Hay en las Alpujarras, o en Pamplona, o no sé dónde -igual no es uno sino que son varios- un centro budista que se ha convertido en una especie de chichi de la Bernarda en papel couché. Y cada equis tiempo una u otra revista sacan un reportaje con alguien conocido en plan místico, sentado en la postura Sisevananda número ocho, o como se llame, con mucha foto en colorín y el titular invariable «Fulanito -o Fulanita- se ha ido a vivir a un monasterio budista». El penúltimo, creo recordar, era Domingo Torroba, aquel fascinante novio, o ex novio, o lo que fuera, que tuvo Karina. Lo que da cierta idea del nivel de la cosa. Por lo general, el sujeto o la sujeta en cuestión acompañan los afotos con declaraciones del tipo «aquí he encontrado la paz que tanto anhelaba», o «aquí me he reconciliado con mi misma mismidad»; edificantes confesiones que invitan, sin duda, a la serena reflexión y al ejemplo.
Lo de menos es que luego, al leer el texto, se entere uno de que en realidad vivir, lo que se dice vivir, el antedicho o la antedicha no viven en el monasterio, sino que están pasando allí tres días de vacaciones, igual que podían habérselos tomado en un hotel de ¡Marbella. Y tampoco importa mucho el hecho insólito de que, pese al retiro espiritual y el aislamiento rural que uno imagina en este tipo de centros, en mitad de breñas, peñascos y altas cumbres de solitaria paz, los fotógrafos de la revista o la agencia de turno localicen con tanta facilidad imagino que quebrando brutalmente la armonía de su éxtasis místico- al individuo o individua en cuestión. Eso es lo de menos, insisto. Como dirían, y dicen, algunos de los interesados, eso resulta irrelevante. Incluso anecdótico. Porque lo bonito, lo realmente positivo del asunto, la jugosa almendra del mándala, o la mandorla, o como carajo se llame, viene cuando el Siddhartha en agraz explica en profundidad lo que el budismo ha aportado a su vida; y matiza que el hecho de que muchos artistas y muchos famosos como él se hayan apuntado al asunto no es una moda, no, sino una casualidad. Y sí, afirma, en efecto, el budismo aporta una filosofía a la vida que, bueno, ya saben. Es, ¿cómo diría yo? O sea. No hace falta ser famoso para practicarlo. Y no, él o ella no han estado todavía en el Tíbet; pero proyectan visitarlo en breve, para intensificar la experiencia. Sí, también han pensado ir a visitar a los refugiados del Nepal. Y a los niños de Bosnia. ¿O lo de ahora es Chechenia?
Así que me han convencido. Si, por señalar sólo tres ejemplos, Amparo Muñoz logra encontrarse a sí misma a base de Karmapa pamplonica, Penélope Cruz consigue mediante el accésit budista de su anterior etapa mística darle ahora un braguetazo al niño jinete -Gigí- del millonario Sarasola, y si Domingo Torroba consigue llenar en las Alpujarras el árido vacío espiritual en que se vio sumido tras su separación de Karina, yo también quiero ver la luz; así que voy a buscarme un monasterio a toda leche. Una vez allí, rapado y con un camisón de color azafrán, meditando por aquellas cumbres y pastos verdes sin más compañía que la vaca Milka y la Vaca que Ríe, me dedicaré a hacer el pino como en la penitencia de don Quijote. A meditar en la lentitud de los crepúsculos y a darle vueltas a la carraca recitando los nueve mil millones de Va a ser un flipe que te cagas, Manolín. Y ya estoy viendo los titulares: «Quiero ser lama, advierte Reverte»... «Aquí he encontrado mi yo y mi circunstancia»... «Nacho Cano y Richard Gere me enseñaron el camino»... «Entre la civilización y Buda, elijo a la más tetuda».,, Y etcétera. Igual hasta me salen adeptos, y formo la secta de la Perfecta Tolerancia Infinita, y nos pasamos así los días, transidos en la posición Ramachandra y mirando para Triana, y gracias a eso me hago un hombre de bien, y dejo de escribir tacos los domingos, y me regenero, y digo Girona, y voto al Pepe. O por lo menos, voto.
