domingo, 9 de septiembre de 2001

Mi amigo el narco


Tiene sus reglas no escritas esto de Culiacán, estado de Sinaloa, Méjico, donde vas por la calle y oyes en cada tienda y automóvil corridos narcos igual que en España oyes a Sabina o al Fary. En el ambiente local, el amigo que te presenta es quien responde de ti. Y si algo se tuerce gacho, como dicen aquí, pagáis tú, el amigo que te avala y a lo mejor hasta la familia del amigo. Son las reglas, repito, y nadie se extraña. Pero es como para sentirse raro en plena barbacoa en la colonia Las Quintas -narcos de clase media alta- con una Pacífico en una mano y un plato de carne demasiado asada en la otra, rodeado de bigotazos norteños, cinturones piteados, botas de avestruz o de iguana, cadenas de oro al cuello, relojes de cinco mil dólares. Todo sin mujeres a la vista, con guardaespaldas en la puerta, coches Grand Marquis, Suburban del año y todoterrenos Bronco y Ram aparcados en la calle. Y bajo la palapa de la barbacoa, los Tigres del Norte cantando a todo volumen Pacas de a kilo.

Escribe novelas, dice mi amigo, preocupado porque no me confundan con una madrina o un cabrón de la DEA. Un tipo padrísimo, añade. Intelectual. Lo de intelectual lo dice enarcando las cejas, muy serio, y los de los bigotazos me miran raro, preguntándose para qué pierde uno el tiempo escribiendo novelas, o leyéndolas, en vez de meter cargas de doña Blanca en la Unión Americana, que ahí los ves, con padres y abuelos campesinos que iban descalzos por la sierra, y ellos hechos unos señores, con casas en Las Quintas o en San Miguel, que algunos hasta tienen corridos de los Tucanes o los Leones o los Incomparables: corridos personales, escritos para ellos con nombres, apodos y apellidos, que oyes cantar en las cantinas y en las casetes de los autos. Es lo que quedará de ellos, dice mi amigo. De nosotros. Quedarán corridos. Aquí, el que más y el que menos sabe cómo va a terminar y lo que le queda. Pero mientras tanto vives, carnal. Te metes la vida por la nariz y por los ojos y la boca y por donde tú requetesabes. Chale.

¿Crees que todo esto cabrá en tu novela?, pregunta mi amigo dándome otra Pacífico bien fría. y yo le digo que no, que claro que no cabe. Pero que conocerlo bien la hará creíble, o casi. Y además, como decimos en España, aquí me lo paso de puta madre. Por eso me lleva de un lado para otro, me cuenta cómo se dice cada cosa en la jerga culichi, comemos jaiba rellena en Los Arcos, pisteamos por el Malecón, miramos a las morras, que en Culiacán son guapísimas, o como dice mi amigo, un cuero de viejas. Y es que los amigos se hacen de esa manera, o no se hacen. Un día conoces a un fulano, y él o tú decís: este tío me gusta, me lo quedo, lo hago compadre mío. Así que traigan una botella y tiren el corcho. Así ha ocurrido esta vez. Llegué de la mano del amigo de un amigo, como siempre ocurre, y una noche con la segunda botella de Herradura Reposado recién abierta sobre la mesa, después del circuito habitual que nos llevó de La Ballena al Don Quijote y de allí al téibol Osiris, con Eva y con Jackie bailándonos completamente desnudas a dos palmos de la nariz -ciento setenta pesos cada baile privado de cinco minutos detrás de las cortinas -, el hombre que ya era mi amigo dijo árale, compadre. Pues me late que te voy a ayudar. Y aquí estamos. Invitados a la barbacoa de un chaca sinaloense -hemos descubierto que su esposa fue maestra y me lee, lo que consagra mi prestigio local-, con los patrulleros que pasan por delante de la casa en sus coches, despacito, y saludan, buenos días, cómo le va, ahí nos vemos. Éstos deben de ser los que cobran cada semana y cumplen sus compromisos; porque a otros los saludan de otra manera, como al jefe de policía a quien hace una semana le pegaron cuarenta y seis tiros de Kalashnikov a la hora del desayuno, sentado en su coche y a la puerta de su casa, a tres cuadras de mi hotel.

Mi amigo me mira sonriendo, entre dos tragos de cerveza. Hay fecha de caducidad, explica muy tranquilo. Aquí, si eres muy perrón te matan pronto, o te la juegan. Pero si eres buena onda, carnal para los tuyos y todo eso, cumplidor como el que más, tus propios pinches compadres te hacen chupar Faros porque la gente viene a ti y no a ellos, y les quitas clientes. Así que cuanto menos destacas, más duras. En esta chamba te puede matar mucha gente: los gringos, los guachos, los federales, los sicarios. Pero lo que más mata es la envidia. De cada diez, uno podrá con suerte retirarse, si Dios lo deja. De los otros, un tercio irán a prisión y a los demás tarde o temprano les darán piso. Nos darán, añade al cabo de un instante, riéndose con todo menos con los ojos. Lo malo es que aún no tuve tiempo de encargar un corrido. Entonces, ¿por qué estás en esto?, le pregunto. ¿Por qué no te sales, ahora que tienes una casa, y coche, y una mujer guapa, y algo de lana en el banco? Porque son las reglas, responde. Porque más vale vivir cinco años como rey, que cincuenta como buey.

9 de septiembre de 2001

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