirme de maricón para no parecer un cerdo machista. Y entonces dejes de peinarte como Manolo Escobar, tires la camisa modelo El Fary, quemes el traje que luciste en el estreno de Torrente-2, y luego te adereces moderno según el look actualísimo de Fiu Fiu, lo completes con un pantalón de cuero Jilichois, te vayas al bar de Lola, y allí te apoyes con el cigarrillo en alto y un codo en la barra, lánguido como si fueras un modelo de Olivier Nemefrega, y pidas un jumilla para bebértelo en plan sensible, acariciándote el mentón. Y puede ocurrir, claro, que Lola -treintena larga, morena, hembra de bandera- que tiene una foto de Harrison Ford clavada con chinchetas junto a la caja registradora, te mire muy seria, muy despacio, de arriba abajo, y luego te pregunte: «¿Tú te has vuelto gilipollas, o qué?».

20 de mayo de 2001

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