Y es que la luz siempre es la luz. Y por cierto, hablando de luces, y de flashes, espero que el ¡Hola" el Diez Minutos, el Semana y el Lecturas se porten como suelen y permitan, cuando los fotógrafos pasen casualmente por allí y den con mi oculto paradero, que el reportaje lo coordine Nati Abascal con viajes Gavilán o Paloma, y se me permita lucir túnicas de bonzo estilo Rappel, diseñadas por Giuliano y Piolino para El Corte Inglés.
31 de agosto de 1997
Lo de menos es que luego, al leer el texto, se entere uno de que en realidad vivir, lo que se dice vivir, el antedicho o la antedicha no viven en el monasterio, sino que están pasando allí tres días de vacaciones, igual que podían habérselos tomado en un hotel de ¡Marbella. Y tampoco importa mucho el hecho insólito de que, pese al retiro espiritual y el aislamiento rural que uno imagina en este tipo de centros, en mitad de breñas, peñascos y altas cumbres de solitaria paz, los fotógrafos de la revista o la agencia de turno localicen con tanta facilidad imagino que quebrando brutalmente la armonía de su éxtasis místico- al individuo o individua en cuestión. Eso es lo de menos, insisto. Como dirían, y dicen, algunos de los interesados, eso resulta irrelevante. Incluso anecdótico. Porque lo bonito, lo realmente positivo del asunto, la jugosa almendra del mándala, o la mandorla, o como carajo se llame, viene cuando el Siddhartha en agraz explica en profundidad lo que el budismo ha aportado a su vida; y matiza que el hecho de que muchos artistas y muchos famosos como él se hayan apuntado al asunto no es una moda, no, sino una casualidad. Y sí, afirma, en efecto, el budismo aporta una filosofía a la vida que, bueno, ya saben. Es, ¿cómo diría yo? O sea. No hace falta ser famoso para practicarlo. Y no, él o ella no han estado todavía en el Tíbet; pero proyectan visitarlo en breve, para intensificar la experiencia. Sí, también han pensado ir a visitar a los refugiados del Nepal. Y a los niños de Bosnia. ¿O lo de ahora es Chechenia?
Así que me han convencido. Si, por señalar sólo tres ejemplos, Amparo Muñoz logra encontrarse a sí misma a base de Karmapa pamplonica, Penélope Cruz consigue mediante el accésit budista de su anterior etapa mística darle ahora un braguetazo al niño jinete -Gigí- del millonario Sarasola, y si Domingo Torroba consigue llenar en las Alpujarras el árido vacío espiritual en que se vio sumido tras su separación de Karina, yo también quiero ver la luz; así que voy a buscarme un monasterio a toda leche. Una vez allí, rapado y con un camisón de color azafrán, meditando por aquellas cumbres y pastos verdes sin más compañía que la vaca Milka y la Vaca que Ríe, me dedicaré a hacer el pino como en la penitencia de don Quijote. A meditar en la lentitud de los crepúsculos y a darle vueltas a la carraca recitando los nueve mil millones de Va a ser un flipe que te cagas, Manolín. Y ya estoy viendo los titulares: «Quiero ser lama, advierte Reverte»... «Aquí he encontrado mi yo y mi circunstancia»... «Nacho Cano y Richard Gere me enseñaron el camino»... «Entre la civilización y Buda, elijo a la más tetuda».,, Y etcétera. Igual hasta me salen adeptos, y formo la secta de la Perfecta Tolerancia Infinita, y nos pasamos así los días, transidos en la posición Ramachandra y mirando para Triana, y gracias a eso me hago un hombre de bien, y dejo de escribir tacos los domingos, y me regenero, y digo Girona, y voto al Pepe. O por lo menos, voto.
Y es que la luz siempre es la luz. Y por cierto, hablando de luces, y de flashes, espero que el ¡Hola" el Diez Minutos, el Semana y el Lecturas se porten como suelen y permitan, cuando los fotógrafos pasen casualmente por allí y den con mi oculto paradero, que el reportaje lo coordine Nati Abascal con viajes Gavilán o Paloma, y se me permita lucir túnicas de bonzo estilo Rappel, diseñadas por Giuliano y Piolino para El Corte Inglés.
31 de agosto de 1997
1 comentario:
Este hombre es un fenomeno.
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