Tenemos por delante una larga temporada de polémica histórica, a base de aniversarios, bicentenarios y cosas así. Que es justo lo que le faltaba a esta nueva España megaplural y ultramoderna que nos están actualizando entre varios compadres. La verdad es que el tricentenario de la ocupación inglesa de Gibraltar habría pasado inadvertido de no ser por la murga que organizaron los guiris, pues aquí nadie pareció acordarse de nada. Pero vienen tiempos difíciles para la amnesia. En 2005 hará doscientos años de lo de Trafalgar. Y entre 2008 y 2014, una docena de ciudades y pueblos españoles tendrá ocasión de conmemorar fechas de batallas decisivas hace dos siglos, como Bailén, La Coruña, Zaragoza, Gerona, Talavera, La Albuera, Cádiz, etcétera. Me refiero a ese período que antes, en los libros del cole, se llamaba guerra de la Independencia, y ahora no sé cómo cojones se llama, si es que aún se llama algo.
En otros países, conmemorar esas cosas está chupado: acuden los historiadores, los niños de los colegios, las asociaciones, se recorre el campo de batalla, se homenajea a las víctimas de uno y otro bando, y se mantiene viva la memoria de los hombres, sus hazañas y sus miserias. Lo hemos visto en Waterloo, en Gettysburg, en Normandía. Todos lo hacen, como recordatorio de lo grande y lo terrible que hay en el corazón humano. En España no, claro. Somos el único país donde conmemorar batallas no sólo está mal visto, sino que permite, a la panda de mercachifles y payasos de que tan sobrados andamos, sacar fuera la mala leche, el oportunismo, la insolidaridad y la incultura que, precisamente, crearon campos de batalla. Acostumbrados a confundir Historia con reacción, memoria con derechas, pacifismo con izquierda, guerras con militarismo, soldados con fascistas, cualquier iniciativa para rescatar la memoria, el coraje y la dignidad de quienes lucharon y murieron por una idea, por una fe o simplemente arrastrados por el torbellino de la Historia, tropieza siempre con un muro de estupidez y demagogia.
El último caso tuvo lugar hace poco en Bailén, cuando, en los actos conmemorativos, un párroco local –ignorando que conmemorar no significa celebrar– alzó una escoba mientras leía un texto de San Francisco en defensa de la paz, mostrando así su disconformidad con que la ciudad recuerde que allí, hace ciento noventa y seis años, un ejército de campesinos y patriotas alzados contra la ocupación de su tierra por un ejército extranjero infligió a Napoleón su primera derrota. Y así la demagogia del párroco desplazó, en los titulares de diarios, la que hubiera sido reflexión adecuada: que Vietnam o Iraq, por ejemplo, tuvieron en la batalla de Bailén –en España– un precedente digno de consideración. Que es justo de lo que se trata. La Historia como luz para iluminar el presente.
Conmemorar el aniversario de una batalla no es un acto belicista, ni de derechas, ni de izquierdas. Es un acto de afirmación histórica, de identidad y de memoria. Es homenajear a los abuelos, honrando la tierra que mojaron con la sangre que corre por nuestras venas. Es recordar el sufrimiento, el valor de quienes fueron capaces de levantarse y subir ladera arriba, entre la metralla, porque ese día, en aquel lugar, fueran cuales fuesen la bandera o las ideas que los empujaban, creyeron su deber hacerlo; así que apretaron los dientes y pelearon, en vez de quedarse en un agujero agazapados como ratas, leyendo a san Francisco mientras sus amigos y sus vecinos morían por ellos. Porque a veces, la vida, la Historia, las cosas, son muy perras, y te obligan a luchar y a morir, te guste o no te guste. Por pacífico que seas. Y todo hombre o mujer que cumple esa regla, en cualquier bando, merece recuerdo y respeto, igual que una bandera –aunque en tu fuero interno las desprecies todas– debe ser honrada, no a causa de los políticos de mierda que se aprovechan de ella, sino a causa de quienes murieron por defenderla. He dicho alguna vez en esta página que la Historia no es buena ni mala. Es objetiva. Sólo es Historia. Ocurrió y punto. A las nuevas generaciones corresponde sacar lecciones de ella, en vez de barrerla con una escoba como pretenden el párroco de Bailén y tantos imbéciles más. Escoba que, por cierto, los soldados franceses que en 1808 ocupaban su tierra a los acordes de La Marsellesa, poco amigos de sotanas, no habrían dudado en meterle al señor párroco por el ojete.
13 de septiembre de 2004
3 comentarios:
La historia es algo que nos precede; es lo que nos ha hecho llegar a donde estamos, o ser quienes somos.
Si no recordamos las guerras, batallas, conquistas, desastres, etc., no podremos aprender de nuestros errores o buenas acciones e iremos abocados a un caos profundo (más al que parece que los que nos "mandan", nos quieran enviar).
Estupendo artículo.
Un saludo.
Areku Desings
Brush Art Designs
Deviantart
¡Grande Reverte¡ A ver si de una vez por todas, entienden los trasnochados de la bandera que amar la historia, no es amar la muerte. Que a los que nos gusta la historia militar, no somos asesinos sedientos de sangre inocente.
Los que nos gusta la historia militar, si existe esa subdivisión, nos emociona observar cómo se puede dar los más preciado que posee uno, su vida, por una patria, una bandera, un pueblo, una tierra.
Otra forma de divulgar nuestra historia es haciendo películas, como hacen los americanos e ingleses, pero no del tipo de películas desmemoriadas que hacen en la Tve1, ni las que hace el manchego comunista, ni el malacitano de la jetset, sino del tipo de películas que se hacían allá por los años 70, sí, de Curro Jiménez, en vez de hacer series podrían hacer una película, serviría también para instruir a nuestros compatriotas (estudiantes o no).
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